martes, 19 de diciembre de 2017
sábado, 9 de diciembre de 2017
EL LIDERAZGO EDUCATIVO Y SU PAPEL EN LA MEJORA
EL LIDERAZGO EDUCATIVO Y SU PAPEL EN LA MEJORA: UNA REVISIÓN ACTUAL DE
SUS POSIBILIDADES Y LIMITACIONES
EDUCATIONAL LEADERSHIP AND ITS
ROLE IN IMPROVEMENT: A CURRENT REVIEW OF ITS POSSIBILITIES AND LIMITATIONS
Antonio Bolívar (*)
Universidad de Granada
España
Universidad de Granada
España
Resumen: Las reformas a la
gestión pública impulsadas por el Nuevo Management Público (NMP) han producido
varios arreglos a la estructura y procesos administrativos, distanciándose
éstos de los paradigmas burocráticos clásicos. No obstante, la potencia de esta
corriente reformista y sus controversias han marcado la aplicación de reformas
que declaran inspirarse en ella, abriendo un debate sobre sus contenidos y su
sustentabilidad en el tiempo. Un aspecto central en esta polémica reside en el
grado de ajuste que existiría entre los supuestos subyacentes al NMP y la
cultura que tiende a predominar administración. La literatura sobre eficacia y
mejora de la escuela ha destacado el papel crítico que ejerce la dirección en
organizar buenas prácticas pedagógicas en los centros educacionales e
incrementar los resultados del aprendizaje. Se hace una revisión actual de las
investigaciones sobre cómo el liderazgo educativo es un factor de primer orden
en la mejora de resultados. Hasta ahora, tanto en España como en Chile, la
dirección ha tenido escasa capacidad para incidir en la mejora de las prácticas
docentes; sin embargo, las nuevas orientaciones de la investigación y de las
políticas educativas potencian el liderazgo pedagógico. El perfil directivo de
gestión se está, pues, ampliando a un liderazgo pedagógico. Un liderazgo para
el aprendizaje, más allá de la dirección, se tiene que ampliar, de modo
distribuido, a través del liderazgo del profesorado y de las comunidades
profesionales de aprendizaje. Se discute igualmente las graves limitaciones que
la dirección actual tiene para diseñar entornos de mejora del aprendizaje de
todos los alumnos.
Palabras clave: liderazgo
directivo; liderazgo centrado en el aprendizaje; mejora escolar; resultados
educativos.
(*) Autor para correspondencia: Catedrático de
Didáctica y Organización Escolar, Facultad de Ciencias de la Educación,
Universidad de Granada. Correo de contacto: abolivar@ugr.es
Introducción
El artículo defiende la tesis de
que el mejoramiento de la educación, entre otros factores, pasa por cambios en
el modelo de dirección de los establecimientos educacionales. El modelo
administrativista-burocrático de la dirección escolar, tanto en España como en
Chile, en la modernidad tardía, presenta graves déficits para incidir en la
mejora de resultados de su establecimiento. Al respecto, el liderazgo
pedagógico o instruccional de los contextos anglosajones puede ser de suma
utilidad para potenciar dicho mejoramiento, como muestran la literatura y
experiencias que se revisan en este trabajo. Si la escuela como institución es
la unidad básica de análisis de la mejora educativa, el equipo directivo debe
ser el responsable último del incremento en los aprendizajes de los estudiantes
(Printy, 2010). En línea coincidente con otros investigadores chilenos
(Weinstein et al., 2009), abogamos por los correspondientes cambios
políticos, legislativos y de formación que hagan esto posible.
En este contexto, tanto en Chile
(Garay y Uribe, 2006) como en España (Bolívar, 2006), conviene plantearse
cuáles son las tareas y responsabilidades que deban tener los directores y
directoras de centros educativos y, de acuerdo con ellas, promover los cambios
oportunos en la estructura organizativa de los establecimientos educacionales.
Este tipo de planteamientos y discusión ya no puede hacerse al margen de cómo
se sitúa el tema a nivel internacional. En particular, sabiendo que el
liderazgo pedagógico de los directivos es un factor crítico de primer orden en
la mejora de la educación. Por eso, en este trabajo nos vamos a mover entre una
revisión de las grandes líneas de acción en la literatura actual y el deseable
reflejo en las orientaciones legislativas. Con todo, la gran rémora es la
cultura escolar establecida, que impide que la dirección pueda ejercer un papel
de liderazgo pedagógico, capaz de promover la mejora (Kruse y Louis, 2008).
El cambio en el siglo XXI es
crear escuelas que aseguren, a todos los estudiantes en todos los lugares, el
éxito educativo, es decir, una buena educación (Darling-Hammond, 2001). Los
centros educativos deben garantizar a todos los alumnos los aprendizajes
imprescindibles y la dirección de la escuela está para hacerlo posible,
centrando sus esfuerzos en dicha meta. A su servicio se han de poner la
autonomía, los apoyos y recursos suplementarios. Sucede que, así como, cuando
la dirección se limita a una mera gestión administrativa las responsabilidades
sobre el aprendizaje del alumnado quedan diluidas; cuando se enfoca desde un
liderazgo para el aprendizaje, esta responsabilidad es central. Por eso, una
agenda próxima en la mejora del ejercicio de la dirección es entenderla como un
“liderazgo para el aprendizaje”, que vincula su ejercicio con el aprendizaje
del alumnado y los resultados del centro escolar.
La capacidad para mejorar de un
centro escolar depende, de manera relevante, de equipos directivos con
liderazgo que contribuyan a dinamizar, apoyar y animar que aprenda a
desarrollarse, contribuyendo a construir la capacidad interna de mejora. Así,
el Informe McKinsey (Barber y Mourshed, 2007) y la propia OCDE (Pont, Nusche y
Moorman, 2008) sitúan el liderazgo educativo como el segundo factor interno a
la escuela que más relevancia tiene en los logros de aprendizaje, tras la acción
docente de su profesorado. En este sentido, como argumentamos en este trabajo,
una asignatura pendiente es el modelo actual de dirección de los
establecimientos escolares, que impide el ejercicio de un liderazgo pedagógico
(Weinstein, 2009; Bolívar, 2006). Se requiere un quiebre en atribuciones y
competencias de los directivos, de forma que potencie su incidencia en la
mejora de los aprendizajes de los respectivos establecimientos educacionales.
Acudir a lo que la investigación internacional pone de manifesto puede
contribuir decididamente para señalar modos de actuar en esta área
estratégica.
De una dirección burocrática a un
liderazgo educativo
Limitarse a la gestión
burocrática de los centros escolares, en las condiciones actuales,
crecientemente se está volviendo insuficiente. Si, como primera responsabilidad
del establecimiento educacional, es preciso garantizar el éxito educativo a
todo su alumnado, esto no puede quedar enteramente al arbitrio de lo que cada
profesor, con mayor o menor suerte, haga en su aula. De ahí que la dirección
escolar tenga inevitablemente que entrar en la mejora de la enseñanza y del
aprendizaje que ofrece el establecimiento educacional. Es un punto, sin duda
conflictivo, pero en las experiencias y literatura internacional, cada vez más
claro: si los profesores son clave de la mejora, los directores han de crear el
clima adecuado para que los docentes sean mejores, supervisando los resultados
y alentando el progreso. No obstante, preciso es reconocerlo, tanto en Chile
como en España tenemos un conjunto de retos pendientes para poder pasar de la
actual modo de ejercer la dirección al liderazgo para el aprendizaje (Maureira,
2006).
En lugar de esta gestión
meramente burocrática, como sucede igualmente en otras organizaciones no
educativas, se están demandando organizaciones escolares más flexibles, capaces
de adaptarse a contextos sociales complejos. Por eso, como hemos analizado en
otros escritos (Bolívar, 2000), las organizaciones con futuro son aquellas que
tengan capacidad para aprender a desarrollarse y hacer frente al cambio. Para
lograrlo precisan, entre otras, de autonomía que les posibiliten poner en
marcha proyectos propios y aprender de la experiencia. Al tiempo, potenciar la
capacidad local de cada establecimiento para mejorar, aportando los recursos
necesarios e impeliendo un compromiso por la mejora. Todo lo cual no será
posible si no se rediseñan o reestructuran las escuelas para que lleguen a ser
organizaciones genuinas de aprendizaje, no sólo para los alumnos sino para los
propios profesores. Como dicen Stoll y Temperley (2009):
Los líderes escolares sólo pueden
influir en los resultados de los estudiantes si cuentan con autonomía
suficiente para tomar decisiones importantes acerca del currículum y la
selección y formación de maestros; además, sus principales áreas de
responsabilidad deberán concentrarse en mejorar el aprendizaje de los alumnos.
Los países optan cada vez más por la toma de decisiones descentralizada y por
equilibrar ésta con una mayor centralización de los regímenes de rendición de
cuentas, como las pruebas estandarizadas (p. 13).
De modo paralelo a la crisis de
modelos basados en el control, vertical y burocrático, se ha perdido la
confianza en los cambios planificados externamente para mejorar la educación,
como muestra el “fracaso” de las sucesivas reformas. Confiamos ahora más en
movilizar la capacidad interna de cambio (de los centros como organizaciones,
de los individuos y grupos) para regenerar internamente la mejora de la
educación. Se pretende favorecer la emergencia de dinámicas laterales y
autónomas de cambio, que puedan devolver el protagonismo a los agentes y –por
ello mismo– pudieran tener un mayor grado de sostenibilidad. Los cambios deben,
así, iniciarse internamente desde dentro, mejor de modo colectivo, induciendo a
los propios implicados a la búsqueda de sus propios objetivos de desarrollo y
mejora, como ha puesto de manifiesto las experiencias y literatura actual sobre
“comunidades profesionales de aprendizaje” (Bolam, Stoll, Thomas y Wallace,
2005; Escudero, 2009; Stoll y Louis, 2007). En este contexto, el liderazgo –no
restringido al equipo directivo, sino compartido o distribuido– ocupa un lugar
privilegiado (Harris, 2008).
En esta situación podemos
plantear qué hace o puede hacer la dirección en España para mejorar la labor
docente del profesorado en su aula y, consiguientemente, el aprendizaje de los
alumnos. Desde luego, es preciso pasar de un modelo “transaccional”, como hemos
tenido en España (Bolívar y Moreno, 2006), en que los colegas eligen –de
acuerdo con sus intereses, a veces corporativos– al director, por uno
“transformador”, como vio entre otros Leithwood (1994). La dependencia de los
electores, como en la política, hace vulnerable poder ir más allá en un sentido
proactivo y transformador. Romper estos vínculos de dependencia (Fullan, 1998),
junto a otras regulaciones externas, es necesario para un cambio educativo.
Entendemos por “liderazgo”,
fundamentalmente, la capacidad de ejercer influencia sobre otras personas, de
manera que éstas puedan tomar las líneas propuestas como premisa para su
acción. Esta influencia, no basada en el poder o autoridad formal, se puede
ejercer en distintas dimensiones, especialmente en el plano organizativo,
cuando una dirección logra alcanzar consenso y moviliza a la organización en
torno a metas comunes (Leithwood, Day, Sammons, Harris y Hopkins, 2006).
Cuando estos esfuerzos van dirigidos a la mejora de los aprendizajes de los
alumnos, hablamos de liderazgo educativo o pedagógico. En este
sentido, ciertas rutinas administrativas asociadas a la dirección de la
organización no forman parte del liderazgo pedagógico. Si bien, siendo
realistas, en las condiciones actuales, en muchos casos, es preciso asegurar la
gestión y funcionamiento de la organización, ejercer un liderazgo supone ir más
lejos induciendo al grupo a trabajar en determinadas metas propiamente
pedagógicas.
Al respecto, el informe TALIS
(OCDE, 2009) señala que no hay oposición entre un modelo administrativo y otro
pedagógico: los directores que ejercen un destacado liderazgo pedagógico son,
en general, los que también ejercen mejor el liderazgo administrativo. En Chile
esto parece constatarse, como muestra el informe (Carbone, 2008) sobre la
situación del liderazgo escolar, en el que se mantiene la hipótesis de que
dicho liderazgo se vehiculiza a través de los dispositivos de gestión, como
modo para impactar en los aprendizajes de los alumnos. Sin embargo, es cierto,
que la sobrecarga de actividades burocráticas-administrativas impide el
ejercido de un liderazgo pedagógico (Weinstein, 2009). En el caso español, en
el informe TALIS, según la percepción del profesorado y directores, obtiene la
puntuación más baja en liderazgo pedagógico y también en liderazgo
administrativo, muy por debajo de la media. Siendo compatibles ambas
dimensiones (gestión y liderazgo), también es cierto que atender la primera
puede limitar desarrollar la segunda. Como dice el Informe McKinsey (Barber y
Mourshed, 2007) deben estructurarse las funciones, expectativas e incentivos
para asegurarse de que los
Directores se concentran en el
liderazgo en instrucción y no en la administración del establecimiento. Esto
contrasta con los sistemas educativos en que muchos directores dedican la mayor
parte de su tiempo a tareas que no se relacionan directamente con la mejora de
la enseñanza en sus escuelas, limitando así las capacidades para hacer realidad
mejoras concretas en los resultados de los alumnos (p. 34).
Todo esto ha contribuido a que la
dirección pedagógica de los centros educativos se esté constituyendo, a nivel
internacional y nacional, como un factor de primer orden en la mejora de la
educación, al tiempo que en una prioridad de las agendas de las políticas
educativas. Diversos informes internacionales lo ponen de manifiesto. Por una
parte, el informe TALIS (OCDE, 2009) analiza la relevancia de un liderazgo para
el aprendizaje
del alumnado, del profesorado y del propio centro como organización. La
propia OCDE ha decidido intervenir en esta dimensión, a través de su programa
titulado Mejorar el liderazgo escolar (Improving school leadeship), en el que
participan entre otros Chile (Mineduc, 2007) y España (Ministerio de Educación,
2007). Justifica entrar en esta dimensión dado que, como afirma al comienzo de
su estudio:
El liderazgo escolar se ha
convertido en una prioridad de los programas de política educativa a nivel
internacional. Desempeña una función decisiva en la mejora de los resultados
escolares al influir en las motivaciones y capacidades de los maestros, así
como en el entorno y ambiente escolares. El liderazgo escolar eficaz es
indispensable para aumentar la eficiencia y la equidad de la educación. [...]
Los responsables de política educativa necesitan mejorar la calidad del
liderazgo escolar y hacerlo viable (Pont, Nusche y Moorman, 2008, pp. 9-19).
Un liderazgo centrado en el
aprendizaje
La agenda próxima en la mejora
del ejercicio de la dirección, de acuerdo con las orientaciones más potentes en
la literatura (Day, Sammons y Hopkins 2009; Macbeath y Nempster, 2009), es el
liderazgo centrado en el aprendizaje (learning-centered leadership); es decir,
vincular el liderazgo con el aprendizaje del alumnado. Un liderazgo para el
aprendizaje toma como núcleo de su acción la calidad de enseñanza ofrecida y
los resultados de aprendizaje alcanzados por los alumnos. El asunto prioritario
es, pues, qué prácticas de la dirección escolar crean un contexto para un mejor
trabajo del profesorado y, conjuntamente, de todo el establecimiento
educacional, impactando positivamente en la mejora de los aprendizajes del
alumnado (Weinstein et al., 2009). Para lograrlo, entre otros, deja de ser
un rol reservado al director, siendo dicha misión compartida por otros miembros
del equipo docente. En este sentido, dice Elmore (2000, p. 25), que “la mejora
es más una cualidad de la organización, no de caracteres preexistentes de los
individuos que trabajan en ella”; por eso mismo, el liderazgo ha de ser
concebido como algo separado de la persona y del papel que esa persona pueda
desempeñar en un momento determinado. El liderazgo está en la escuela y no en
la persona del director; que ha de construir su propia capacidad de liderazgo.
Las dimensiones transformacionales del liderazgo (rediseñar la organización),
junto con el liderazgo instructivo o educativo (mejora de la educación
ofrecida), en los últimos años han confluido en un liderazgo centrado en el
aprendizaje (del alumnado, del profesorado y de la propia escuela como
organización). Más específicamente se entiende como un liderazgo centrado-en o
para el aprendizaje (leadership for learning). Esta perspectiva no es un modelo
más de los que han desfilado en torno al liderazgo sino que expresa, en el
contexto escolar, la dimensión esencial del liderazgo, cuya relación causal
recogen diversas investigaciones (Swaffield y Macbeath, 2009). El liderazgo
para el aprendizaje implica en la práctica, al menos, cinco principios (Macbeath,
Swaffield y Frost, 2009): centrarse en el aprendizaje como actividad, crear
condiciones favorables para el aprendizaje, promover un diálogo sobre el
liderazgo y el aprendizaje, compartir el liderazgo, un responsabilización común
por los resultados. La creación de una cultura centrada en el aprendizaje de
los alumnos requiere: promover la cooperación y cohesión entre el profesorado,
un sentido del trabajo bien hecho, desarrollar comprensiones y visiones de lo
que se quiere conseguir.
En el referido programa
(Improving School Leadership) promovido por la OCDE, la mejora del liderazgo
escolar pasa por cuatro grandes líneas de acción: (re)definir las
responsabilidades; distribuir el liderazgo escolar; adquirir las competencias
necesarias para ejercer un liderazgo eficaz; y hacer del liderazgo una
profesión atractiva. Dicho informe señala que las responsabilidades del
liderazgo escolar han de ser redefinidas para un mejor aprendizaje de los
estudiantes, reconociendo que “el liderazgo para el aprendizaje es el carácter
fundamental del liderazgo escolar” (Pont et al., 2008, p. 10). Una de las
tareas centrales de la dirección escolar, hasta ahora entendida como alejada de
su competencia, es contribuir a mejorar las prácticas docentes y actuación
profesional del profesorado, con el objetivo último del incremento de
aprendizajes del alumnado, es decir, un “liderazgo centrado en apoyar, evaluar
y desarrollar la calidad docente se reconoce ampliamente como un componente
esencial del liderazgo eficaz” (Pont et al., 2008, p. 44)
Las prácticas de liderazgo han
cambiado dramáticamente en las dos últimas décadas, particularmente en
contextos de política educativa donde los centros educativos tienen mayor
autonomía y, paralelamente, una mayor responsabilidad por los resultados
escolares (Stoll y Temperley, 2009). A medida que el mejoramiento se torna más
dependiente de cada establecimiento educacional y éste, con mayores cotas de
autonomía, debe dar cuenta de los resultados obtenidos, el liderazgo educativo
de los equipos directivos adquiere mayor relevancia. Si bien pueden ser
discutibles las formas y usos de la evaluación de establecimientos escolares en
función del rendimiento de sus estudiantes, lo cierto es que están incidiendo
gravemente en la dirección escolar (Elmore, 2005). Por eso, un liderazgo para
el aprendizaje toma como núcleo de su acción la calidad de enseñanza ofrecida y
los resultados de aprendizaje alcanzados por los alumnos. De hecho, más allá de
resolver los asuntos cotidianos de gestión, los equipos directivos están
desarrollando ya nuevas prácticas acordes con las demandas actuales.
A pesar de la importancia, antes
resaltada, de la dirección en la mejora de la enseñanza, no queremos caer en
atribuir a la dirección factores causales que no le pertenecen. En este
sentido, como dice Elmore (2000), resulta necesario desromantizar el liderazgo;
es decir, dejar de proyectar en él lo que debieran ser buenas cualidades para
el funcionamiento de la organización; y –en su lugar– abogar por un liderazgo
distribuido (distributed leadership) entre todos los miembros (Harris, 2008),
que contribuya a capacitar al personal en la mejora. El liderazgo –como
proclaman propuestas ingenuas, en un salto al vacío– no es la solución a todos
los problemas, sino parte de ella. De modo paralelo es preciso poner el foco de
atención, de un lado, en potenciar el liderazgo del profesor (Lieberman y
Miller, 2004; Harris, 2004); de otro, las escuelas como comunidades
profesionales de aprendizaje efectivas (Stoll y Louis, 2007). Se trata de
generar una cultura escolar robusta, con implicación de todos los agentes (incluida
la familia y la comunidad), en un proceso que Kruse y Louis (2008) llaman
“intensificación del liderazgo”. Sin construir un sentido de comunidad que
valora el aprendizaje poco lejos puede ir el liderazgo.
El impacto del liderazgo en la
mejora de los aprendizajes: efectos y prácticas
La literatura actual, derivada de
los estudios sobre eficacia y mejora de la escuela, ha destacado el papel
desempeñado por el liderazgo pedagógico en organizar buenas prácticas
educativas en los centros escolares y en contribuir al incremento de los
resultados del aprendizaje. El “efecto-director” es, normalmente, un efecto
indirecto: no es él quién trabaja en las aulas, pero puede contribuir a
construir las condiciones para que se trabaje bien en ellas. Sin duda la efectividad
de un profesor en la clase está en función de sus capacidades, de las
motivaciones y compromiso y de las características del contexto en que trabaja
y del entorno externo (social y político). Pero la creación de un ambiente y de
unas condiciones de trabajo que favorezcan a su vez un buen trabajo en las
aulas es algo que depende de los equipos directivos. Por eso, si bien otros
factores y variables tienen su incidencia, la función del equipo directivo se
convierte en un “catalítico” en la mejora de los centros educativos,
especialmente en la promoción y gestión de la enseñanza. Por eso, no hay un
proyecto de dinamización o de mejora en un centro que no esté el equipo
directivo detrás, aunque no sea el protagonista directo.
A nivel de investigación, la literatura
actual, derivada de los estudios sobre eficacia y mejora de la escuela, ha
destacado el papel que desempeña el liderazgo educativo en organizar buenas
prácticas educativas en los centros y en contribuir al incremento de los
resultados del aprendizaje (Weinstein et al., 2009). Los efectos
estudiados por la investigación se refieren al liderazgo en el contexto
anglosajón, con roles y capacidades muy distintas a las que tiene el director o
equipos directivos en España. La investigación es consistente sobre los efectos
del liderazgo en la mejora de los resultados, si bien dichos efectos se ven
mediados por las prácticas docentes en el aula (Waters Marzano y McNulty, 2003;
Leithwood y Jantzi, 2008; Leithwood, Louis, Anderson y Wahlstrom., 2004;
Robinson, 2007). Estos investigadores concluyen que, dentro de todos los
factores internos de la escuela, después de la labor del profesorado en el
aula, el liderazgo es el segundo factor que contribuye a lo que aprenden los
alumnos en la escuela, explicando alrededor de un 25% de todos los efectos
escolares. Los líderes generalmente contribuyen al aprendizaje de los alumnos
indirectamente, a través de su influencia sobre otras personas o
características de su organización. Su éxito depende mucho de sus decisiones sobre
dónde dedicar tiempo, atención y apoyo. En una investigación realizada en Chile
por Sergio Garay (2008), el liderazgo explica el 11% de la varianza en la
eficacia escolar, debido a la distinta configuración y competencias que tiene
en Chile. De modo paralelo, en otra investigación realizada por Paulo Volante
(2008, p. 210) se concluye que “en las organizaciones en que se perciben
prácticas de liderazgo instruccional en la dirección escolar, es posible
esperar logros académicos superiores y mayores expectativas respecto a los
resultados de aprendizaje por parte de los profesores y directivos”.
Las revisiones de la
investigación producida en las últimas décadas (Hallinger y Heck, 1998;
Marzano, Waters y McNulty 2005) señalan que los equipos directivos pueden
marcar una diferencia crítica en la calidad de las escuelas y en la educación
de los alumnos. Además, la propia calidad del profesorado puede verse
potenciada, a su vez, por la propia acción de los líderes en ese ámbito. Como
constata el informe de la OCDE, a partir de la revisión de investigaciones:
Los líderes escolares ejercen una
influencia medible, en su mayor parte indirecta, sobre los resultados del
aprendizaje. Esto significa que el impacto de los líderes escolares en el
aprendizaje de los estudiantes, por lo general, es mediado por otras personas,
eventos y factores organizacionales, como maestros, prácticas del salón de
clase y ambiente de la escuela (Pont et al., 2008, p. 34).
En otras revisiones (Robinson,
Hohepa, y Lloyd., 2009) se pone de manifiesto los efectos que determinados
modos de ejercicio del liderazgo son aún mayores en escuelas situadas en
contextos vulnerables y de pobreza, donde un buen liderazgo educativo puede
contribuir decididamente a incrementar sus índices de mejora. Por eso, si bien
los factores externos (sociofamiliares, económicos o culturales) son
condicionantes, no determinan lo que la escuela puede hacer. Estas
investigaciones exploran las relaciones directas e indirectas, estadísticamente
significativas, entre las acciones de los líderes y los resultados del
alumnado. Del mismo modo, aquellas intervenciones en el aprendizaje profesional
del profesorado que tienen un impacto positivo en el aprendizaje del alumnado y
el papel jugado por los líderes en crear las condiciones adecuadas para que
tenga lugar. Los líderes generalmente contribuyen al aprendizaje de los alumnos
indirectamente, a través de su influencia sobre otras personas o
características de su organización. Su éxito depende mucho de sus decisiones
sobre dónde dedicar tiempo, atención y apoyo. Los investigadores han
identificado, según la referida revisión, cinco dimensiones que tienen un
impacto significativo (medido de 0–1) en el aprendizaje de los estudiantes:
1. Promover y participar en el
aprendizaje y desarrollo profesional de su profesorado (0.84)
2. Planificar, coordinar y
evaluar la enseñanza y el currículum (0.42)
3. Establecer metas y
expectativas (0.35)
4. Empleo estratégico de los
recursos (0.34)
5. Asegurar un entorno ordenado
de apoyo (0.27)
En una amplia investigación, en
la que han participado reconocidos investigadores (Day, et al., 2009),
sobre el impacto del liderazgo en los resultados de los alumnos, entiende que
los resultados de los alumnos (cognitivos, afectivos, conducta social), dependen,
en primer lugar, como variable mediadora, de las condiciones del trabajo
docente, cuyo impacto en el aprendizaje se verá moderado por otras variables
como el capital cultural de la familia o el contexto organizativo. Una y otra
pueden verse influenciadas por quienes ejercen roles de liderazgo, produciendo
–de este modo– mejoras en el aprendizaje del alumnado. En particular, como se
describe posteriormente, cómo se puede intervenir en la cultura profesional
docente, formación continua o condiciones de trabajo del profesorado en modos
que favorezcan los objetivos deseados.

Figura 1. Los efectos del
liderazgo escolar
Como indica la Figura 1, para
mejorar el aprendizaje y resultados de los alumnos se debe mejorar el desempeño
del profesorado. Dicho desempeño está en función de la motivación y el
compromiso, la capacidad o competencia y las condiciones en que trabajan. Si
pueden influir menos directamente sobre las competencias docentes, sin embargo
pueden ejercer una fuerte influencia en las otras variables (motivaciones y
compromisos, condiciones del trabajo docente). En la Figura se recogen, de modo
simplificado, la fuerza de las relaciones (baja, moderada o alta influencia),
de acuerdo con los resultados de la investigación. Cuando los directores
ejercían este tipo de liderazgo mayor influencia tenían en estas variables
intermedias del profesorado que, a su vez, condicionan las nuevas prácticas
docentes y, finalmente, los resultados de los alumnos. La Figura 1 muestra,
asimismo, que las capacidades docentes son las que mayor influyen en las
prácticas, si bien el grado de intervención del director en ellas es menor.
Este es un reto al que habrá que hacer frente en el futuro. Igualmente, el
sentido de eficacia se constituye en una variable de primer orden. Por tanto,
los líderes escolares con éxito mejoran la enseñanza y el aprendizaje y, por lo
tanto, de manera indirecta, los resultados de los alumnos, principalmente a
través de su influencia en la motivación del personal, el compromiso, las
prácticas de enseñanza y desarrollando las capacidades del profesorado para el
liderazgo.
Los efectos exitosos del
liderazgo en el aprendizaje de los alumnos dependerán mucho tanto de las
prácticas desarrolladas, como de que el liderazgo esté distribuido o
compartido, así como de sus decisiones sobre en qué dimensiones de la escuela
dedicar tiempo y atención. En una investigación modélica, Leithwood,
Day et al. (2006) han descrito cuatro grandes tipos de prácticas del
liderazgo que tienen un impacto en el aprendizaje de los alumnos:
1. Establecer una dirección
(visión, expectativas, metas del grupo). Los directores efectivos proveen de
una visión clara y un sentido a la escuela, desarrollando una comprensión
compartida y misión común de la organización, focalizada en el progreso de los
alumnos. Para esto desarrollan prácticas tales como: identifica nuevas
oportunidades para la organización, para motivar e incentivar al personal para
conseguir las metas comunes. Esto implica establecer valores y alinear al staff
y a los alumnos de acuerdo con ellos.
2. Desarrollar al personal.
Habilidad del líder para potenciar aquellas capacidades de los miembros de la
organización necesarias para movilizarse de manera productiva en función de
dichas metas. Prácticas coherentes son: desarrollo profesional, atención,
incentivos o apoyo, procesos deliberativos que amplíen la capacidad de los
miembros para responder mejor a las situaciones.
3. Rediseñar la organización.
Establecer condiciones de trabajo que posibiliten al personal un desarrollo de
sus motivaciones y capacidades, con prácticas que construyen una cultura
colaborativa, faciliten el trabajo en equipo, así como gestionar el entorno.
Para eso se han de posibilitar la creación de tiempos comunes de planificación
para profesores, establecimiento de estructuras grupales para la
resolución de problemas, distribución del liderazgo y mayor implicación del
profesorado en la toma de decisiones.
4. Gestionar los programas de
enseñanza y aprendizaje. Conjunto de tareas destinadas a supervisar y evaluar
la enseñanza, coordinar el currículum, proveer los recursos necesarios y seguir
el progreso de los alumnos. Prácticas adecuadas son: supervisar la sala de
aula; motivar, emocionalmente, al profesorado, con actitud de confianza hacia
ellos y sus capacidades, promoviendo su iniciativa y apertura a nuevas ideas y
prácticas.
Por su parte, Viviane Robinson
(2007), apoyándose en estudios cuantitativos que vinculan liderazgo con
resultados de alumnos, define cinco dimensiones de liderazgo que lo hacen
eficaz:
1. Establecimiento de metas y
expectativas. Esta dimensión incluye establecer objetivos de aprendizaje
relevantes y medibles, comunicar de forma clara a todas las partes y hacer el
seguimiento de los mismos, así como la implicación del cuerpo docente y de otros
en el proceso. Metas claras generan buen desempeño y sentido de prioridades en
medio de las nuevas exigencias y hacen que los profesores puedan disfrutar de
su trabajo al sentirse controlando la situación, en lugar de siendo controlados
por ésta.
2. Obtención de recursos en forma
estratégica. Implica alinear la selección de recursos con las prioridades de
los objetivos de enseñanza. Igualmente, incluye la adecuada selección y
provisión del personal docente. Implica también un enfoque concentrado y no fragmentado
del mejoramiento escolar.
3. Planificación, coordinación y
evaluación de la enseñanza y del currículum. Implicación directa en el apoyo y
evaluación de la enseñanza mediante la visita regular a las clases en las
aulas, y la provisión de los correspondientes feedbacks formativos y sumativos
a los docentes. Supervisión directa del currículum mediante la coordinación
entre profesorado entre niveles y etapas de la escuela y en el interior de cada
curso o ciclo. La coherencia incrementa las oportunidades de aprendizaje. La
evaluación, basada en evidencias, posibilita la indagación para la mejora.
4. Promoción y participación en
aprendizaje y desarrollo docente. Si la calidad de los docentes tiene impacto
directo en la oportunidades que tendrán los niños, el liderazgo tendrá que
promover las oportunidades, formales e informales, para el aprendizaje
profesional. Además de promoverlas, debe participar directamente con los
docentes en el desarrollo profesional.
5. Aseguramiento de un entorno
ordenado y de apoyo. Organizar las aulas para reducir los tiempos de espera,
las presiones externas y las interrupciones para proteger las oportunidades de
aprendizaje de los alumnos. Se debe establecer un entorno ordenado, que
favorezca el aprendizaje, dentro y fuera del aula.
En conjunto, pues, de modo
paralelo, hay una coincidencia sobre prácticas que promueven un liderazgo
eficaz. Dado que el aprendizaje no suele aparecer de modo contingente o
accidental, el equipo directivo debe crear entornos, disponer espacios y
tiempos que faciliten y apoyen el aprendizaje del profesorado, de la
organización y, en último extremo, del alumnado. Evidentemente, si el elemento
central es el aprendizaje de los estudiantes, se deben rediseñar aquellas
estructuras que hacen posible la mejora a nivel de aula, apoyando y estimulando
el trabajo del profesorado en clase (Robinson, Hohepa y Lloyd, 2009). En esta
medida, los equipos directivos dirigen su acción a rediseñar los contextos de
trabajo y relaciones profesionales, por lo que están llamados a ser “líderes
pedagógicos de la escuela” (Leithwood, 2009). La creación de una cultura
centrada en el aprendizaje de los alumnos requiere: promover la cooperación y
cohesión entre el profesorado, un sentido del trabajo bien hecho, desarrollar
comprensiones y visiones de lo que se quiere conseguir (Waters, Marzano y
McNulty, 2003).
Hacia una dirección educativa.
España y Chile
Aun cuando cada país tiene su
propia historia y tradición, que tanto pesa sobre su configuración actual y que
–a la vez– condiciona los posibles cambios futuros; a nivel comparativo,
comparten en este tema un diagnóstico y una vía de salida. En las dos últimas
décadas, Chile y España, han experimentado un desarrollo espectacular en
educación (nivel de cobertura, extensión años de escolaridad obligatoria,
cambios en el currículum, programas de compensación educativa, incremento
sustantivo del financiamiento, mejora remuneraciones docentes, etc.). Sin
embargo, esto no se ha traducido, de modo significativo, en una mejora de los
aprendizajes, como muestran los resultados en PISA y, en el caso de Chile,
también en SERCE. Desde luego, hay muchos factores que condicionan dicha
mejora, en particular la formación del profesorado y la calidad de los procesos
instructivos desarrollados (Uribe, 2007). Pero, como acabamos de defender, el
liderazgo de los directivos tiene un papel de primer orden.
En el caso español, por una
historia particular (Viñao, 2005), los directivos escolares han tenido escasas
atribuciones para poder ejercer un liderazgo educativo. Institucionalmente ha
estado situada con una debilidad estructural y graves limitaciones para diseñar
entornos de mejora del aprendizaje de todos los alumnos (Ministerio de
Educación, 2007). No basta confiar en el compromiso o voluntarismo de todos el
profesado de una escuela, porque en tal caso poco se podía hacer para ir más
allá de la contingencia y suerte con el profesorado que se cuente en el centro
escolar. Sin embargo, están empezando cambios significativos en ejercicio de la
dirección en España, ya reflejados en las nuevas regulaciones legislativas, en
un tránsito de un modelo burocrático a una dirección pedagógica, encaminada a
la mejora de los aprendizajes y de los resultados del centro escolar, de
acuerdo con las orientaciones reflejadas en la literatura internacional.
En las últimas décadas, en
general, se ha operado un doble proceso. Si bien hay todo un conjunto de
posibilidades para apoyar esta política de mejora dirigida a potenciar el
liderazgo educativo; por otra, partimos de una cultura escolar con graves
impedimentos para que los directivos escolares puedan ejercer dicho papel.
España, junto con Portugal, han compartido un modo singular (y único) de
dirección escolar dentro de la Unión Europea (Ministerio de Educación, 2007;
Bolívar y Moreno, 2006), en ambos casos el director es elegido por sus colegas.
En España, las expectativas suscitadas por una cultura de la participación no
se han correspondido con la realidad. No siempre que sea “electivo” significa
ser democrático, puesto que puede ser también “corporativo”. Por eso mismo, no
es el procedimiento de acceso el que garantiza su carácter democrático, cuanto
el modo de funcionamiento y cómo está estructurada la organización. En su
crisis han concurrido diversas causas: los mecanismos de elección no han
funcionado en un alto porcentaje (40%) por falta o penuria de candidatos,
teniendo –en estos casos– que ser nombrados por la Administración; los
ineludibles mecanismos de transacción con los compañeros que lo han elegido no
posibilita a la larga una mejora; finalmente, tampoco ha motivado el ejercicio
de un liderazgo distribuido, compartido o democrático en una comunidad
profesional de aprendizaje. La lógica colegial de naturaleza corporativa impide
el ejercicio de un liderazgo pedagógico (Bolívar, 2006). Por eso, la
nueva regulación en España ha cambiado la elección por “selección”.
Un punto crítico sobre la
dirección y organización de centros en España es qué hace o puede hacer la
dirección para mejorar la labor docente del profesorado en su aula y,
consiguientemente, el aprendizaje del alumnado (Bolívar y Moreno, 2006). Además
de otros procesos o condiciones, parece también evidente que un modelo colegial
de elección de directores, presenta serias dificultades para un liderazgo
pedagógico o educativo. Así el Informe TALIS (OCDE, 2008) dibuja una dirección
en España con escasa capacidad para mejorar los procesos de enseñanza‑aprendizaje
pues, de acuerdo con la percepción de los agentes educativos, obtiene la
puntuación más baja en liderazgo pedagógico y también en liderazgo
administrativo, muy por debajo de la media. Por eso, tenemos un conjunto de
retos pendientes para poder acercarnos a la referida forma de trabajo (Bolívar,
2006).
Influidos por las tendencias
actuales, que consideran prioritario el papel de liderazgo educativo, contamos
ahora con una progresiva convergencia de nuestra legislación y política
educativa con dichas orientaciones. Al respecto la actual Ley Orgánica de
Educación (LOE) introduce (art. 132) como novedad, entre las competencias del
director, “ejercer la dirección pedagógica, promover la innovación educativa e
impulsar planes para la consecución de los objetivos del proyecto educativo del
centro”. De modo similar, por limitarnos a las aprobadas y publicadas, la Ley de
Educación de Andalucía reafirma la función de “dirección pedagógica” (art.
132.1). Por su parte, la Ley de Educación de Cataluña especifica que tiene
funciones de “liderazgo pedagógico” (art. 142), en particular en el ejercicio
de la autonomía pedagógica; paralelamente la Administración educativa debe
fomentar y apoyar “la capacidad de la capacidad de liderazgo de los
profesionales de la organización y gestión de los centros educativos” (art.
100). A su vez, los nuevos Reglamentos Orgánicos de los centros (en Andalucía y
otras comunidades) o el “Decret d’autonomía dels centres educatius” de
Cataluña, ambos en fase de borrador, están concretando –y ampliando– el
ejercicio de liderazgo pedagógico. Este último habla de que “la dirección de
los centros adquiere un papel de liderazgo global de la acción de los centros
públicos”.
Paralelamente, un Informe de
Eurydice (2008) sobre las reformas de autonomía escolar en Europa, señala como
tendencia general el progresivo incremento de descentralización y autonomía en
los países europeos, recayendo –dentro de una “nueva gestión pública”– en el
director la responsabilidad de su ejercicio y de la mejora de la calidad.
Como se acaba de señalar, también en España, de ser uno de los países donde
menos competencias organizativas, pedagógicas y de gestión tienen los equipos
directivos, justo en este momento estamos en un proceso de ampliación real de
dicha autonomía. Dado que las circunstancias (autonomía, responsabilización por
los resultados) fuerzan a ir en este camino, se está, pues, en un situación de
no retorno (Bolívar, 2009; 2010). Si el profesorado es clave en la mejora, los
directores y directoras han de crear las condiciones y el contexto para que los
docentes puedan mejorar en ejercicio profesional. Por eso, un punto crítico
sobre la dirección y organización de centros en España es qué hace o puede
hacer la dirección para mejorar la labor docente del profesorado en su aula y,
consiguientemente, el aprendizaje del alumnado (Bolívar y Moreno, 2006).
El Ministerio de Educación de
Chile ha desarrollado una serie de modelos, sistemas y modificaciones legales.
En una inciativa laudable, presentó en el año 2005 el Marco para la Buena
Dirección (MBD), determinando las competencias profesionales que deben
poseer los directivos con los criterios y descriptores en cuatro grandes
ámbitos (liderazgo, gestión curricular, gestión de la convivencia y gestión de
recursos). Reconociendo el avance indudable que supone el MBD, como señalan
diversos estudios (Garay y Uribe, 2006), el marco normativo y la situación
heredada no permiten el adecuado ejercicio de dicho liderazgo; por lo que “es
clave que deje de poseer un carácter sólo indicativo, para atravesar las
políticas efectivas que se desarrollan diariamente, en particular por parte de
los sostenedores, en relación a los directivos (Weinstein, 2009).
Se han iniciado reformas en el
marco legal (atribuciones y funciones de los directores de establecimientos
educacionales, asignación de desempeño, concursabilidad, etc.), así como
otras en el ámbito de la evaluación y calidad (Sistema Nacional Evaluación de
Desempeño, Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Gestión Escolar y el
sistema de Evaluación de desempeño de docentes directivos y técnico –
pedagógicos). Si dichas medidas no han tenido su reflejo adecuado en un
mejoramiento sustantivo de la calidad de la educación se debe a que los
directivos no ejercen un liderazgo pedagógico. Esto requiere incidir en esta
dimensión, tanto en el plano regulativo, de formación y de selección‑acceso a
la dirección. El Marco para la Buena Dirección, así como el Sistema de
Aseguramiento de la Calidad de la Gestión Escolar, precisan para una adecuada
implementación de un liderazgo educativo, más allá de la gestión administrativa
actual. La extensa renovación próxima de los actuales directivos que, por su
elevada edad (55.9 de media), especialmente en los establecimientos
municipalizados (Carbone, 2008), se ha de acometer en los próximos años,
aconseja atraer a los mejores líderes pedagógicos. Hacer de la dirección una
profesión atractiva y desarrollar las competencias para un liderazgo
eficaz son dos líneas de acción que aconseja la OCDE (2008) en su
conocido informe (Improving School Leadership).
Sin embargo resulta difícil, en
las actuales estructuras, el ejercicio de un liderazgo educativo. Las
escuelas como organizaciones, como ha mostrado altamente la sociología de la
enseñanza, están “débilmente articuladas”, funcionando cada uno
independientemente en su aula, por lo que son escasas –cuando no nulas– las
posibilidades de que los directivos puedan supervisar lo que sucede en las
clases, y –por tanto– tampoco las de un “liderazgo educativo”. La
inviolabilidad de las elecciones y acciones que los profesores toman en clase
sobre lo que enseñan y cómo lo hacen, impiden cualquier supervisión educativa
por parte de la dirección. La atomización y fragmentación de la enseñanza, el
habitual individualismo, en efecto, impide tanto la colaboración como la
evaluación conjunta de lo planificado a nivel general y de la práctica concreta
en el aula. Cuando la organización está débilmente articulada y las prácticas
docentes individuales dependen del voluntarismo de cada profesor y la “lógica
de la confianza”, hablar de liderazgo pedagógico resulta escasamente significativo,
como comenta Elmore (2000), dado que la estructura institucional, en principio,
lo impide. Hay una resistencia docente a cualquier tipo de supervisión u
orientación de su enseñanza, asentada en un corporativismo e individualismo,
que se traduce en una no intervención de la dirección. Una larga tradición,
empotrada en la cultura escolar (particularmente en Secundaria), hace que el
director de las escuelas públicas no suele saber lo que ocurre en las aulas, la
información que puede tener le suele llegar por vías indirectas. Dado que el
aislamiento es uno de sus principales enemigos de la mejora, una dirección
pedagógica debiera contribuir a crear una visión compartida de la escuela.
Si la gestión se limita a
mantener que las cosas funcionen bien (primer nivel necesario), el liderazgo en
sentido transformador supone involucrar a los demás en una meta de cambio y
mejora de la organización. Entre resolver las tareas más apremiantes de gestión
y reaccionar a los numerosos requerimientos administrativos (paradójicamente,
incrementados, de modo más complejo, en los últimos tiempos), e inducir un
sentido proactivo a la acción colectiva, se juega el papel transformador que
los equipos directivos puedan tener en la innovación curricular de una escuela
(Leithwood, Jantzi y Steinbach, 1999). La dirección de las escuelas es
mayoritariamente –en los mejores casos– transaccional; en otros, simplemente
reactiva a los numerosos requerimientos de las distintas instancias. El
liderazgo se tiene que dirigir, por eso, a transformar los modos habituales de
enseñanza en nuevos escenarios de aprendizaje. El equipo directivo tiene que
jugar una función a caballo entre la transacción con los colegas y las
necesidades de transformación que pueden demandarse desde otras instancias. Al
respecto, dice Elmore (2008):
Para un director, la práctica de
mejora consiste, en gran medida, en hacer visible lo que no se ve. La mayor
parte de personas que ocupan un puesto dirigente en la escuela están más o
menos socializados en una cultura relativamente disfuncional. Esta
socialización consiste, entre otras cosas, en aprender a considerar que la
mayoría de aspectos de la escuela y de su cultura como adquisiciones
establecidas, concentrándose sobre un pequeño número de cosas que la cultura define
como posibles. Para que los directivos aprendan a gestionar activamente el
proceso de mejora, se precisa poner al día, analizar y modificar todas las
reglas, normas y convenciones implícitas que constituyen obstáculos para la
acción (p. 51).
Discusión y conclusiones
En su revisión de las Reformas
Educativas en Chile en las últimas décadas (Weinstein y Muñoz, 2009) afirman
que ésta no ha otorgado un rol significativo a los directivos, no siendo
considerados un actor clave para el éxito de los cambios. Se requiere un
quiebre, en varias dimensiones, convirtiendo a este estamento en un factor
catalizador del cambio en las escuelas. Dentro de la revisión crítica de las
políticas de reforma de los 90 y sus resultados, la mejora docente en el aula,
como ya lo apuntaba el Marco para una Buena Dirección, demanda nuevos modos de
ejercer la dirección de los establecimientos. De modo paralelo en España,
Bolívar (2006), basándose en una investigación realizada para el Instituto
Nacional de Calidad y Evaluación (INCE), señala cómo el modelo electivo por el
Consejo Escolar, establecido en 1985, no ha resuelto adecuadamente la dirección
de las escuelas, entre otras cosas por la ausencia de candidatos y su carácter
no profesional, abogando por un liderazgo pedagógico. Sorprende, pues, que la
política educativa haya mantenido en el olvido durante tanto tiempo a unos
profesionales con un papel tan decisivo sobre los resultados escolares. Vamos a
señalar algunas conclusiones que, de acuerdo con los análisis previos, pueden sugerir
propuestas de interés para ambos países.
En primer lugar, objetivo
prioritario de las políticas educacionales en el siglo XXI es garantizar a
todos los estudiantes los aprendizajes imprescindibles que les que posibiliten,
sin riesgo de exclusión, la integración y participación activa en la vida
pública. El liderazgo en la enseñanza está, sin duda, para hacerlo posible.
Necesitamos, pues, los mejores equipos directivos que puedan ejercer un
liderazgo educativo. Para esto, en primer lugar, como sugiere el informe de la
OCDE (Pont et al., 2008), se requiere hacer de la dirección escolar una
profesión atractiva. Atraer a los mejores candidatos deben potenciarse en
remuneraciones, carrera profesional y formación.
En segundo lugar, se precisa una
formación inicial y en servicio adecuadas. Los líderes escolares necesitan
capacitación específica para responder al aumento de funciones y
responsabilidades, en particular sobre estrategias para mejorar los resultados
escolares. El referido informe de la OCDE (Pont et al., 2008) dedica el
capítulo 4 al “Desarrollo de habilidades para un liderazgo escolar eficaz”. El
Marco para la Buena Dirección reconoce el complejo rol del director y los
docentes que cumplen funciones directivas en la actualidad, que requiere para ejercer
con propiedad el liderazgo y gestión del establecimiento educativo competencias
en cuatro grandes ámbitos de acción: liderazgo, gestión curricular, gestión de
recursos y gestión del clima institucional y convivencia.
Si la dirección escolar se ha asentado
en un conjunto de regularidades que gobiernan la organización de los centros,
la nueva gestión está demandando un cambio de papel que, justamente, al no
haberse producido una reestructuración organizativa, lo impiden. De ahí la
necesidad de un liderazgo de la dirección que incite, de un modo
“transformativo”, al desarrollo del establecimiento escolar como organización.
Hacer posible el liderazgo educacional (pedagógico o instrucional) exige, pues,
cambios en la actual estructura organizativa. Si la acción del liderazgo
educacional se debiera dirigir a crear contextos para el aprendizaje y las
estructuras escolares asentadas más bien favorecen valores idiosincráticos
aislados y aprendizaje individualista, son precisos cambios transformacionales,
a nivel organizativo, que posibiliten las acciones deseadas. Un liderazgo
transformador, en la formulación de Leithwood, Jantzi y Steinbach (1999), tiene
como metas fundamentales: estimular y desarrollar un clima de colegialidad,
contribuir al desarrollo profesional de sus profesores, e incrementar la
capacidad de la escuela para resolver sus problemas.
A su vez, este liderazgo no va
unido a ocupar una posición formal en la cumbre de la pirámide, más bien la
iniciativa e influencia está distribuida entre todos los miembros (liderazgo
distribuido) de la escuela. Asignar a una persona la iniciativa de cambio,
impidiendo el liderazgo de las demás, impediría que la organización aprenda.
Desde las “organizaciones que aprenden” se subraya la necesidad de distribuir o
dispersar las tareas dinamizadoras en el conjunto del profesorado, como hemos
comentado en otro lugar (Bolívar, 2000). Al fin y al cabo, la capacidad
de cambio de una escuela dependerá no de una cúspide, sino de que el liderazgo
de la dirección se diluya, de modo que –como cualidad de la organización–
genere el liderazgo múltiple de los miembros y grupos, siendo –por tanto– algo
compartido. Si queremos que los profesores asuman un papel más profesional, con
funciones de liderazgo en sus respectivas áreas y ámbitos, deben asumir
dirección y autoridad en sus respectivos ámbitos. Por otra parte, configurar
los centros escolares como comunidades profesionales de aprendizaje que puedan
posibilitar el aprendizaje a través del trabajo conjunto.
El director, en este sentido,
tiene que ejercer un papel “transformador”: estimular y desarrollar un clima de
colegialidad, contribuir al desarrollo profesional de sus profesores, e
incrementar la capacidad de la escuela para resolver sus problemas. Construir
una visión colectiva y situar los objetivos prácticos, creación de culturas de
colaboración, altas expectativas de niveles de consecución y proveer apoyo
psicológico y material al personal, son otras tantas dimensiones de estas
funciones transformadoras. El modelo de liderazgo pedagógico tiene tres
características importantes (Elmore, 2008):
(1) Se centra en la práctica de
la mejora de la calidad de la enseñanza y el rendimiento de los estudiantes,
(2) Se trata de liderazgo como una función distribuida más que como un rol basado
en la actividad, y (3) Se requiere más o menos continua formación y
actualización de conocimientos y habilidades, tanto porque el conocimiento base
de la práctica docente está cambiando constantemente como porque hay que
reponer la población de los líderes actuales (p. 58).
En cualquier caso, abandonada
definitivamente cualquier añoranza de líderes heroicos con cualidades y
competencias excepcionales y abogando, en su lugar, por un liderazgo compartido
o distribuido, de lo que se trata es de un “liderazgo sostenible”, como han
mantenido Hargreaves y Fink (2008). La responsabilidad de asegurar una buena
educación para todos, en un contexto que acrecienta las diferencias y dualiza
la sociedad y las propias escuelas entre integrados y marginalizados, exige un
espacio social y moral sostenibles en el tiempo, con los propósitos de promover
aprendizajes, amplios y profundos, para toda la ciudadanía. Pues de lo que se
trata, en último extremo, es de cómo garantizar a toda la población en la
escolaridad obligatoria, como derecho y como condición de la ciudadanía, aquel
conjunto de saberes y competencias básicas que posibiliten, sin riesgo de
exclusión, la integración y participación activa en la vida pública. Para eso,
no basta tener algunas buenas escuelas que funcionan bien, sino hacer de cada
escuela una gran escuela. El liderazgo en la enseñanza ocupa, sin duda, un
lugar en dicha tarea.
Revisar: Cap. 6, titulado “Leading to learn: School Leadership and Management Styles” (pp. 189-217).
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sábado, 2 de diciembre de 2017
miércoles, 29 de noviembre de 2017
Protocolo Maltrato Infantojuvenil - Educación-CDNNyA 2016
https://es.scribd.com/document/317446816/Protocolo-Maltrato-Infantojuvenil-Educacion-CDNNyA-2016
miércoles, 15 de noviembre de 2017
domingo, 10 de septiembre de 2017
lunes, 21 de agosto de 2017
Día del Niño
Que sean niños los niños.
Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.
Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.
Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente. Que no sean foto de un portal pornográfico. Que no sean los habitantes de un reformatorio.
Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.
Que sean niños los niños, y no un target.
Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad. Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.
Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.
Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.
Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.
Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.
Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.
Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.
Que sean niños los niños.
Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.
Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.
Que sean niños, no "el repetidor" o "el conflictivo" o "el que nunca trae los deberes".
Niños, y no los que empujan el carro con cartones.
Que sean niños los niños, simplemente.
Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.
Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.
Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.
Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.
Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.
Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños. Inocentes de todo lo heredado.
Por Mex Urtizberea
domingo, 20 de agosto de 2017
Idoneidad
Las
enseñanzas del Maestro Ciruela Ricardo Cabrera
Idoneidad
Idoneidad
Recuerdo a dos profesores de música que
tuve hace mucho tiempo. El primero nos enseñaba solfeo: do, mi, do, sol... fa,
re, si, si, si, siiiii... do, re, do. Obviamente, moviendo la mano como
crucificando la alegría y diciendo las notas en un tono monocorde, atonal, como
para convencer a un sordo. El segundo era un músico que hacía una suplencia:
todo fiesta, todo música. Va de suyo que del primero no aprendí nada y padecí
todo. Y del segundo recuerdo que esperaba la hora de música con mucha ansiedad
porque mientras cantábamos me enamoraba cada vez más de mi compañerita de
adelante.
Pero visto a la distancia creo que puedo
agregar un análisis más profundo: el primero no era idóneo, no porque fuera mal
docente; no lo era porque no entendía la música, no sabía qué es la música. Y
el segundo sí era idóneo, pero no porque fuera un buen docente sino porque
llevaba la música en la sangre. Claro que podría no haber sido idóneo por
tratarse de un mal docente... aunque ya se dan cuenta de que no era el caso.
Esa vivencia la puedo trasladar a la
enseñanza de cualquier materia, de cualquier contenido, de cualquier tópico. Un
docente que no sea un buen lector no puede enseñar lengua ni literatura; un
docente que no ejerza su ciudadanía con responsabilidad no puede enseñar educación
cívica; un docente que como mínimo no se aficione a la lectura de divulgación
científica, no puede enseñar ninguna ciencia. No serían idóneos.
Para ser docente -también va de suyo- no
hace falta ser especialista en las materias que se enseñen, pero sí se debe
conocerlas, entenderlas, practicarlas y -sobre todo- disfrutarlas. Es mentira
que se puede enseñar algo que se desconoce, simplemente ayudando a un grupo de
estudiantes a transitar un camino de aprendizaje. Y menos que menos ayudar a
construir un conocimiento (pretensión ridícula de algunos adeptos al
constructivismo).
El solfeo tiene tanto que ver con la
música, como el recitado de las fases de la mitosis con la biología. Para ser
idóneo en cualquier materia hay que estudiar, prepararse, curiosearla,
investigarla.
Es una pena que para nuestro magisterio
exista una oferta tan generosa de cursos de enseñanza, de didáctica y de
modalidades de la educación, y tan somera de actualización o profundización de
contenidos. Hay una cruda realidad: no se puede enseñar lo que no se conoce de
verdad, lo que no se ama.
martes, 1 de agosto de 2017
sábado, 15 de julio de 2017
La era de la información
Castells Manuel La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. 1 México
siglo XXI 1996
PRÓLOGO LA RED Y EL YO
-¿Me consideras un hombre culto y leído?
-Sin duda -replicó Zi-gong-. ¿No lo eres?
-En absoluto -dijo Confucio-. Tan sólo he agarrado el hilo que enlaza el resto∗ .
PRÓLOGO LA RED Y EL YO
-¿Me consideras un hombre culto y leído?
-Sin duda -replicó Zi-gong-. ¿No lo eres?
-En absoluto -dijo Confucio-. Tan sólo he agarrado el hilo que enlaza el resto∗ .
Hacia el final del segundo milenio de la era cristiana, varios acontecimientos de trascendencia
histórica han transformado el paisaje social de la vida humana. Una revolución tecnológica,
centrada en torno a las tecnologías de la información, está modificando la base material de la
sociedad a un ritmo acelerado. Las economías de todo el mundo se han hecho interdependientes
a escala global, introduciendo una nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad
en un sistema de geometría variable. El derrumbamiento del estatismo soviético y la
subsiguiente desaparición del movimiento comunista internacional han minado por ahora el reto
histórico al capitalismo, rescatado a la izquierda política (y a la teoría marxista) de la atracción
fatal del marxismo-leninismo, puesto fin a la guerra fría, reducido el riesgo del holocausto
nuclear y alterado de modo fundamental la geopolítica global. El mismo capitalismo ha sufrido
un proceso de reestructuración profunda, caracterizado por una mayor flexibilidad en la gestión;
la descentralización e interconexión de las empresas tanto interna como en su relación con otras;
un aumento de poder considerable del capital frente al trabajo, con el declive concomitante del
movimiento sindical; una individualización y diversificación crecientes en las relaciones de
trabajo; la incorporación masiva de la mujer al trabajo retribuido, por lo general en condiciones
discriminatorias; la intervención del estado para desregular los mercados de forma selectiva y
desmantelar el estado de bienestar, con intensidad y orientaciones diferentes según la naturaleza
de las fuerzas políticas y las instituciones de cada sociedad; la intensificación de la competencia
económica global en un contexto de creciente diferenciación geográfica y cultural de los
escenarios para la acumulación y gestión del capital. Como consecuencia de este
reacondicionamiento general del sistema capitalista, todavía en curso, hemos presenciado la
integración global de los mercados financieros, el ascenso del Pacífico asiático como el nuevo
centro industrial global dominante, la ardua pero inexorable unificación económica de Europa,
el surgimiento de una economía regional norteamericana, la diversificación y luego
desintegración del antiguo Tercer Mundo, la transformación gradual de Rusia y la zona de
influencia ex soviética en economías de mercado, y la incorporación de los segmentos valiosos
de las economías de todo el mundo a un sistema interdependiente que funciona como una
unidad en tiempo real. Debido a todas estas tendencias, también ha habido una acentuación del
desarrollo desigual, esta vez no sólo entre Norte y Sur, sino entre los segmentos y territorios
dinámicos de las sociedades y los que corren el riesgo de convertirse en irrelevantes desde la
perspectiva de la lógica del sistema. En efecto, observamos la liberación paralela de las
formidables fuerzas productivas de la revolución informacional y la consolidación de los
agujeros negros de miseria humana en la economía global, ya sea en Burkina Faso, South Bronx,
Kamagasaki, Chiapas o La Courneuve.
∗ Relatado en Sima Qían (145 a.C-89 d.C.), «Confucius», en Hu Shi, The Development of Logical Methods in Ancient
China, Shanghai, Oriental Book Company, 1922; citado en Qian, 1985, pág. 125
De forma simultánea, las actividades delictivas y las organizaciones mafiosas del mundo
también se han hecho globales e informacionales, proporcionando los medios para la
estimulación de la hiperactividad mental y el deseo prohibido, junto con toda forma de comercio
ilícito demandada por nuestras sociedades, del armamento sofisticado a los cuerpos humanos
demás, un nuevo sistema de comunicación que cada vez habla más un lenguaje digital universal,
está integrando globalmente la producción y distribución de palabras, sonidos e imágenes de
nuestra cultura y acomodándolas a los gustos de las identidades y temperamentos de los
individuos: Las redes informáticas interactivas crecen de modo exponencial, creando nuevas
formas y canales de comunicación, y dando forma a la vida a la vez que ésta les da forma a ellas.
Los cambios sociales son tan espectaculares como los procesos de transformación
tecnológicos y económicos. A pesar de toda la dificultad sufrida por el proceso de
transformación de la condición de las mujeres, se ha minado el patriarcado, puesto en cuestión
en diversas sociedades. Así, en buena parte del mundo, las relaciones de género se han convertido
en un dominio contestado, en vez de ser una esfera de reproducción cultural. De ahí se
deduce una redefinición fundamental de las relaciones entre mujeres, hombres y niños y, de este
modo, de la familia, la sexualidad y la personalidad. La conciencia medioambiental ha calado las
instituciones de la sociedad y sus valores han ganado atractivo político al precio de ser falseados
y manipulados en la práctica cotidiana de las grandes empresas y las burocracias. Los sistemas
políticos están sumidos en una crisis estructural de legitimidad, hundidos de forma periódica por
escándalos, dependientes esencialmente del respaldo de los medios de comunicación y del
liderazgo personalizado, y cada vez más aislados de la ciudadanía. Los movimientos sociales
tienden a ser fragmentados, localistas, orientados a un único tema y efímeros, ya sea reducidos a
sus mundos interiores o fulgurando sólo un instante en torno a un símbolo mediático. En un
mundo como éste de cambio incontrolado y confuso, la gente tiende a reagruparse en torno a
identidades primarias: religiosa, étnica, territorial, nacional. En estos tiempos difíciles, el
fundamentalismo religioso cristiano, islámico, judío, hindú e incluso budista (en lo que parece
ser un contrasentido), es probablemente la fuerza más formidable de seguridad personal y
movilización colectiva. En un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la
búsqueda de la identidad, colectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en la fuente
fundamental de significado social. No es una tendencia nueva, ya que la identidad, y de modo
particular la identidad religiosa y étnica, ha estado en el origen del significado desde los albores
de la sociedad humana. No obstante, la identidad se está convirtiendo en la principal, y a veces
única, fuente de significado en un periodo histórico caracterizado por una, amplia
desestructuración de las organizaciones, deslegitimación de las instituciones, desaparición de los
principales movimientos sociales y expresiones culturales efímeras. Es cada vez más habitual que
la gente no organice su significado en torno a lo que hace, sino por lo que es o cree ser. Mientras
que, por otra parte, las redes globales de intercambios instrumentales conectan o desconectan de
forma selectiva individuos, grupos, regiones o incluso países según su importancia para cumplir
las metas procesadas en la red, en una corriente incesante de decisiones estratégicas. De ello se
sigue una división fundamental entre el instrumentalismo abstracto y universal y las identidades
particularistas de raíces históricas. Nuestras sociedades se estructuran cada vez más en
torno a una oposición bipolar entre la red y el yo.
En esta condición de esquizofrenia estructural entre función y significado, las pautas de
comunicación social cada vez se someten a una tensión mayor. Y cuando la comunicación se
rompe, cuando deja de existir, ni siquiera en forma de comunicación conflictiva (como sería el
caso en las luchas sociales o la oposición política), los grupos sociales y los individuos se alienan
unos de otros y ven al otro como un extraño, y al final como una amenaza. En este proceso, la
fragmentación social se extiende, ya que las identidades se vuelven más específicas y aumenta la
dificultad de compartirlas. La sociedad informacional, en su manifestación global, es también el
mundo de Aum Shinrikyo, de la American Militia, de las ambiciones teocráticas
islámicas/cristianas y del genocidio recíproco de hutus/tutsis.
Confundidos por la escala y el alcance del cambio histórico, la cultura y el pensamiento
de nuestro tiempo abrazan con frecuencia un nuevo milenarismo. Los profetas de la tecnología
predican una nueva era, extrapolando a las tendencias y organizaciones sociales la lógica apenas
comprendida de los ordenadores y el ADN. La cultura y la teoría posmodernas se recrean en
celebrar el fin de la historia y, en cierta medida, el fin de la razón, rindiendo nuestra capacidad de
comprender y hallar sentido, incluso al disparate. La asunción implícita es la aceptación de la
plena individualización de la conducta y de la impotencia de la sociedad sobre su destino.
El proyecto que informa este libro nada contra estas corrientes de destrucción y se opone
a varias formas de nihilismo intelectual, de escepticismo social y de cinismo político. Creo en la
racionalidad y en la posibilidad de apelar a la razón, sin convertida en diosa. Creo en las
posibilidades de la acción social significativa y en la política transformadora, sin que nos veamos
necesariamente arrastrados hacia los rápidos mortales de las utopías absolutas. Creo en el poder
liberador de la identidad, sin aceptar la necesidad de su individualización o su captura por el
fundamentalismo. Y propongo la hipótesis de que todas las tendencias de cambio que
constituyen nuestro nuevo y confuso mundo están emparentadas y que podemos sacar sentido a
su interrelación. Y, sí, creo, a pesar de una larga tradición de errores intelectuales a veces
trágicos, que observar, analizar y teorizar es un modo de ayudar a construir un mundo diferente
y mejor. No proporcionando las respuestas, que serán específicas para cada sociedad y las
encontrarán por sí mismos los actores sociales, sino planteando algunas preguntas relevantes.
Me gustaría que este libro fuese una modesta contribución a un esfuerzo analítico,
necesariamente colectivo, que ya se está gestando desde muchos horizontes, con el propósito de
comprender nuestro nuevo mundo sobre la base de los datos disponibles y de una teoría
exploratoria.
Para recorrer los pasos preliminares en esa dirección, debemos tomar en serio la
tecnología, utilizándola como punto de partida de esta indagación; hemos de situar este proceso
de cambio tecnológico revolucionario en el contexto social donde tiene lugar y que le da forma;
y debemos tener presente que la búsqueda de identidad es un cambio tan poderoso como la
transformación tecnoeconómica en el curso de la nueva historia. Luego, tras haber enunciado el
proyecto de este libro, partiremos en nuestro viaje intelectual, por un itinerario que nos llevará a
numerosos ámbitos y cruzará diversas culturas y contextos institucionales, ya que la
comprensión de una transformación global requiere una perspectiva tan global como sea
posible, dentro de los límites obvios de la experiencia y el conocimiento de este autor.
TECNOLOGÍA, SOCIEDAD Y CAMBIO HISTÓRICO
La revolución de la tecnología de la información, debido a su capacidad de penetración
en todo el ámbito de la actividad humana, será mi punto de entrada para analizar la complejidad
de la nueva economía, sociedad y cultura en formación. Esta elección metodológica no implica
que las nuevas formas y procesos sociales surjan como consecuencia del cambio tecnológico.
Por supuesto, la tecnología no determina la sociedad1. Tampoco la sociedad dicta el curso del
cambio tecnológico, ya que muchos factores, incluidos la invención e iniciativas personales,
intervienen en el proceso del descubrimiento científico, la innovación tecnológica y las
aplicaciones sociales, de modo que el resultado final depende de un complejo modelo de
interacción2. En efecto el dilema del determinismo tecnológico probablemente es un falso
problema3
1 Véase el interesante debate sobre el tema en Smith y Marx, 1994.
, puesto que tecnología es sociedad y ésta no 'puede ser comprendida o representada
2 La tecnología no determina la sociedad: la plasma. Pero tampoco la sociedad determina la innovación tecnológica: la
utiliza. Esta interacción dialéctica entre sociedad y tecnología está presente en las obras de los mejores historiadores,
como Femand Braudel
3 El historiador clásico de la tecnología, Melvin Kranzberg, ha aportado razones contundentes contra el falso dilema del
determinismo tecnológico. Véase, por ejemplo, su discurso de aceptación como miembro honorario de la NASTS (1992).
sin sus herramientas técnicas4. Así, cuando en la década de 1970 se constituyó un nuevo
paradigma tecnológico organizado en tomo a la tecnología de la información, sobre todo en los
Estados Unidos (véase el capítulo 1), fue un segmento específico de su sociedad, en interacción
con la economía global y la geopolítica mundial, el que materializó un modo nuevo de producir,
comunicar, gestionar y vivir. Es probable que el hecho de que este paradigma naciera en los
Estados Unidos, y en buena medida en California y en la década de los setenta, tuviera
consecuencias considerables en cuanto a las formas y evolución de las nuevas tecnologías de la
información. Por ejemplo, a pesar del papel decisivo de la financiación y los mercados militares
en el fomento de los primeros estadios de la industria electrónica durante el periodo
comprendido entre las décadas de 1940 y 1960, cabe relacionar de algún modo el florecimiento
tecnológico que tuvo lugar a comienzos de la década de los setenta con la cultura de la libertad,
la innovación tecnológica y el espíritu emprendedor que resultaron de la cultura de los campos
estadounidenses de la década de 1960. No tanto en cuanto a su política, ya que Silicon Valley
era, y es, un sólido bastión del voto conservador y la mayoría de los innovadores fueron metapolíticos,
sino en cuanto a los valores sociales de ruptura con las pautas de conducta
establecidas, tanto en la sociedad en general como en el mundo empresarial. El énfasis
concedido a los instrumentos personalizados, la interactividad y la interconexión, y la búsqueda
incesante de nuevos avances tecnológicos, aun cuando en apariencia no tenían mucho sentido
comercial, estaban claramente en discontinuidad con la tradición precavida del mundo
empresarial. La revolución de la tecnología de la información, de forma medio consciente5,
difundió en la cultura material de nuestras sociedades el espíritu libertario que floreció en los
movimientos de la década de los sesenta. No obstante, tan pronto como se difundieron las
nuevas tecnologías de la información y se las apropiaron diferentes países, distintas culturas,
diversas organizaciones y metas heterogéneas, explotaron en toda clase de aplicaciones y usos,
que retroalimentaron la innovación tecnológica, acelerando la velocidad y ampliando el alcance
del cambio tecnológico, y diversificando sus fuentes6. Un ejemplo ayudará a comprender la
importancia de las consecuencias sociales inesperadas de la tecnología7
Como es sabido, Internet se originó en un audaz plan ideado en la década de los sesenta
por los guerreros tecnológicos del Servicio de Proyectos de Investigación Avanzada del
Departamento de Defensa estadounidense (Advanced Research Projects Agency, el mítico
DARPA), para evitar la toma o destrucción soviética de las comunicaciones estadounidenses en
caso de guerra nuclear. En cierta medida, fue el equivalente electrónico de las tácticas maoístas
de dispersión de las fuerzas de guerrilla en torno a un vasto territorio para oponerse al poder de
un enemigo con versatilidad y conocimiento del terreno. El resultado fue una arquitectura de red
que, como querían sus inventores, no podía ser controlada desde ningún centro, compuesta por
miles de redes informáticas autónomas que tienen modos innumerables de conectarse,
.
4 Bijker et al., 1987. 5 Aún está por escribirse una historia social fascinante sobre los valores y opiniones personales de algunos de los
innovadores clave de la revolución de las tecnologías informáticas de la década de 1970 en Silicon ValIey, Pero unos
cuantos indicios parecen señalar el hecho de que intentaron desvirtuar de forma intencionada las tecnologías
centralizadoras del mundo de las grandes empresas, tanto por convicción como por hallar su nicho de mercado, Como
prueba, recuerdo el famoso anuncio del ordenador Apple de 1984 para lanzar el Macintosh, en oposición explícita al
Gran Hermano IBM de la mitología orwelliana. En cuanto al carácter contracultural de muchos de estos innovadores,
también me referiré a la vida del genio que desarrolló el ordenador personal, Steve Wozniak: tras abandonar Apple,
aburrido por su transformación en otra empresa multinacional, gastó una fortuna durante unos cuantos años en
subvencionar a los grupos de rock que le gustaban, antes de crear otra empresa que desarrollara tecnologías de su agrado.
En un momento determinado, después de haber creado el ordenador personal, se dio cuenta de que no poseía una
educación académica en ciencias informáticas, así que se matriculó en la Universidad de Berkeley. Pero, para evitar una
publicidad incómoda, utilizó otro nombre.
6 Para una selección de datos sobre la variación de los modelos de difusión de la tecnología de la información en
diferentes contextos sociales e institucionales, véanse, entre otras obras, las de Guile, 1995; Landau y Rosenberg, 1986;
Wang, 1994; Watanuki, 1990; Bianchi et aL, 1988; Freeman et aL, 1991; Bertazzoni et aL, 1984; Agence de
l'Informatique, 1986. Castells et aL, 1986 7 Para una exposición informada y comedida de la relación entre sociedad y tecnología, véase Fischer, 1985.
sorteando las barreras electrónicas. Arpanet, la red establecida por el Departamento de Defensa
estadounidense, acabó convirtiéndose en la base de una red de comunicación global y horizontal
de miles de redes (desde luego, limitada a una elite informática instruida de cerca de 20 millones
de usuarios a mediados de la década de 1990, pero cuyo crecimiento es exponencial), de la que
se han apropiado individuos y grupos de todo el mundo para toda clase de propósitos, bastante
alejados de las preocupaciones de una guerra fría extinta. En efecto, fue vía Internet como el
Subcomandante Marcos, jefe de los zapatistas chiapanecos, se comunicó con el mundo y con los
medios desde las profundidades de la selva Lacandona durante su retirada en febrero de 1995.
No obstante, si bien la sociedad no determina la tecnología, sí puede sofocar su
desarrollo, sobre todo por medio del estado. O, de forma alternativa y sobre todo mediante la
intervención estatal, puede embarcarse en un proceso acelerado de modernización tecnológica,
capaz de cambiar el destino de las economías, la potencia militar y el bienestar social en unos
cuantos años. En efecto, la capacidad o falta de capacidad de las sociedades para dominar la
tecnología, y en particular las que son estratégicamente decisivas en cada periodo histórico,
define en buena medida su destino, hasta el punto de' que podemos decir que aunque por sí
misma no determina la evolución histórica y el cambio social, la tecnología (o su carencia)
plasma la capacidad de las sociedades para transformarse, así como los usos a los que esas
sociedades, siempre en un proceso conflictivo, deciden dedicar su potencial tecnológico8
Así, hacia 1400, cuando él Renacimiento europeo estaba plantando las semillas
intelectuales del cambio tecnológico que dominaría el mundo tres siglos después, China era la
civilización tecnológica más avanzada de todas, según Mokyr
.
9. Los inventos clave se habían
desarrollado siglos antes, incluso un milenio y medio antes, como es el caso de los altos hornos
que permitieron el fundido de hierro ya en el año 200 a.C. Además, Su Sung inventó el reloj de
agua en 1086 d.C., sobrepasando la precisión de medida de los relojes mecánicos europeos de la
misma fecha. El arado de hierro fue introducido en el siglo VI y adaptado al cultivo de los
campos de arroz encharcados dos siglos después. En textiles, el tomo de hilar manual apareció al
mismo tiempo que en Occidente, en el siglo XIII, pero avanzó mucho más de prisa en China
debido a la existencia de una antigua tradición de equipos de tejer complejos: los telares de
arrastre para tejer seda ya se utilizaban en tiempos de las dinastías Han. La adopción de la
energía hidráulica fue paralela a la de Europa: en el siglo VIII los chinos ya utilizaban martinetes
de fragua hidráulicos y en 1280 existía una amplia difusión de la rueda hidráulica vertical. El viaje
oceánico fue más fácil para las embarcaciones chinas desde una fecha anterior que para las
europeas: inventaron el compás en tomo a 960 d.C. y sus juncos ya eran los barcos más
avanzados del mundo a finales del siglo XIV, permitiendo largos viajes marítimos. En el ámbito
militar, los chinos, además de inventar la pólvora, desarrollaron una industria química capaz de
proporcionar potentes explosivos, y sus ejércitos utilizaron la ballesta y la catapulta siglos antes
que Europa. En medicina, técnicas como la acupuntura obtenían resultados extraordinarios que
sólo recientemente han logrado un reconocimiento universal. Y, por supuesto, la primera
revolución del procesamiento de la información fue chino: el papel y la imprenta fueron inventos
suyos. El papel se introdujo en China 1.000 años antes que en Occidente y la imprenta es
probable que comenzara a finales del siglo VII. Como Jones escribe: «China estuvo a un ápice
de la industrialización en el siglo XIV»10
8 Véase el análisis presentado en Castells, 1988b; también Webster, l991.
Que no llegase a industrializarse cambió la historia del
mundo. Cuando en 1842 las guerras del opio condujeron a las imposiciones coloniales
británicas. China se dio cuenta demasiado tarde de que el aislamiento no podía proteger al
Imperio Medio de las consecuencias de su inferioridad tecnológica. Desde entonces tardó más
de un siglo en comenzar a recuperarse de una desviación tan catastrófica en su trayectoria
histórica.
9 Mi exposición de la interrupción del desarrollo tecnológico chino se basa sobre todo en un extraordinario capítulo de
Jool Mokyr (1990, págs. 209-238) Y en el libro más perspicaz pero polémico de Qian, 1985. 10 Jones, 1981, Pág. 160, citado por Mokyr, 1990, Pág. 219.
Las explicaciones de un curso histórico tan inusitado son numerosas y polémicas. No hay
lugar en este prólogo para entrar en la complejidad del debate, pero, de acuerdo con la
investigación y el análisis de historiadores como Needham11, Qian12, Jones13, y Mokyr14
Needham ha propuesto que la cultura china estaba más inclinada que los valores
occidentales a mantener una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza, algo que podía
ponerse en peligro por la rápida innovación tecnológica. Además, se opone a los criterios
occidentales utilizados para medir el desarrollo tecnológico. Sin embargo, este énfasis cultural
sobre un planteamiento holístico del desarrollo no había impedido la innovación tecnológica
durante milenios, ni detenido el deterioro ecológico como resultado de las obras de irrigación en
el sur de China, cuando la producción agrícola escalonada llevó a la agresión de la naturaleza
para alimentar a una población creciente. De hecho, Wen-yuan Qian, en su influyente libro,
critica el entusiasmo algo excesivo de Needham por las proezas de la tecnología tradicional
china, pese a su admiración por el monumental trabajo de toda una vida. Qian sugiere una
vinculación más estrecha entre el desarrollo de la ciencia china y las características de su
civilización, dominada por la dinámica del Estado. Mokyr también considera que el Estado es el
factor clave para explicar el retraso tecnológico chino en los tiempos modernos. Cabe proponer
una explicación en tres pasos: durante siglos, la innovación tecnológica estuvo sobre todo en
manos del Estado; a partir de 1400 el Estado chino, bajo las dinastías Ming y Qing, perdió
interés en ella; y, en parte debido a su dedicación a servir al Estado, las elites culturales y sociales
se centraron en las artes, las humanidades y la promoción personal con respecto a la burocracia
imperial. De este modo, lo que parece ser crucial es el papel del Estado y el cambio de
orientación de su política. ¿Por qué un Estado que había sido el mayor ingeniero hidráulico de la
historia y había establecido un sistema de extensión agrícola para mejorar la productividad desde
el periodo Han de repente se inhibió de la innovación tecnológica e incluso prohibió la
exploración geográfica, abandonando la construcción de grandes barcos en 1430? La respuesta
obvia es que no era el mismo Estado, no sólo debido a que se trataba de dinastías diferentes,
sino porque la clase burocrática se había atrincherado en la administración tras un periodo más
largo de lo habitual de dominio incontestado.
,es
posible sugerir una interpretación que ayude a comprender, en términos generales, la interacción
entre sociedad, historia y tecnología. En efecto, como señala Mokyr, la mayoría de las hipótesis
sobre las diferencias culturales (incluso aquellas sin matices racistas implícitos) fracasan en
explicar no las diferencias entre China y Europa, sino entre la China de 1300 y la de 1800. ¿Por
qué una cultura y un imperio que habían sido los líderes tecnológicos del mundo durante miles
de años cayeron de repente en el estancamiento, en el momento preciso en que Europa se
embarcaba en la era de los descubrimientos y luego en la revolución industrial?
Según Mokyr, parece que el factor determinante del conservadurismo tecnológico fue el
miedo de los gobernantes a los posibles impactos del cambio tecnológico sobre la estabilidad
social. Numerosas fuerzas se opusieron a la difusión de la tecnología en China, como en otras
sociedades, en particular los gremios urbanos. A los burócratas, contentos con el orden
establecido, les preocupaba la posibilidad de que se desataran conflictos sociales que pudieran
aglutinarse con otras fuentes de oposición latentes en una sociedad mantenida bajo control
durante varios siglos. Hasta los dos déspotas ilustrados manchús del siglo XVIII, K'ang Chi y
Ch'ien Lung, centraron sus esfuerzos en la pacificación y el orden, en lugar de desencadenar un
nuevo desarrollo. A la inversa, la exploración y los contactos con los extranjeros más allá del
comercio controlado y la adquisición de armas, fueron considerados, en el mejor de los casos,
innecesarios y, en el peor, amenazantes, debido a la incertidumbre que implicaban. Un Estado
burocrático sin incentivo exterior y con desincentivadores internos para aplicarse a la
11 Needham, 1954-1988, 1969, 1981. 12 Qian, 1985 13 Jones, 1988. 14 Mokyr, 1990
modernización tecnológica optó por la más prudente neutralidad, con el resultado de detener la
trayectoria tecnológica que China había venido siguiendo durante siglos, si no milenios, precisamente
bajo su guía. La exposición de los factores subyacentes en la dinámica del Estado chino
bajo las dinastías Ming y Qing se encuentra sin duda más allá del alcance de este libro. Lo que
interesa a nuestro propósito de investigación son dos enseñanzas de esta experiencia
fundamental de desarrollo tecnológico interrumpido: por una parte, el Estado puede ser, y lo ha
sido en la historia, en China y otros lugares, una fuerza dirigente de innovación tecnológica; por
otra, precisamente debido a ello, cuando cambia su interés por el desarrollo tecnológico, o se
vuelve incapaz de nevado a cabo en condiciones nuevas, el modelo estatista de innovación
conduce al estancamiento debido a la esterilización de la energía innovadora autónoma de la
sociedad para crear y aplicar la tecnología. El hecho de que años después el Estado chino
pudiera construir una nueva y avanzada base tecnológica en tecnología nuclear, misiles,
lanzamiento de satélites y electrónica15
Puede contarse una historia bastante similar, y se hará en este libro (véase el volumen
III), sobre la incapacidad del estatismo soviético para dominar la revolución de la tecnología de
la información, con lo que ahogó su capacidad productiva y socavó su poderío militar. No
obstante, no debemos saltar a la conclusión ideológica de que toda intervención estatal es
contraproducente para el desarrollo tecnológico, abandonándonos a una reverencia ahistórica
del espíritu emprendedor individual sin cortapisas. Japón es, por supuesto, el ejemplo contrario,
tanto para la experiencia histórica china como para la falta de capacidad del Estado soviético
para adaptarse a la revolución de la tecnología de la información iniciada en los Estados Unidos.
demuestra una vez más la vacuidad de una interpretación
predominantemente cultural del desarrollo y' retraso tecnológicos: la misma cultura puede
inducir trayectorias tecnológicas muy diferentes según el modelo de relación entre Estado y
sociedad. Sin embargo, la dependencia exclusiva del primero tiene un precio, y para China fue el
del retraso, la hambruna, las epidemias, el dominio colonial y la guerra civil hasta al menos
mediados del siglo XX.
Japón pasó un periodo de aislamiento histórico, incluso más profundo que China, bajo el
sogunado Tokugawa (establecido en 1603), entre 1636 y 1853, precisamente durante el periodo
crítico de la formación del sistema industrial en el hemisferio occidental. Así, mientras que a
comienzos del siglo XVII los mercaderes japoneses comerciaban por todo el este y sudeste
asiáticos, utilizando modernas embarcaciones de hasta 700 toneladas, en 1635 se prohibió la
construcción de barcos de más de 50 toneladas y todos los puertos japoneses excepto Nagasaki
fueron cerrados a los extranjeros, mientras que el comercio se restringía a China, Corea y Holanda16.
El aislamiento tecnológico no fue total durante estos dos siglos y la innovación
endógena permitió a Japón seguir con un cambio incremental a un ritmo más rápido que
China17. No obstante, debido a que el nivel tecnológico japonés era inferior al chino, a mediados
del siglo XIX los kurobune (barcos negros) del comodoro Perry pudieron imponer el comercio y
las relaciones diplomáticas a un país muy rezagado de la tecnología occidental. Sin embargo, tan
pronto como la Ishin Meiji (Restauración Meiji) de 1868 creó las condiciones políticas para una
modernización decisiva conducida por el Estado18, Japón progresó en tecnología avanzada a
pasos agigantados en un lapso de tiempo muy corto19
15 Wang, 1993.
. Sólo como ejemplo significativo debido a
16 Chida y Davies, 1990 17 Ito, 1993. 18 Varios distinguidos estudiosos japoneses, y yo tiendo a coincidir con ellos, consideran que el mejor relato occidental
sobre la Restauración Meiji y los orígenes sociales de la modernización japonesa es el de Norman, 1940. Se ha traducido
al japonés y su lectura está muy extendida en las universidades niponas. Historiador brillante formado en Cambridge y
Harvard, antes de unirse al cuerpo diplomático canadiense, fue denunciado como comunista por Karl Wittfogel al
Comité McCarthy del Senado en los años cincuenta y luego sometido a una presión constante de los organismos de
espionaje occidentales. Nombrado embajador canadiense en Egipto, se suicidó en El Cairo en 1957. Sobre la
contribución de este estudioso verdaderamente excepcional a la comprensión del Estado japonés, véase Dower, 1975;
para una perspectiva diferente, véase Beasley, 1990. 19 Matsumoto y Sinclair, 1994; Kamatani, 1988.
su importancia estratégica actual, recordemos brevemente el desarrollo extraordinario de la
ingeniería eléctrica y sus aplicaciones a la comunicación en el último cuarto del siglo XIX20
El relato del modo cómo Japón se convirtió en un importante actor mundial en las
industrias de las tecnologías de la información en el último cuarto del siglo XX es ahora del
conocimiento público, por lo que puede darse por supuesto en nuestra exposición
. En
efecto, el primer departamento independiente de ingeniería eléctrica en el mundo se estableció
en 1873 en la recién fundada Universidad Imperial de Ingeniería de Tokio, bajo la dirección de
su decano, Henry Dyer, un ingeniero mecánico escocés. Entre 1887 y 1892, un sobresaliente
académico de la ingeniería eléctrica, el profesor británico William Ayrton, fue invitado para dar
clase en la universidad y desempeñó un papel decisivo en la diseminación del conocimiento en
una nueva generación de ingenieros japoneses, de tal modo que a finales del siglo la Oficina de
Telégrafos ya fue capaz de reemplazar a los extranjeros en todos sus departamentos técnicos. Se
buscó la transferencia de tecnología de Occidente mediante diversos mecanismos. En 1873, el
taller de maquinaria de la Oficina de Telégrafos envió a un relojero japonés, Tanaka Seisuke, a la
exposición internacional de máquinas celebrada en Viena para obtener información sobre éstas.
Unos diez años más tarde, todas las máquinas de la Oficina estaban hechas en Japón. Basándose
en esta tecnología, Tanaka Daikichi fundó en 1882 una fábrica de electricidad, Shibaura, que,
tras su adquisición por Mitsui, prosiguió hasta convertirse en Toshiba. Se enviaron ingenieros a
Europa y los Estados Unidos, y se permitió a Western Electric producir y vender en Japón en
1899, en una empresa conjunta con industriales japoneses: el nombre de la compañía fue NEC.
Sobre esa base tecnológica, Japón entró a toda velocidad en la era de la electricidad y las
comunicaciones antes de 1914: para esa fecha, la producción de energía total había alcanzado
1.555.000 kilovatios a la hora y 3.000 oficinas de teléfonos transmitían mil millones de mensajes
al año. Resulta en efecto simbólico que el regalo del comodoro Perry al Shogun en 1857 fuera
un juego de telégrafos estadounidenses, hasta entonces nunca vistos en Japón: la primera línea
de telégrafos se tendió en 1869 y diez años después Japón estaba enlazado con todo el mundo
mediante una red de información transcontinental, vía Siberia, operada por la Great Northem
Telegraph Co., gestionada de forma conjunta por ingenieros occidentales y japoneses, y que
transmitía tanto en inglés como en japonés.
21. Lo que
resulta relevante para las ideas aquí presentadas es que sucedió al mismo tiempo que una superpotencia
industrial y científica, la Unión Soviética, fracasaba en esta transición tecnológica
fundamental. Es obvio, como muestran los recordatorios precedentes, que el desarrollo
tecnológico japonés desde la década de 1960 no sucedió en un vacío histórico, sino que se basó
en décadas de antigua tradición de excelencia en ingeniería. No obstante, lo que importa para el
propósito de este análisis es resaltar qué resultados tan llamativamente diferentes tuvo la
intervención estatal (y la falta de intervención) en los casos de China y la Unión Soviética
comparados con Japón tanto en el periodo Meiji como en el posterior a la Segunda Guerra
Mundial. Las características del Estado japonés que se encuentran en la base de ambos procesos
de modernización y desarrollo son bien conocidas, tanto en lo que se refiere a la lshin Meiji22
como al Estado desarrollista contemporáneo23
20 Uchida, 1991
, y su presentación nos alejaría demasiado del
núcleo de estas reflexiones preliminares. Lo que debemos retener para la comprensión de la
relación existente entre tecnología y sociedad es que el papel del Estado, ya sea deteniendo,
desatando o dirigiendo la innovación tecnológica, es un factor decisivo en el proceso general, ya
que expresa y organiza las fuerzas sociales y culturales que dominan en un espacio y tiempo
dados. En buena medida, la tecnología expresa la capacidad de una sociedad para propulsarse
hasta el dominio tecnológico mediante las instituciones de la sociedad, incluido el Estado. El
21 Ito, 1994; Centro de Procesamiento de la Información de Japón, 1994; para una perspectiva occidental, véase Forester,
1993
22 Véase Norman, 1940 y Dower, 1975; véase también Allen, 1981a. 23 Johnson, 1995.
proceso histórico mediante el cual tiene lugar ese desarrollo de fuerzas productivas marca las
características de la tecnología y su entrelazamiento con las relaciones sociales.
Ello no es diferente en el caso de la revolución tecnológica actual. Se originó y difundió,
no por accidente, en un periodo histórico de reestructuración global del capitalismo, para el que
fue una herramienta esencial. Así, la nueva sociedad que surge de ese proceso de cambio es
tanto capitalista como informacional, aunque presenta una variación considerable en diferentes
países, según su historia, cultura, instituciones y su relación específica con el capitalismo global y
la tecnología de la información.
INFORMACIONALISMO, INDUSTRIALISMO, CAPITALISMO Y ESTATISMO:
MODOS DE DESARROLLO Y MODOS DE PRODUCCIÓN
La revolución de la tecnología de la información ha sido útil para llevar a cabo un
proceso fundamental de reestructuración del sistema capitalista a partir de la década de los
ochenta. En el proceso, esta revolución tecnológica fue remodelada en su desarrollo y
manifestaciones por la lógica y los intereses del capitalismo avanzado, sin que pueda reducirse a
la simple expresión de tales intereses. El sistema alternativo de organización social presente en
nuestro periodo histórico, el estatismo, también trató de redefinir los medios de lograr sus metas
estructurales mientras preservaba su esencia: ése es el significado de la reestructuración (o
perestroika en ruso). No obstante, el estatismo soviético fracasó en su intento, hasta el punto de
derrumbar todo el sistema, en buena parte debido a su incapacidad para asimilar y utilizar los
principios del informacionalismo encarnados en las nuevas tecnologías de la información, como
sostendré más adelante basándome en un análisis empírico (véase volumen III). El estatismo
chino pareció tener éxito al pasar al capitalismo dirigido por el Estado y la integración en redes
económicas globales, acercándose en realidad más al modelo de Estado desarrollista del
capitalismo asiático oriental que al «socialismo con características chinas» de la ideología oficial24
Es una tradición de mucho arraigo en las teorías del postindustrialismo y el
informacionalismo, que comenzó con las obras clásicas de Alain Touraine
,
como también trataré de exponer en el volumen III. Sin embargo, es muy probable que el
proceso de transformación estructural en China sufra importantes conflictos políticos y cambio
estructural durante los años próximos. El derrumbamiento del estatismo (con raras excepciones,
por ejemplo, Vietnam, Corea del Norte, Cuba, que no obstante están en proceso de enlazarse
con el capitalismo global) ha establecido una estrecha relación entre el nuevo sistema capitalista
global definido por su perestroika relativamente lograda y el surgimiento del informacionalismo
como la nueva base tecnológica material de la actividad tecnológica y la organización social. No
obstante, ambos procesos (reestructuración capitalista, surgimiento del informacionalismo) son
distintos y su interacción sólo puede comprenderse si separamos su análisis. En este punto de
mi presentación introductoria de las idées fortes del libro, parece necesario proponer algunas
distinciones y definiciones teóricas sobre capitalismo, estatismo, industrialismo e
informacionalismo.
25 y Daniel Bell26
24 Nolan y Furen, 1990; Hsing, 1996
,
situar la distinción entre preindustrialismo, industrialismo e informacionalismo (o
postindustrialismo) en un eje diferente que el que opone capitalismo y estatismo (o colectivismo,
en términos de Bell). Mientras cabe caracterizar a las sociedades a lo largo de los dos ejes (de tal
modo que tenemos estatismo industrial, capitalismo industrial y demás), es esencial para la
comprensión de la dinámica social mantener la distancia analítica y la interrelación empírica de
los modos de producción (capitalismo, estatismo) y los modos de desarrollo (industrialismo,
informacionalismo). Para arraigar estas distinciones en una base teórica que informará los
25 Touraine, 1969. 26 Bell, 1993. Todas las citas pertenecen a la edición de 1976, que incluye un prólogo nuevo y sustancioso.
análisis específicos presentados en este libro, resulta inevitable introducir al lector, durante unos
cuantos párrafos, en los dominios algo arcanos de la teoría sociológica.
Este libro estudia el surgimiento de una nueva estructura social, manifestada bajo
distintas formas, según la diversidad de culturas e instituciones de todo el planeta. Esta nueva
estructura social está asociada con el surgimiento de un nuevo modo de desarrollo, el
informacionalismo, definido históricamente por la reestructuración del modo capitalista de
producción hacia finales del siglo XX.
La perspectiva teórica que sustenta este planteamiento postula que las sociedades están
organizadas en tomo a proceso humanos estructurados por relaciones de producción, experiencia y
poder determinadas históricamente. La producción es la acción de la humanidad sobre la materia
(naturaleza) para apropiársela y transformada en su beneficio mediante la obtención de un
producto, el .consumo (desigual) de parte de él y la acumulación del excedente para la inversión,
según una variedad de metas determinadas por la sociedad. La experiencia es la acción de los
sujetos humanos sobre sí mismos, determinada por la interacción de sus identidades biológicas y
culturales y en relación con su entorno social y natural. Se construye en tomo a la búsqueda
infinita de la satisfacción de las necesidades y los deseos humanos. El poder es la relación entre
los sujetos humanos que, basándose en la producción y la experiencia, impone el deseo de
algunos sujetos sobre los otros mediante el uso potencial o real de la violencia, física o
simbólica. Las instituciones de la sociedad se han erigido para reforzar las relaciones de poder
existentes en cada periodo histórico, incluidos los controles, límites y contratos sociales logrados
en las luchas por el poder.
La producción se organiza en relaciones de clase que definen el proceso mediante el cual
algunos sujetos humanos, basándose en su posición en el proceso de producción, deciden el
reparto y el uso del producto en lo referente al consumo y la inversión. La experiencia se
estructura en torno a la relación de género/sexo, organizada en la historia en tomo a la familia y
caracterizada hasta el momento por el dominio de los hombres sobre las mujeres. Las relaciones
familiares y la sexualidad estructuran la personalidad y formulan la interacción simbólica.
El poder se fundamenta en el Estado y su monopolio institucionalizado de la violencia,
aunque lo que Foucault etiqueta como microfísica del poder, encarnada en instituciones y
organizaciones, se difunde por toda la sociedad, de los lugares de trabajo a los hospitales,
encerrando a los sujetos en una apretada estructura de deberes formales y agresiones informales.
La comunicación simbólica entre los humanos, y la relación entre éstos y la naturaleza,
basándose en la producción (con su complemento, el consumo), la experiencia y el poder,
cristaliza durante la historia en territorios específicos, con lo que genera culturas e identidades
colectivas.
La producción es un proceso social complejo debido a que cada uno de sus elementos se
diferencia internamente. Así pues, la humanidad como productor colectivo incluye tanto el
trabajo como a los organizadores de la producción, y el trabajo está muy diferenciado y
estratificado según el papel de cada trabajador en el proceso de producción. La materia incluye la
naturaleza, la naturaleza modificada por los humanos, la naturaleza producida por los humanos y
la naturaleza humana misma, forzándonos la evolución histórica a separamos de la clásica
distinción entre humanidad y naturaleza, ya que milenios de acción humana han incorporado el
entorno natural a la sociedad y nos ha hecho, material y simbólicamente, una parte inseparable
de él. La relación entre trabajo y materia en el proceso de trabajo supone el uso de los medios de
producción para actuar sobre la materia basándose en la energía, el conocimiento y la información.
La tecnología es la forma específica de tal relación.
El producto del proceso de producción lo utiliza la sociedad bajo dos formas: consumo y
excedente. Las estructuras sociales interactúan con los procesos de producción mediante la
determinación de las reglas para la apropiación, distribución y usos del excedente. Estas reglas
constituyen modos de producción y estos modos definen las relaciones sociales de producción,
determinando la existencia de clases sociales que se constituyen como tales mediante su práctica
histórica. El principio estructural en virtud del cual el excedente es apropiado y controlado
caracteriza un modo de producción. En esencia, en el siglo XX hemos vivido con dos modos
predominantes de producción: capitalismo y estatismo. En el capitalismo, la separación entre
productores y sus medios de producción, la conversión del trabajo en un bien y la propiedad
privada de los medios de producción como base del control del capital (excedente convertido en
un bien) determinan el principio básico de la apropiación y distribución del excedente por los
capitalistas, aunque quién es (son) la(s) clase(s) capitalista(s) es un tema de investigación social en
cada contexto histórico y no una categoría abstracta. En el estatismo, el control del excedente es
externo a la esfera económica: se encuentra en las manos de quienes ostentan el poder en el
Estado, llamémosles apparatchiki o ling-dao. El capitalismo se orienta hacia la maximización del
beneficio, es decir, hacia el aumento de la cantidad de excedente apropiado por el capital en
virtud del control privado de los medios de producción y circulación. El estatismo se orienta
(¿orientaba?) a la maximización del poder, es decir, hacia el aumento de la capacidad militar e
ideológica del aparato político para imponer sus metas a un número mayor de sujetos y a niveles
más profundos de su conciencia.
Las relaciones sociales de producción y. por tanto, el modo de producción, determinan la
apropiación y usos del excedente. Una cuestión distinta pero fundamental es la cuantía de ese
excedente, determinada por la productividad de un proceso de producción específico, esto es,
por la relación del valor de cada unidad de producto (output) con el valor de cada unidad de
insumo (input). Los grados de productividad dependen de la relación entre mano de obra y
materia, como una función del empleo de los medios de producción por la aplicación de la
energía y el conocimiento. Este proceso se caracteriza por las relaciones técnicas de producción
y define los modos de desarrollo. Así pues, los modos de desarrollo son los dispositivos
tecnológicos mediante los cuales el trabajo actúa sobre la materia para generar el producto
determinando en definitiva la cuantía y calidad del excedente. Cada modo de desarrollo se define
por el elemento que es fundamental para fomentar la productividad en el proceso de
producción. Así, en el modo de desarrollo agrario, la fuente del aumento del excedente es el
resultado del incremento cuantitativo de mano de obra y recursos naturales (sobre todo tierra)
en el proceso de producción, así como de la dotación natural de esos recursos. En el modo de
producción industrial, la principal fuente de productividad es la introducción de nuevas fuentes
de energía y la capacidad de descentralizar su uso durante la producción y los procesos de
circulación. En el nuevo modo de desarrollo informacional, la fuente de la productividad estriba
en la tecnología de la generación del conocimiento, el procesamiento de la información y la
comunicación de símbolos. Sin duda, el conocimiento y la información son elementos decisivos
en todos los modos de desarrollo, ya que el proceso de producción siempre se basa sobre cierto
grado de conocimiento y en el procesamiento de la información27
27 En aras de la claridad, en este libro me pareció necesario proporcionar la definición de conocimiento e información,
aun cuando este gesto intelectualmente satisfactorio introduzca una dosis de arbitrariedad en el discurso, como los
científicos sociales que han luchado con el tema saben bien. No tengo una razón convincente para mejorar la definición
de conocimiento expresada por Daniel Bell (1973, pág. 175): «Conocimiento: una serie de afirmaciones organizadas de
hechos o ideas que presentan un juicio razonado o un resultado experimental, que se transmite a los demás mediante
algún medio de comunicación en alguna forma sistemática. Por lo tanto, distingo conocimiento de noticias y
entretenimiento». En cuanto a información, algunos autores destacados del campo, como Machlup, simplemente la
definen como la comunicación del conocimiento (véase Machlup, 1962. pág. 15). Sin embargo, se debe a que su
definición de conocimiento parece ser demasiado amplia, como sostiene Bell. Por ello, me reincorporaría a la definición
de información propuesta por Porat en su obra clásica (1977, pág. 2): «La información son los datos que se han
organizado y comunicado».
. Sin embargo, lo que es
específico del modo de desarrollo informacional es la acción del conocimiento sobre sí mismo
como principal fuente de productividad (véase el capítulo 2). El procesamiento de la
información se centra en la superación de la tecnología de este procesamiento como fuente de
productividad, en un círculo de interacción de las fuentes del conocimiento de la tecnología y la
aplicación de ésta para mejorar la generación de conocimiento y el procesamiento de la
información: por ello denomino informacional a este nuevo modo de desarrollo, constituido por
el surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico basado en la tecnología de la información
(véase capítulo 1).
Cada modo de desarrollo posee asimismo un principio de actuación estructuralmente
determinado, a cuyo alrededor se organizan los procesos tecnológicos: el industrialismo se
orienta hacia el crecimiento económico, esto es, la maximización del producto; el
informacionalismo se orienta hacia el desarrollo tecnológico, es decir, hacia la acumulación de
conocimiento y hacia grados más elevados de complejidad en el procesamiento de la
información. Si bien grados más elevados de conocimiento suelen dar como resultado grados
más elevados de producto por unidad de insumo, la búsqueda de conocimiento e información es
lo que caracteriza a la función de la producción tecnológica en el informacionalismo.
Aunque la tecnología y las relaciones de producción técnicas se organizan en paradigmas
originados en las esferas dominantes de la sociedad (por ejemplo, el proceso de producción, el
complejo industrial militar), se dividen por todo el conjunto de las relaciones y estructuras
sociales y, de este modo, penetran en el poder y la experiencia, y los modifican28. Así pues, los
modos de desarrollo conforman todo el ámbito de la conducta social, incluida por supuesto la
comunicación simbólica. Debido a que el informacionalismo se basa en la tecnología del
conocimiento y la información, en el modo de desarrollo informacional existe una conexión especialmente
estrecha entre cultura y fuerzas productivas, entre espíritu y materia. De ello se
deduce que debemos esperar el surgimiento histórico de nuevas formas de interacción, control y
cambio sociales.
Informacionalismo y perestroika capitalista
Pasando de las categorías teóricas al cambio histórico, lo que verdaderamente importa de
los procesos y formas sociales que constituyen el cuerpo vivo de las sociedades es la interacción
real de los modos de producción y los modos de desarrollo, establecidos y combatidos por los
actores sociales de maneras impredecibles dentro de la estructura restrictiva .de la historia pasada
y las condiciones actuales de desarrollo tecnológico y económico. Así, el mundo y las sociedades
habrían sido muy diferentes si Gorbachov hubiera logrado su propia perestroika, una meta
política difícil, pero no fuera de su alcance. O si el Pacífico asiático no hubiera sido capaz de
mezclar la forma tradicional de interconexión comercial de su organización económica con las
herramientas proporcionadas por la tecnología de la información. No obstante, el factor
histórico más decisivo para acelerar, canalizar y moldear el paradigma de la tecnología de la información
e inducir sus formas sociales asociadas fue/es el proceso de reestructuración
capitalista emprendido desde la década de 1980, así que resulta adecuado caracterizar al nuevo
sistema tecnoeconómico de capitalismo informacional. El modelo keynesiano de crecimiento
capitalista que originó una prosperidad económica y una estabilidad social sin precedentes para
la mayoría de las economías de mercado durante casi tres décadas desde la Segunda Guerra
Mundial, alcanzó el techo de sus limitaciones inherentes a comienzos de la década de 1970 y sus
crisis se manifestaron en forma de una inflación galopante29
28 Cuando la innovación tecnológica no se difunde en la sociedad debido a obstáculos institucionales, sigue un retraso
tecnológico por la ausencia de la retroalimentación social/cultura necesaria para las instituciones de innovación y para
los mismos innovadores. Ésta es la lección fundamental que cabe extraer de experiencias tan importantes como la China
de la dinastía Qing o la Unión Soviética. Para esta última, véase el vol. III. Para China, véase Qian, 1985 y Mokyr, 1990.
. Cuando los aumentos del precio
del petróleo de 1974 Y 1979 amenazaron con situar la inflación en una espiral ascendente
incontrolada, los gobiernos y las empresas iniciaron una reestructuración en un proceso
29 Hace años presenté mi interpretación sobre las causas de la crisis económica mundial de los años setenta, así como un
pronóstico tentativo de las vías para la reestructuración capitalista. Pese al marco teórico excesivamente rígido que
yuxtapuse al análisis empírico, creo que los puntos principales que expuse en ese libro (escrito en 1977-1978), incluida la
predicción sobre la reaganomía con ese nombre, siguen siendo útiles para comprender los cambios cualitativos operados
en el capitalismo durante las dos últimas décadas (véase Castells, 1980).
pragmático de tanteo que aún se está gestando a mediados de la década de 1990, poniendo un
esfuerzo más decisivo en la desregulación, la privatización y el desmantelamiento del contrato
social entre el capital y la mano de obra, en el que se basaba la estabilidad del modelo de
crecimiento previo. En resumen, una serie de reformas, tanto en las instituciones como en la
gestión de las empresas, encaminadas a conseguir cuatro metas principales: profundizar en la
lógica capitalista de búsqueda de beneficios en las relaciones capital-trabajo; intensificar la
productividad del trabajo y el capital; globalizar la producción, circulación y mercados,
aprovechando la oportunidad de condiciones más ventajosas para obtener beneficios en todas
partes; y conseguir el apoyo estatal para el aumento de la productividad y competitividad de las
economías nacionales, a menudo en detrimento de la protección social y el interés público. La
innovación tecnológica y el cambio organizativo, centrados en la flexibilidad y la adaptabilidad,
fueron absolutamente cruciales para determinar la velocidad y la eficacia de la reestructuración.
Cabe sostener que, sin la nueva tecnología de la información, el capitalismo global hubiera sido
una realidad mucho más limitada, la gestión flexible se habría reducido a recortes de mano de
obra y la nueva ronda de gastos en bienes de capital y nuevos productos para el consumidor no
habría sido suficiente para compensar la reducción del gasto público. Así pues, el informacionalismo
está ligado a la expansión y el rejuvenecimiento del capitalismo, al igual que el
industrialismo estuvo vinculado a su constitución como modo de producción. Sin duda, el
proceso de reestructuración tuvo diferentes manifestaciones según las zonas y sociedades del
mundo, como investigaremos brevemente en el capítulo 2: fue desviado de su lógica
fundamental por el «keynesianismo militar» del gobierno de Reagan, creando en realidad aún
más dificultades a la economía estadounidense al final de la euforia estimulada de forma
artificial; se vio algo limitado en Europa occidental debido a la resistencia de la sociedad al
desmantelamiento del Estado de bienestar y a la flexibilidad unilateral del mercado laboral, con
el resultado del aumento del desempleo en la Unión Europea; fue absorbido en Japón sin
cambios llamativos, haciendo hincapié en la productividad y la competitividad basadas en la
tecnología y la colaboración, y no en el incremento de la explotación, hasta que las presiones
internacionales le obligaron a llevar al exterior la producción y ampliar el papel del mercado
laboral secundario desprotegido; y sumergió en una importante recesión, en la década de los
ochenta, a las economías de: África (excepto a Sudáfrica y Botswana) y de América Latina (con
la excepción de Chile y Colombia), cuando la política del Fondo Monetario Internacional
recortó el suministro de dinero y redujo salarios e importaciones para homogeneizar las
condiciones de la acumulación del capitalismo global en todo el mundo. La reestructuración se
llevó a cabo en virtud de la derrota política de los sindicatos de trabajadores en los principales
países capitalistas y de la aceptación de una disciplina económica común para los países
comprendidos en la OCDE. Tal disciplina, aunque hecha respetar cuando era necesario por el
Bundesbank, el Banco de la Reserva Federal estadounidense y el Fondo Monetario
Internacional, se inscribía de hecho en la integración de los mercados financieros globales, que
tuvo lugar a comienzos de la década de los ochenta utilizando las nuevas tecnologías de la
información. En las condiciones de una integración financiera global, las políticas monetarias
nacionales autónomas se volvieron literalmente inviables y, de este modo, se igualaron los
parámetros económicos básicos de los procesos de reestructuración por todo el planeta.
Aunque la reestructuración del capitalismo y la difusión del informacionalismo fueron
procesos inseparables, a escala global, las sociedades actuaron/reaccionaron de forma diferente
ante ellos, según la especificidad de su historia, cultura e instituciones. Así pues, sería hasta cierto
punto impropio referirse a una Sociedad Informacional, que implicaría la homogeneidad de
formas sociales en todas partes bajo el nuevo sistema. Ésta es obviamente una proposición
insostenible, tanto desde un punto de vista empírico como teórico. No obstante, podríamos
hablar de una Sociedad Informacional en el mismo sentido que los sociólogos se han venido
refiriendo a la existencia de una Sociedad Industrial, caracterizada por rasgos fundamentales
comunes de sus sistemas sociotécnicos, por ejemplo, en la formulación de Raymond Aron30.
Pero con dos precisiones importantes: por una parte, las sociedades informacionales, en su
existencia actual, son capitalistas (a diferencia de las sociedades industriales, muchas de las cuales
eran estatistas); por otra parte, debemos destacar su diversidad cultural e institucional. Así, la
singularidad japonesa31, o la diferencia española32, no van a desaparecer en un proceso de
indiferenciación cultural, marchando de nuevo hacia la modernización universal, esta vez medida
por porcentajes de difusión informática. Tampoco se van a fundir China o Brasil en el crisol
global del capitalismo informacional por continuar su camino de desarrollo actual de alta
velocidad. Pero Japón, España, China, Brasil, así como los Estados Unidos, son, y lo serán más
en el futuro, sociedades informacionales, en el sentido de que los procesos centrales de
generación del conocimiento, la productividad económica, el poder político/militar y los medios
de comunicación ya han sido profundamente transformados por el paradigma informacional y
están enlazados con redes globales de salud, poder y símbolos que funcionan según esa lógica.
De este modo, todas las sociedades están afectadas por el capitalismo y el informacionalismo, y
muchas de ellas (sin duda todas las principales) ya son informacionales33, aunque de tipos
diferentes, en escenarios distintos y con expresiones culturales/institucionales específicas. Una
teoría sobre la sociedad informacional, como algo diferente de una economía
global/informacional, siempre tendrá que estar atenta tanto a la especificidad histórica/cultural
como a las similitudes estructurales relacionadas con un paradigma tecnoeconómico en buena
medida compartido. En cuanto al contenido real de esta estructura social común que podría
considerarse la esencia de la nueva sociedad informacional, me temo que soy incapaz de
resumirlo en un párrafo: en efecto, la estructura y los procesos que caracterizan a las sociedades
informacionales son el tema de que trata este libro.
30 Aron, 1963. 31 Sobre la singularidad japonesa desde una perspectiva sociológica, véase Shoji, 1990. 32 Sobre los orígenes sociales de las diferencias y similitudes españolas frente otros países, véase Zaldívar y Castells,
1992.
33 Quisiera establecer una distinción analítica entre las nociones de «sociedad de la información» y «Sociedad
informacional», con implicaciones similares para la economía de la información/informacional. El término sociedad de
la información destaca el papel de esta última en la sociedad. Pero yo sostengo que la información, en su sentido más
amplio, es decir, como comunicación del conocimiento, ha sido fundamental en todas las sociedades, incluida la Europa
medieval, que estaba cu1turalmente estructurada y en cierta medida unificada en torno al escolastismo, esto es, en
conjunto, un marco intelectual (véase Southern, 1995). En contraste, el término informacional indica el atributo de una
forma específica de organización social en la que la generación, el procesamiento y la transmisión de a información se
convierten en las fuentes fundamentales de la productividad y el poder, debido a las nuevas condiciones tecnológicas que
surgen en este periodo histórico. Mi terminología trata de establecer un paralelo con la distinción entre industria e
industrial. Una sociedad industrial (noción habitual en la tradición sociológica) no es sólo una sociedad en la que hay industria,
sino aquella en la que las formas sociales y tecnológicas de la organización industrial impregnan todas las esferas
de la actividad, comenzando con las dominantes y alcanzando los objetos y hábitos de la vida cotidiana. La utilización
que hago de los términos sociedad informacional y economía informacional intenta caracterizar de modo más preciso las
transformaciones actuales más allá de la observación de sentido común de que la información y el conocimiento son
importantes para nuestras sociedades. Sin embargo, el contenido real de «Sociedad informacional» ha de determinarse
mediante la observación y el análisis. Éste es precisamente el objetivo de este libro. Por ejemplo, uno de los rasgos clave
de la sociedad informacional es la lógica de interconexión de su estructura básica, que explica el uso del concepto de
«sociedad red», definido y especificado en la conclusión de este volumen. No obstante, otros componentes de la
«sociedad informacional», como los movimientos sociales o el Estado, presentan rasgos que van más allá de la lógica de
la interconexión, aunque están muy influidos por ella al ser característica de la nueva estructura social. Así pues, «la
sociedad red» no agota todo el significado de la «sociedad informacional». Por último, ¿por qué, tras todas estas
precisiones, he mantenido La era de la información como titulo general del libro, sin incluir a Europa medieval en mi
indagación? Los títulos son mecanismos de comunicación. Deben resultar agradables para el usuario, ser lo bastante
claros como para que el lector suponga el tema real del libro y estar enunciados de modo que no se alejen demasiado del
marco semántico de referencia. Por ello, en un mundo construido en tomo a las tecnologías de la información, la
sociedad de la información, la información, las autopistas de la información y demás (todas estas terminologías se
originaron en Japón a mediados de los años sesenta -Johoka Shakai en japonés- y fueron transmitidas a Occidente en
1978 por Simon Nora y Alain Minc, cediendo al exotismo), un titulo como La era de la Información señala directamente
las preguntas que se suscitarán sin prejuzgar las respuestas.
EL YO EN LA SOCIEDAD INFORMACIONAL
Las nuevas tecnologías de la información están integrando al mundo en redes globales de
instrumentalidad. La comunicación a través del ordenador engendra un vasto despliegue de
comunidades virtuales. No obstante, la tendencia social y política característica de la década de
1990 es la construcción de la acción social y la política en tomo a identidades primarias, ya estén
adscritas o arraigadas en la historia y la geografía o sean de reciente construcción en una
búsqueda de significado y espiritualidad. Los primeros pasos históricos de las sociedades
informacionales parecen caracterizarse por la preeminencia de la identidad como principio
organizativo. Entiendo por identidad el proceso mediante el cual un actor social se reconoce a sí
mismo y construye el significado en virtud sobre todo de un atributo o conjunto de atributos
culturales determinados, con la exclusión de una referencia más amplia a otras estructuras
sociales. La afirmación de la identidad no significa necesariamente incapacidad para relacionarse
con otras identidades (por ejemplo, las mujeres siguen relacionándose con los hombres) o
abarcar toda la sociedad en esa identidad (por ejemplo, el fundamentalismo religioso aspira a
convertir a todo el mundo). Pero las relaciones sociales se definen frente a los otros en virtud de
aquellos atributos culturales que especifican la identidad. Por ejemplo, Yoshino, en su estudio
sobre la nihonjiron (ideas de la singularidad japonesa), define significativamente el nacionalismo
cultural como
el objetivo de regenerar la comunidad nacional mediante la creación, la conservación o el
fortalecimiento de la identidad cultural de un pueblo cuando se-cree que va faltando o está
amenazada. El nacionalismo cultural considera a la nación el producto de su historia y cultura
únicas y una solidaridad colectiva dotada de atributos únicos34.
Calhoun, si bien rechaza la novedad histórica del fenómeno, resalta asimismo el papel
decisivo de la identidad para la definición de la política en la sociedad estadounidense
contemporánea, sobre todo en el movimiento de las mujeres, en el gay y en el de los derechos
civiles de los Estados Unidos, movimientos todos que «no sólo buscan diversas metas instrumentales,
sino la afirmación de identidades excluidas como públicamente buenas y
políticamente sobresalientes»35. Alain Touraine va más lejos al sostener que, «en una sociedad
postindustrial, en la que los servicios culturales han reemplazado los bienes materiales en el nú-
cleo de la producción, la defensa del sujeto, en su personalidad y su cultura, contra la lógica de los aparatos y
los mercados, es la que reemplaza la idea de la lucha de clases»36. Luego el tema clave, como afirman
Calderón y Laserna, en un mundo caracterizado por la globalización y fragmentación
simultáneas, consiste en «cómo combinar las nuevas tecnologías y la memoria colectiva, la
ciencia universal y las culturas comunitarias, la pasión y la razón»37
Raymond Barglow, en su ensayo sobre este tema, desde una perspectiva
sociopsicoanalítica, señala la paradoja de que aunque los sistemas de información y la
interconexión aumentan los poderes humanos de organización e integración, de forma
simultánea subvierten el tradicional concepto occidental de sujeto separado e independiente.
. Cómo, en efecto. Y por qué
observamos la tendencia opuesta en todo el mundo, a saber, la distancia creciente entre
globalización e identidad, entre la red y el yo.
El paso histórico de las tecnologías mecánicas a las de la información ayuda a subvertir las
nociones de soberanía y autosuficiencia que han proporcionado un anclaje ideológico a la
identidad individual desde que los filósofos griegos elaboraron el concepto hace más de dos
34 Yoshino, 1992, pág. 1 35 Calhoun, 1994, pág. 4 36 Touranie, 1994, pág. 168; la traducción es mía, pero las cursivas son del autor. 37 Calderón y Laserna, 1994, pág. 40; la traducción es mía.
milenios. En pocas palabras, la tecnología está ayudando a desmantelar la misma visión del
mundo que en el pasado alentó38.
Después prosigue presentando una fascinante comparación entre los sueños clásicos
recogidos en los escritos de Freud y los de sus propios pacientes en el entorno de alta tecnología
de San Francisco en la década de los noventa: «La imagen de una cabeza... y detrás de ella hay
suspendido un teclado de ordenador... ¡Yo soy esa cabeza programada!»39. Este sentimiento de
soledad absoluta es nuevo si se compara con la clásica representación freudiana: «los que sueñan
[…] expresan un sentimiento de soledad experimentada como existencial e ineludible,
incorporada a la estructura del mundo [...] Totalmente aislado, el yo parece irrecuperablemente
perdido para sí mismo»40
A pesar de su perspicacia, esta, hipótesis sólo puede ser parte de la explicación. Por un
lado, implicaría una crisis del yo limitada a la concepción individualista occidental, sacudida por
una capacidad de conexión incontrolable. No obstante, la búsqueda de una nueva identidad y
una nueva espiritualidad también está en marcha en el Oriente, pese al sentimiento de identidad
colectiva más fuerte y la subordinación tradicional y cultural del individuo a la familia. La
resonancia de Aum Shinrikyo en Japón en 1995-1996, sobre todo entre las generaciones jóvenes
con educación superior, puede considerarse un síntoma de la crisis que padecen 108 modelos de
identidad establecidos, emparejado con la desesperada necesidad de construir un nuevo yo
colectivo, mezclando de forma significativa espiritualidad, tecnología avanzada (química,
biología, láser), conexiones empresariales globales y la cultura de la fatalidad milenarista
. De ahí, la búsqueda de una nueva capacidad de conectar en torno a
una identidad compartida, reconstruida.
41
Por otro lado, también deben hallarse los elementos de un marco interpretativo más
amplio que explique el poder ascendente de la identidad en relación con los macroprocesos de
cambio institucional, ligados en buena medida con el surgimiento de un nuevo sistema global.
Así, como Alain Touraine42 y Michel Wieviorka43
El surgimiento del fundamentalismo religioso parece asimismo estar ligado tanto a una
tendencia global como a una crisis institucional
han sugerido, cabe relacionar las corrientes
extendidas de racismo y xenofobia en Europa occidental con una crisis de identidad por
convertirse en una abstracción (europeas), al mismo tiempo que las sociedades europeas,
mientras veían difuminarse su identidad nacional, descubrieron dentro de ellas mismas la
existencia duradera de minorías étnicas (hecho demográfico al menos desde la década de 1960).
O, también, en Rusia y la ex Unión Soviética, el fuerte desarrollo del nacionalismo en el periodo
postcomunista puede relacionarse, como sostendré más adelante (volumen III), con el vacío
cultural creado por setenta años de imposición de una identidad ideológica excluyente,
emparejado con el regreso a la identidad histórica primaria (rusa, georgiana) como la única
fuente de significado tras el desmoronamiento del históricamente frágil sovetskii narod (pueblo
soviético).
44
38 Barglow, 1994, pág. 6.
. Sabemos por la historia que siempre hay en
reserva ideas y creencias de todas clases esperando germinar en las circunstancias adecuadas.
Resulta significativo que el fundamentalismo, ya sea islámico o cristiano, se haya extendido, y lo
seguirá haciendo, por todo el mundo en el momento histórico en que las redes globales de
riqueza y poder enlazan puntos nodales e individuos valiosos por todo el planeta, mientras que
desconectan y excluyen grandes segmentos de sociedades y regiones, e incluso países enteros.
¿Por qué Argelia, una de las sociedades musulmanas más modernizadas, se volvió de repente
39 Ibid., pág. 53. 40 Ibid., pág. 185. 41 Para las nuevas formas de revuelta vinculadas a la identidad en oposición explícita a la globalización, véase el análisis
exploratorio emprendido en Castells, Yazawa y Kiselyova, 1996b. . 42 Touraine, 1991. 43 Wieviorka, 1993. 44 Véase, por ejemplo, Papel, 1993; Colas, 1992.
hacia sus salvadores fundamentalistas, que se convirtieron en terroristas (al igual que sus
predecesores anticolonialistas) cuando se les negó la victoria electoral en las elecciones
democráticas? ¿Por qué las enseñanzas tradicionalistas de Juan Pablo II encuentran un eco
indiscutible entre las masas empobrecidas del Tercer Mundo, de modo que el Vaticano puede
permitirse prescindir de las protestas de una minoría de feministas de unos cuantos países
avanzados, donde precisamente el progreso de los derechos sobre la reproducción contribuyen a
menguar las almas por salvar? Parece existir una lógica de excluir a los exclusores, de redefinir
los criterios de valor y significado en un mundo donde disminuye el espacio para los analfabetos
informáticos, para los grupos que no consumen y para los territorios infracomunicados. Cuando
la Red desconecta al Yo, el Yo, individual o colectivo, construye su significado sin la referencia
instrumental global: el proceso de desconexión se vuelve recíproco, tras la negación por parte de
los excluidos de la lógica unilateral del dominio estructural y la exclusión social.
Éste es el terreno que debe explorarse, no sólo enunciarse. Las pocas ideas adelantadas
aquí sobre la manifestación paradójica del yo en la sociedad informacional sólo pretenden trazar
la trayectoria de mi investigación para información de los lectores, no sacar conclusiones de
antemano.
UNAS PALABRAS SOBRE EL MÉTODO
Éste no es un libro sobre libros. Aunque se basa en datos de diversos tipos y en análisis y
relatos de múltiples fuentes, no pretende exponer las teorías existentes sobre el
postindustrialismo o la sociedad informacional. Se dispone de varias presentaciones completas y
equilibradas de estas teorías45, así como de diversas críticas46, incluida la mía47. De forma similar,
no contribuiré, excepto cuando sea necesario en virtud del argumento, a la industria creada en la
década de los ochenta en tomo a la teoría postmoderna48, satisfecho por mi parte como estoy
con la excelente crítica elaborada por David Harvey sobre las bases sociales e ideológicas de la
«posmodernidad»49, así como con la disección sociológica de las teorías posmodernas realizada
por Scott Lash50. Sin duda debo muchos pensamientos a muchos autores y en particular a los
antepasados del informacionalismo, Alain Touraine y Daniel Bell, así como al único teórico
marxista que intuyó los nuevos e importantes temas justo antes de su muerte en 1979, Nicos
Poulantzas51
En una vena similar, pese a utilizar una cantidad considerable de fuentes estadísticas y
estudios empíricos, he intentado minimizar el procesamiento de datos para simplificar un libro
ya excesivamente pesado. Por consiguiente, tiendo a utilizar fuentes de datos que encuentran un
amplio y resignado consenso entre los científicos sociales (por ejemplo, OCDE, Naciones
Unidas, Banco Mundial y estadísticas oficiales de. los gobiernos, monografías de investigación
autorizadas, fuentes académicas o empresariales generalmente fiables), excepto cuando tales
. Y reconozco debidamente los conceptos que tomo de otros cuando llega el caso
de utilizarlos como herramientas en mis análisis específicos. No obstante, he intentado construir
un discurso lo más autónomo y menos redundante posible, integrando materiales y
observaciones de varias fuentes, sin someter al lector a la penosa visita de la jungla bibliográfica
donde he vivido (afortunadamente, entre otras actividades) durante los pasados doce años.
45 Lyon (1988) presenta una útil visión general de las teorías sociológicas sobre el postindustrialismo y el
informacionalismo. Para los orígenes intelectuales y terminológicos de las nociones de la «Sociedad de la información.,
véase Ito, 1991a, y Nora y Minc, 1978. Véase también Beniger, 1986; Katz, 1988; Salvaggio; 1989; Williams, 1988.
46 Para unas perspectivas críticas sobre el postindustrialismo, véanse entre otros, Lyon, 1988; Touraine, 1992; Shoji,
1990; Woodward, 1980; Roszak, 1986. Para una crítica cultural del énfasis que nuestra sociedad otorga a la tecnología
de la información, véase Postman, 1992.
47 Para mi crítica del postindustrialismo, véase Castells, 1994, 1995, 1996. 48 Véase Lyon, 1993; también Seidman y Wagner, 1992 49 Harvey, 1990. 50 Lash, 1990. 51 Poulantzas, 1978, sobre todo págs. 160-169.
fuentes parecen ser erróneas (por ejemplo, las estadísticas soviéticas sobre el PNB o el informe
del Banco Mundial sobre las políticas de ajuste en África). Soy consciente de las limitaciones de
prestar credibilidad a una información que puede no siempre ser precisa, pero el lector se dará
cuenta de que se toman numerosas precauciones en este texto, así que por lo general se llega a
conclusiones sopesando las tendencias convergentes de varias fuentes, según una metodología
de triangulación que cuenta con una prestigiosa tradición de éxito entre los historiadores,
policías y periodistas de investigación. Además, los datos, observaciones y referencias presentados
en este libro no pretenden realmente demostrar hipótesis, sino sugerirlas, mientras se
constriñen las ideas en un corpus de observación, seleccionado, he de admitirlo, teniendo en
mente las preguntas de mi investigación, pero de ningún modo organizado en torno a respuestas
preconcebidas. La metodología seguida en este libro, cuyas implicaciones específicas se
expondrán en cada capítulo, está al servicio del propósito de este empeño intelectual: proponer
algunos elementos de una teoría transcultural y exploratoria sobre la economía y la sociedad en
la era de la información, que hace referencia especifica al surgimiento de una nueva estructura social. El
amplio alcance de mi análisis lo requiere la misma amplitud de su objeto (el informacionalismo)
en todos los dominios sociales y las expresiones culturales. Pero de ningún modo pretendo tratar
la gama completa de temas y asuntos de las sociedades contemporáneas, ya que escribir
enciclopedias no es mi oficio.
El libro se divide en tres partes que la editorial ha transformado sabiamente en tres
volúmenes. Aunque están interrelacionados analíticamente, se han organizado para hacer su
lectura independiente. La única excepción a esta regla es la conclusión general, que aparece en el
volumen III pero que corresponde a todo el libro y presenta una interpretación sintética de sus
datos e ideas.
La división en tres volúmenes, aunque hace al libro publicable y legible, suscita algunos
problemas para comunicar mi teoría general. En efecto, algunos temas esenciales que
trascienden a todos los tratados en este libro se presentan en el segundo volumen. Tal es el caso
en particular del análisis de la condición de la mujer y el patriarcado y de las relaciones de poder
y el Estado. Advierto al lector de que no comparto la opinión tradicional de una sociedad
edificada por niveles superpuestos, cuyo sótano son la tecnología y la economía, el entresuelo es
el poder, y la cultura, el ático. No obstante, en aras de la claridad, me veo forzado a una
presentación sistemática y algo lineal de temas que, aunque están relacionados entre sí, no
pueden integrar plenamente todos los elementos hasta que se hayan expuesto con cierta
profundidad a lo largo del viaje intelectual al que se invita al lector en este libro. El primer
volumen, que tiene en las manos, trata sobre todo de la lógica de lo que denomino la red,
mientras que el segundo (El poder de la identidad) analiza la formación del yo y la interacción de la
red y el yo en la crisis de dos instituciones centrales de la sociedad: la familia patriarcal y el
Estado nacional. El tercer volumen (Fin de milenio) intenta una interpretación de las transformaciones
históricas actuales, como resultado de la dinámica de los procesos estudiados en los
dos primeros volúmenes. Hasta el tercer volumen no se propondrá una integración general entre
teoría y observación que vincule los análisis correspondientes a los distintos ámbitos, aunque
cada volumen concluye con un esfuerzo de sintetizar los principales hallazgos e ideas
presentados en él. Aunque el volumen III se ocupa de forma más directa de los procesos
específicos del cambio histórico en diversos contextos, a lo largo de todo el libro he hecho
cuanto he podido por cumplir dos metas: basar el análisis en la observación, sin reducir la
teorización al comentario; diversificar culturalmente mis fuentes de observación y de ideas al
máximo, utilizando la ayuda de colegas y colaboradores para abarcar las que están en lenguas
que desconozco. Este planteamiento proviene de mi convicción de que hemos entrado en un
mundo verdaderamente multicultural e interdependiente que sólo puede comprenderse y
cambiarse desde una perspectiva plural que articule identidad cultural, interconexión global y
política multidimensional.
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