Que sean niños los niños.
Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.
Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.
Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente. Que no sean foto de un portal pornográfico. Que no sean los habitantes de un reformatorio.
Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.
Que sean niños los niños, y no un target.
Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad. Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.
Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.
Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.
Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.
Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.
Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.
Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.
Que sean niños los niños.
Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.
Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.
Que sean niños, no "el repetidor" o "el conflictivo" o "el que nunca trae los deberes".
Niños, y no los que empujan el carro con cartones.
Que sean niños los niños, simplemente.
Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.
Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.
Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.
Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.
Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.
Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños. Inocentes de todo lo heredado.
Por Mex Urtizberea
lunes, 21 de agosto de 2017
domingo, 20 de agosto de 2017
Idoneidad
Las
enseñanzas del Maestro Ciruela Ricardo Cabrera
Idoneidad
Idoneidad
Recuerdo a dos profesores de música que
tuve hace mucho tiempo. El primero nos enseñaba solfeo: do, mi, do, sol... fa,
re, si, si, si, siiiii... do, re, do. Obviamente, moviendo la mano como
crucificando la alegría y diciendo las notas en un tono monocorde, atonal, como
para convencer a un sordo. El segundo era un músico que hacía una suplencia:
todo fiesta, todo música. Va de suyo que del primero no aprendí nada y padecí
todo. Y del segundo recuerdo que esperaba la hora de música con mucha ansiedad
porque mientras cantábamos me enamoraba cada vez más de mi compañerita de
adelante.
Pero visto a la distancia creo que puedo
agregar un análisis más profundo: el primero no era idóneo, no porque fuera mal
docente; no lo era porque no entendía la música, no sabía qué es la música. Y
el segundo sí era idóneo, pero no porque fuera un buen docente sino porque
llevaba la música en la sangre. Claro que podría no haber sido idóneo por
tratarse de un mal docente... aunque ya se dan cuenta de que no era el caso.
Esa vivencia la puedo trasladar a la
enseñanza de cualquier materia, de cualquier contenido, de cualquier tópico. Un
docente que no sea un buen lector no puede enseñar lengua ni literatura; un
docente que no ejerza su ciudadanía con responsabilidad no puede enseñar educación
cívica; un docente que como mínimo no se aficione a la lectura de divulgación
científica, no puede enseñar ninguna ciencia. No serían idóneos.
Para ser docente -también va de suyo- no
hace falta ser especialista en las materias que se enseñen, pero sí se debe
conocerlas, entenderlas, practicarlas y -sobre todo- disfrutarlas. Es mentira
que se puede enseñar algo que se desconoce, simplemente ayudando a un grupo de
estudiantes a transitar un camino de aprendizaje. Y menos que menos ayudar a
construir un conocimiento (pretensión ridícula de algunos adeptos al
constructivismo).
El solfeo tiene tanto que ver con la
música, como el recitado de las fases de la mitosis con la biología. Para ser
idóneo en cualquier materia hay que estudiar, prepararse, curiosearla,
investigarla.
Es una pena que para nuestro magisterio
exista una oferta tan generosa de cursos de enseñanza, de didáctica y de
modalidades de la educación, y tan somera de actualización o profundización de
contenidos. Hay una cruda realidad: no se puede enseñar lo que no se conoce de
verdad, lo que no se ama.
martes, 1 de agosto de 2017
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