martes, 19 de diciembre de 2017
sábado, 9 de diciembre de 2017
EL LIDERAZGO EDUCATIVO Y SU PAPEL EN LA MEJORA
EL LIDERAZGO EDUCATIVO Y SU PAPEL EN LA MEJORA: UNA REVISIÓN ACTUAL DE
SUS POSIBILIDADES Y LIMITACIONES
EDUCATIONAL LEADERSHIP AND ITS
ROLE IN IMPROVEMENT: A CURRENT REVIEW OF ITS POSSIBILITIES AND LIMITATIONS
Antonio Bolívar (*)
Universidad de Granada
España
Universidad de Granada
España
Resumen: Las reformas a la
gestión pública impulsadas por el Nuevo Management Público (NMP) han producido
varios arreglos a la estructura y procesos administrativos, distanciándose
éstos de los paradigmas burocráticos clásicos. No obstante, la potencia de esta
corriente reformista y sus controversias han marcado la aplicación de reformas
que declaran inspirarse en ella, abriendo un debate sobre sus contenidos y su
sustentabilidad en el tiempo. Un aspecto central en esta polémica reside en el
grado de ajuste que existiría entre los supuestos subyacentes al NMP y la
cultura que tiende a predominar administración. La literatura sobre eficacia y
mejora de la escuela ha destacado el papel crítico que ejerce la dirección en
organizar buenas prácticas pedagógicas en los centros educacionales e
incrementar los resultados del aprendizaje. Se hace una revisión actual de las
investigaciones sobre cómo el liderazgo educativo es un factor de primer orden
en la mejora de resultados. Hasta ahora, tanto en España como en Chile, la
dirección ha tenido escasa capacidad para incidir en la mejora de las prácticas
docentes; sin embargo, las nuevas orientaciones de la investigación y de las
políticas educativas potencian el liderazgo pedagógico. El perfil directivo de
gestión se está, pues, ampliando a un liderazgo pedagógico. Un liderazgo para
el aprendizaje, más allá de la dirección, se tiene que ampliar, de modo
distribuido, a través del liderazgo del profesorado y de las comunidades
profesionales de aprendizaje. Se discute igualmente las graves limitaciones que
la dirección actual tiene para diseñar entornos de mejora del aprendizaje de
todos los alumnos.
Palabras clave: liderazgo
directivo; liderazgo centrado en el aprendizaje; mejora escolar; resultados
educativos.
(*) Autor para correspondencia: Catedrático de
Didáctica y Organización Escolar, Facultad de Ciencias de la Educación,
Universidad de Granada. Correo de contacto: abolivar@ugr.es
Introducción
El artículo defiende la tesis de
que el mejoramiento de la educación, entre otros factores, pasa por cambios en
el modelo de dirección de los establecimientos educacionales. El modelo
administrativista-burocrático de la dirección escolar, tanto en España como en
Chile, en la modernidad tardía, presenta graves déficits para incidir en la
mejora de resultados de su establecimiento. Al respecto, el liderazgo
pedagógico o instruccional de los contextos anglosajones puede ser de suma
utilidad para potenciar dicho mejoramiento, como muestran la literatura y
experiencias que se revisan en este trabajo. Si la escuela como institución es
la unidad básica de análisis de la mejora educativa, el equipo directivo debe
ser el responsable último del incremento en los aprendizajes de los estudiantes
(Printy, 2010). En línea coincidente con otros investigadores chilenos
(Weinstein et al., 2009), abogamos por los correspondientes cambios
políticos, legislativos y de formación que hagan esto posible.
En este contexto, tanto en Chile
(Garay y Uribe, 2006) como en España (Bolívar, 2006), conviene plantearse
cuáles son las tareas y responsabilidades que deban tener los directores y
directoras de centros educativos y, de acuerdo con ellas, promover los cambios
oportunos en la estructura organizativa de los establecimientos educacionales.
Este tipo de planteamientos y discusión ya no puede hacerse al margen de cómo
se sitúa el tema a nivel internacional. En particular, sabiendo que el
liderazgo pedagógico de los directivos es un factor crítico de primer orden en
la mejora de la educación. Por eso, en este trabajo nos vamos a mover entre una
revisión de las grandes líneas de acción en la literatura actual y el deseable
reflejo en las orientaciones legislativas. Con todo, la gran rémora es la
cultura escolar establecida, que impide que la dirección pueda ejercer un papel
de liderazgo pedagógico, capaz de promover la mejora (Kruse y Louis, 2008).
El cambio en el siglo XXI es
crear escuelas que aseguren, a todos los estudiantes en todos los lugares, el
éxito educativo, es decir, una buena educación (Darling-Hammond, 2001). Los
centros educativos deben garantizar a todos los alumnos los aprendizajes
imprescindibles y la dirección de la escuela está para hacerlo posible,
centrando sus esfuerzos en dicha meta. A su servicio se han de poner la
autonomía, los apoyos y recursos suplementarios. Sucede que, así como, cuando
la dirección se limita a una mera gestión administrativa las responsabilidades
sobre el aprendizaje del alumnado quedan diluidas; cuando se enfoca desde un
liderazgo para el aprendizaje, esta responsabilidad es central. Por eso, una
agenda próxima en la mejora del ejercicio de la dirección es entenderla como un
“liderazgo para el aprendizaje”, que vincula su ejercicio con el aprendizaje
del alumnado y los resultados del centro escolar.
La capacidad para mejorar de un
centro escolar depende, de manera relevante, de equipos directivos con
liderazgo que contribuyan a dinamizar, apoyar y animar que aprenda a
desarrollarse, contribuyendo a construir la capacidad interna de mejora. Así,
el Informe McKinsey (Barber y Mourshed, 2007) y la propia OCDE (Pont, Nusche y
Moorman, 2008) sitúan el liderazgo educativo como el segundo factor interno a
la escuela que más relevancia tiene en los logros de aprendizaje, tras la acción
docente de su profesorado. En este sentido, como argumentamos en este trabajo,
una asignatura pendiente es el modelo actual de dirección de los
establecimientos escolares, que impide el ejercicio de un liderazgo pedagógico
(Weinstein, 2009; Bolívar, 2006). Se requiere un quiebre en atribuciones y
competencias de los directivos, de forma que potencie su incidencia en la
mejora de los aprendizajes de los respectivos establecimientos educacionales.
Acudir a lo que la investigación internacional pone de manifesto puede
contribuir decididamente para señalar modos de actuar en esta área
estratégica.
De una dirección burocrática a un
liderazgo educativo
Limitarse a la gestión
burocrática de los centros escolares, en las condiciones actuales,
crecientemente se está volviendo insuficiente. Si, como primera responsabilidad
del establecimiento educacional, es preciso garantizar el éxito educativo a
todo su alumnado, esto no puede quedar enteramente al arbitrio de lo que cada
profesor, con mayor o menor suerte, haga en su aula. De ahí que la dirección
escolar tenga inevitablemente que entrar en la mejora de la enseñanza y del
aprendizaje que ofrece el establecimiento educacional. Es un punto, sin duda
conflictivo, pero en las experiencias y literatura internacional, cada vez más
claro: si los profesores son clave de la mejora, los directores han de crear el
clima adecuado para que los docentes sean mejores, supervisando los resultados
y alentando el progreso. No obstante, preciso es reconocerlo, tanto en Chile
como en España tenemos un conjunto de retos pendientes para poder pasar de la
actual modo de ejercer la dirección al liderazgo para el aprendizaje (Maureira,
2006).
En lugar de esta gestión
meramente burocrática, como sucede igualmente en otras organizaciones no
educativas, se están demandando organizaciones escolares más flexibles, capaces
de adaptarse a contextos sociales complejos. Por eso, como hemos analizado en
otros escritos (Bolívar, 2000), las organizaciones con futuro son aquellas que
tengan capacidad para aprender a desarrollarse y hacer frente al cambio. Para
lograrlo precisan, entre otras, de autonomía que les posibiliten poner en
marcha proyectos propios y aprender de la experiencia. Al tiempo, potenciar la
capacidad local de cada establecimiento para mejorar, aportando los recursos
necesarios e impeliendo un compromiso por la mejora. Todo lo cual no será
posible si no se rediseñan o reestructuran las escuelas para que lleguen a ser
organizaciones genuinas de aprendizaje, no sólo para los alumnos sino para los
propios profesores. Como dicen Stoll y Temperley (2009):
Los líderes escolares sólo pueden
influir en los resultados de los estudiantes si cuentan con autonomía
suficiente para tomar decisiones importantes acerca del currículum y la
selección y formación de maestros; además, sus principales áreas de
responsabilidad deberán concentrarse en mejorar el aprendizaje de los alumnos.
Los países optan cada vez más por la toma de decisiones descentralizada y por
equilibrar ésta con una mayor centralización de los regímenes de rendición de
cuentas, como las pruebas estandarizadas (p. 13).
De modo paralelo a la crisis de
modelos basados en el control, vertical y burocrático, se ha perdido la
confianza en los cambios planificados externamente para mejorar la educación,
como muestra el “fracaso” de las sucesivas reformas. Confiamos ahora más en
movilizar la capacidad interna de cambio (de los centros como organizaciones,
de los individuos y grupos) para regenerar internamente la mejora de la
educación. Se pretende favorecer la emergencia de dinámicas laterales y
autónomas de cambio, que puedan devolver el protagonismo a los agentes y –por
ello mismo– pudieran tener un mayor grado de sostenibilidad. Los cambios deben,
así, iniciarse internamente desde dentro, mejor de modo colectivo, induciendo a
los propios implicados a la búsqueda de sus propios objetivos de desarrollo y
mejora, como ha puesto de manifiesto las experiencias y literatura actual sobre
“comunidades profesionales de aprendizaje” (Bolam, Stoll, Thomas y Wallace,
2005; Escudero, 2009; Stoll y Louis, 2007). En este contexto, el liderazgo –no
restringido al equipo directivo, sino compartido o distribuido– ocupa un lugar
privilegiado (Harris, 2008).
En esta situación podemos
plantear qué hace o puede hacer la dirección en España para mejorar la labor
docente del profesorado en su aula y, consiguientemente, el aprendizaje de los
alumnos. Desde luego, es preciso pasar de un modelo “transaccional”, como hemos
tenido en España (Bolívar y Moreno, 2006), en que los colegas eligen –de
acuerdo con sus intereses, a veces corporativos– al director, por uno
“transformador”, como vio entre otros Leithwood (1994). La dependencia de los
electores, como en la política, hace vulnerable poder ir más allá en un sentido
proactivo y transformador. Romper estos vínculos de dependencia (Fullan, 1998),
junto a otras regulaciones externas, es necesario para un cambio educativo.
Entendemos por “liderazgo”,
fundamentalmente, la capacidad de ejercer influencia sobre otras personas, de
manera que éstas puedan tomar las líneas propuestas como premisa para su
acción. Esta influencia, no basada en el poder o autoridad formal, se puede
ejercer en distintas dimensiones, especialmente en el plano organizativo,
cuando una dirección logra alcanzar consenso y moviliza a la organización en
torno a metas comunes (Leithwood, Day, Sammons, Harris y Hopkins, 2006).
Cuando estos esfuerzos van dirigidos a la mejora de los aprendizajes de los
alumnos, hablamos de liderazgo educativo o pedagógico. En este
sentido, ciertas rutinas administrativas asociadas a la dirección de la
organización no forman parte del liderazgo pedagógico. Si bien, siendo
realistas, en las condiciones actuales, en muchos casos, es preciso asegurar la
gestión y funcionamiento de la organización, ejercer un liderazgo supone ir más
lejos induciendo al grupo a trabajar en determinadas metas propiamente
pedagógicas.
Al respecto, el informe TALIS
(OCDE, 2009) señala que no hay oposición entre un modelo administrativo y otro
pedagógico: los directores que ejercen un destacado liderazgo pedagógico son,
en general, los que también ejercen mejor el liderazgo administrativo. En Chile
esto parece constatarse, como muestra el informe (Carbone, 2008) sobre la
situación del liderazgo escolar, en el que se mantiene la hipótesis de que
dicho liderazgo se vehiculiza a través de los dispositivos de gestión, como
modo para impactar en los aprendizajes de los alumnos. Sin embargo, es cierto,
que la sobrecarga de actividades burocráticas-administrativas impide el
ejercido de un liderazgo pedagógico (Weinstein, 2009). En el caso español, en
el informe TALIS, según la percepción del profesorado y directores, obtiene la
puntuación más baja en liderazgo pedagógico y también en liderazgo
administrativo, muy por debajo de la media. Siendo compatibles ambas
dimensiones (gestión y liderazgo), también es cierto que atender la primera
puede limitar desarrollar la segunda. Como dice el Informe McKinsey (Barber y
Mourshed, 2007) deben estructurarse las funciones, expectativas e incentivos
para asegurarse de que los
Directores se concentran en el
liderazgo en instrucción y no en la administración del establecimiento. Esto
contrasta con los sistemas educativos en que muchos directores dedican la mayor
parte de su tiempo a tareas que no se relacionan directamente con la mejora de
la enseñanza en sus escuelas, limitando así las capacidades para hacer realidad
mejoras concretas en los resultados de los alumnos (p. 34).
Todo esto ha contribuido a que la
dirección pedagógica de los centros educativos se esté constituyendo, a nivel
internacional y nacional, como un factor de primer orden en la mejora de la
educación, al tiempo que en una prioridad de las agendas de las políticas
educativas. Diversos informes internacionales lo ponen de manifiesto. Por una
parte, el informe TALIS (OCDE, 2009) analiza la relevancia de un liderazgo para
el aprendizaje
del alumnado, del profesorado y del propio centro como organización. La
propia OCDE ha decidido intervenir en esta dimensión, a través de su programa
titulado Mejorar el liderazgo escolar (Improving school leadeship), en el que
participan entre otros Chile (Mineduc, 2007) y España (Ministerio de Educación,
2007). Justifica entrar en esta dimensión dado que, como afirma al comienzo de
su estudio:
El liderazgo escolar se ha
convertido en una prioridad de los programas de política educativa a nivel
internacional. Desempeña una función decisiva en la mejora de los resultados
escolares al influir en las motivaciones y capacidades de los maestros, así
como en el entorno y ambiente escolares. El liderazgo escolar eficaz es
indispensable para aumentar la eficiencia y la equidad de la educación. [...]
Los responsables de política educativa necesitan mejorar la calidad del
liderazgo escolar y hacerlo viable (Pont, Nusche y Moorman, 2008, pp. 9-19).
Un liderazgo centrado en el
aprendizaje
La agenda próxima en la mejora
del ejercicio de la dirección, de acuerdo con las orientaciones más potentes en
la literatura (Day, Sammons y Hopkins 2009; Macbeath y Nempster, 2009), es el
liderazgo centrado en el aprendizaje (learning-centered leadership); es decir,
vincular el liderazgo con el aprendizaje del alumnado. Un liderazgo para el
aprendizaje toma como núcleo de su acción la calidad de enseñanza ofrecida y
los resultados de aprendizaje alcanzados por los alumnos. El asunto prioritario
es, pues, qué prácticas de la dirección escolar crean un contexto para un mejor
trabajo del profesorado y, conjuntamente, de todo el establecimiento
educacional, impactando positivamente en la mejora de los aprendizajes del
alumnado (Weinstein et al., 2009). Para lograrlo, entre otros, deja de ser
un rol reservado al director, siendo dicha misión compartida por otros miembros
del equipo docente. En este sentido, dice Elmore (2000, p. 25), que “la mejora
es más una cualidad de la organización, no de caracteres preexistentes de los
individuos que trabajan en ella”; por eso mismo, el liderazgo ha de ser
concebido como algo separado de la persona y del papel que esa persona pueda
desempeñar en un momento determinado. El liderazgo está en la escuela y no en
la persona del director; que ha de construir su propia capacidad de liderazgo.
Las dimensiones transformacionales del liderazgo (rediseñar la organización),
junto con el liderazgo instructivo o educativo (mejora de la educación
ofrecida), en los últimos años han confluido en un liderazgo centrado en el
aprendizaje (del alumnado, del profesorado y de la propia escuela como
organización). Más específicamente se entiende como un liderazgo centrado-en o
para el aprendizaje (leadership for learning). Esta perspectiva no es un modelo
más de los que han desfilado en torno al liderazgo sino que expresa, en el
contexto escolar, la dimensión esencial del liderazgo, cuya relación causal
recogen diversas investigaciones (Swaffield y Macbeath, 2009). El liderazgo
para el aprendizaje implica en la práctica, al menos, cinco principios (Macbeath,
Swaffield y Frost, 2009): centrarse en el aprendizaje como actividad, crear
condiciones favorables para el aprendizaje, promover un diálogo sobre el
liderazgo y el aprendizaje, compartir el liderazgo, un responsabilización común
por los resultados. La creación de una cultura centrada en el aprendizaje de
los alumnos requiere: promover la cooperación y cohesión entre el profesorado,
un sentido del trabajo bien hecho, desarrollar comprensiones y visiones de lo
que se quiere conseguir.
En el referido programa
(Improving School Leadership) promovido por la OCDE, la mejora del liderazgo
escolar pasa por cuatro grandes líneas de acción: (re)definir las
responsabilidades; distribuir el liderazgo escolar; adquirir las competencias
necesarias para ejercer un liderazgo eficaz; y hacer del liderazgo una
profesión atractiva. Dicho informe señala que las responsabilidades del
liderazgo escolar han de ser redefinidas para un mejor aprendizaje de los
estudiantes, reconociendo que “el liderazgo para el aprendizaje es el carácter
fundamental del liderazgo escolar” (Pont et al., 2008, p. 10). Una de las
tareas centrales de la dirección escolar, hasta ahora entendida como alejada de
su competencia, es contribuir a mejorar las prácticas docentes y actuación
profesional del profesorado, con el objetivo último del incremento de
aprendizajes del alumnado, es decir, un “liderazgo centrado en apoyar, evaluar
y desarrollar la calidad docente se reconoce ampliamente como un componente
esencial del liderazgo eficaz” (Pont et al., 2008, p. 44)
Las prácticas de liderazgo han
cambiado dramáticamente en las dos últimas décadas, particularmente en
contextos de política educativa donde los centros educativos tienen mayor
autonomía y, paralelamente, una mayor responsabilidad por los resultados
escolares (Stoll y Temperley, 2009). A medida que el mejoramiento se torna más
dependiente de cada establecimiento educacional y éste, con mayores cotas de
autonomía, debe dar cuenta de los resultados obtenidos, el liderazgo educativo
de los equipos directivos adquiere mayor relevancia. Si bien pueden ser
discutibles las formas y usos de la evaluación de establecimientos escolares en
función del rendimiento de sus estudiantes, lo cierto es que están incidiendo
gravemente en la dirección escolar (Elmore, 2005). Por eso, un liderazgo para
el aprendizaje toma como núcleo de su acción la calidad de enseñanza ofrecida y
los resultados de aprendizaje alcanzados por los alumnos. De hecho, más allá de
resolver los asuntos cotidianos de gestión, los equipos directivos están
desarrollando ya nuevas prácticas acordes con las demandas actuales.
A pesar de la importancia, antes
resaltada, de la dirección en la mejora de la enseñanza, no queremos caer en
atribuir a la dirección factores causales que no le pertenecen. En este
sentido, como dice Elmore (2000), resulta necesario desromantizar el liderazgo;
es decir, dejar de proyectar en él lo que debieran ser buenas cualidades para
el funcionamiento de la organización; y –en su lugar– abogar por un liderazgo
distribuido (distributed leadership) entre todos los miembros (Harris, 2008),
que contribuya a capacitar al personal en la mejora. El liderazgo –como
proclaman propuestas ingenuas, en un salto al vacío– no es la solución a todos
los problemas, sino parte de ella. De modo paralelo es preciso poner el foco de
atención, de un lado, en potenciar el liderazgo del profesor (Lieberman y
Miller, 2004; Harris, 2004); de otro, las escuelas como comunidades
profesionales de aprendizaje efectivas (Stoll y Louis, 2007). Se trata de
generar una cultura escolar robusta, con implicación de todos los agentes (incluida
la familia y la comunidad), en un proceso que Kruse y Louis (2008) llaman
“intensificación del liderazgo”. Sin construir un sentido de comunidad que
valora el aprendizaje poco lejos puede ir el liderazgo.
El impacto del liderazgo en la
mejora de los aprendizajes: efectos y prácticas
La literatura actual, derivada de
los estudios sobre eficacia y mejora de la escuela, ha destacado el papel
desempeñado por el liderazgo pedagógico en organizar buenas prácticas
educativas en los centros escolares y en contribuir al incremento de los
resultados del aprendizaje. El “efecto-director” es, normalmente, un efecto
indirecto: no es él quién trabaja en las aulas, pero puede contribuir a
construir las condiciones para que se trabaje bien en ellas. Sin duda la efectividad
de un profesor en la clase está en función de sus capacidades, de las
motivaciones y compromiso y de las características del contexto en que trabaja
y del entorno externo (social y político). Pero la creación de un ambiente y de
unas condiciones de trabajo que favorezcan a su vez un buen trabajo en las
aulas es algo que depende de los equipos directivos. Por eso, si bien otros
factores y variables tienen su incidencia, la función del equipo directivo se
convierte en un “catalítico” en la mejora de los centros educativos,
especialmente en la promoción y gestión de la enseñanza. Por eso, no hay un
proyecto de dinamización o de mejora en un centro que no esté el equipo
directivo detrás, aunque no sea el protagonista directo.
A nivel de investigación, la literatura
actual, derivada de los estudios sobre eficacia y mejora de la escuela, ha
destacado el papel que desempeña el liderazgo educativo en organizar buenas
prácticas educativas en los centros y en contribuir al incremento de los
resultados del aprendizaje (Weinstein et al., 2009). Los efectos
estudiados por la investigación se refieren al liderazgo en el contexto
anglosajón, con roles y capacidades muy distintas a las que tiene el director o
equipos directivos en España. La investigación es consistente sobre los efectos
del liderazgo en la mejora de los resultados, si bien dichos efectos se ven
mediados por las prácticas docentes en el aula (Waters Marzano y McNulty, 2003;
Leithwood y Jantzi, 2008; Leithwood, Louis, Anderson y Wahlstrom., 2004;
Robinson, 2007). Estos investigadores concluyen que, dentro de todos los
factores internos de la escuela, después de la labor del profesorado en el
aula, el liderazgo es el segundo factor que contribuye a lo que aprenden los
alumnos en la escuela, explicando alrededor de un 25% de todos los efectos
escolares. Los líderes generalmente contribuyen al aprendizaje de los alumnos
indirectamente, a través de su influencia sobre otras personas o
características de su organización. Su éxito depende mucho de sus decisiones sobre
dónde dedicar tiempo, atención y apoyo. En una investigación realizada en Chile
por Sergio Garay (2008), el liderazgo explica el 11% de la varianza en la
eficacia escolar, debido a la distinta configuración y competencias que tiene
en Chile. De modo paralelo, en otra investigación realizada por Paulo Volante
(2008, p. 210) se concluye que “en las organizaciones en que se perciben
prácticas de liderazgo instruccional en la dirección escolar, es posible
esperar logros académicos superiores y mayores expectativas respecto a los
resultados de aprendizaje por parte de los profesores y directivos”.
Las revisiones de la
investigación producida en las últimas décadas (Hallinger y Heck, 1998;
Marzano, Waters y McNulty 2005) señalan que los equipos directivos pueden
marcar una diferencia crítica en la calidad de las escuelas y en la educación
de los alumnos. Además, la propia calidad del profesorado puede verse
potenciada, a su vez, por la propia acción de los líderes en ese ámbito. Como
constata el informe de la OCDE, a partir de la revisión de investigaciones:
Los líderes escolares ejercen una
influencia medible, en su mayor parte indirecta, sobre los resultados del
aprendizaje. Esto significa que el impacto de los líderes escolares en el
aprendizaje de los estudiantes, por lo general, es mediado por otras personas,
eventos y factores organizacionales, como maestros, prácticas del salón de
clase y ambiente de la escuela (Pont et al., 2008, p. 34).
En otras revisiones (Robinson,
Hohepa, y Lloyd., 2009) se pone de manifiesto los efectos que determinados
modos de ejercicio del liderazgo son aún mayores en escuelas situadas en
contextos vulnerables y de pobreza, donde un buen liderazgo educativo puede
contribuir decididamente a incrementar sus índices de mejora. Por eso, si bien
los factores externos (sociofamiliares, económicos o culturales) son
condicionantes, no determinan lo que la escuela puede hacer. Estas
investigaciones exploran las relaciones directas e indirectas, estadísticamente
significativas, entre las acciones de los líderes y los resultados del
alumnado. Del mismo modo, aquellas intervenciones en el aprendizaje profesional
del profesorado que tienen un impacto positivo en el aprendizaje del alumnado y
el papel jugado por los líderes en crear las condiciones adecuadas para que
tenga lugar. Los líderes generalmente contribuyen al aprendizaje de los alumnos
indirectamente, a través de su influencia sobre otras personas o
características de su organización. Su éxito depende mucho de sus decisiones
sobre dónde dedicar tiempo, atención y apoyo. Los investigadores han
identificado, según la referida revisión, cinco dimensiones que tienen un
impacto significativo (medido de 0–1) en el aprendizaje de los estudiantes:
1. Promover y participar en el
aprendizaje y desarrollo profesional de su profesorado (0.84)
2. Planificar, coordinar y
evaluar la enseñanza y el currículum (0.42)
3. Establecer metas y
expectativas (0.35)
4. Empleo estratégico de los
recursos (0.34)
5. Asegurar un entorno ordenado
de apoyo (0.27)
En una amplia investigación, en
la que han participado reconocidos investigadores (Day, et al., 2009),
sobre el impacto del liderazgo en los resultados de los alumnos, entiende que
los resultados de los alumnos (cognitivos, afectivos, conducta social), dependen,
en primer lugar, como variable mediadora, de las condiciones del trabajo
docente, cuyo impacto en el aprendizaje se verá moderado por otras variables
como el capital cultural de la familia o el contexto organizativo. Una y otra
pueden verse influenciadas por quienes ejercen roles de liderazgo, produciendo
–de este modo– mejoras en el aprendizaje del alumnado. En particular, como se
describe posteriormente, cómo se puede intervenir en la cultura profesional
docente, formación continua o condiciones de trabajo del profesorado en modos
que favorezcan los objetivos deseados.

Figura 1. Los efectos del
liderazgo escolar
Como indica la Figura 1, para
mejorar el aprendizaje y resultados de los alumnos se debe mejorar el desempeño
del profesorado. Dicho desempeño está en función de la motivación y el
compromiso, la capacidad o competencia y las condiciones en que trabajan. Si
pueden influir menos directamente sobre las competencias docentes, sin embargo
pueden ejercer una fuerte influencia en las otras variables (motivaciones y
compromisos, condiciones del trabajo docente). En la Figura se recogen, de modo
simplificado, la fuerza de las relaciones (baja, moderada o alta influencia),
de acuerdo con los resultados de la investigación. Cuando los directores
ejercían este tipo de liderazgo mayor influencia tenían en estas variables
intermedias del profesorado que, a su vez, condicionan las nuevas prácticas
docentes y, finalmente, los resultados de los alumnos. La Figura 1 muestra,
asimismo, que las capacidades docentes son las que mayor influyen en las
prácticas, si bien el grado de intervención del director en ellas es menor.
Este es un reto al que habrá que hacer frente en el futuro. Igualmente, el
sentido de eficacia se constituye en una variable de primer orden. Por tanto,
los líderes escolares con éxito mejoran la enseñanza y el aprendizaje y, por lo
tanto, de manera indirecta, los resultados de los alumnos, principalmente a
través de su influencia en la motivación del personal, el compromiso, las
prácticas de enseñanza y desarrollando las capacidades del profesorado para el
liderazgo.
Los efectos exitosos del
liderazgo en el aprendizaje de los alumnos dependerán mucho tanto de las
prácticas desarrolladas, como de que el liderazgo esté distribuido o
compartido, así como de sus decisiones sobre en qué dimensiones de la escuela
dedicar tiempo y atención. En una investigación modélica, Leithwood,
Day et al. (2006) han descrito cuatro grandes tipos de prácticas del
liderazgo que tienen un impacto en el aprendizaje de los alumnos:
1. Establecer una dirección
(visión, expectativas, metas del grupo). Los directores efectivos proveen de
una visión clara y un sentido a la escuela, desarrollando una comprensión
compartida y misión común de la organización, focalizada en el progreso de los
alumnos. Para esto desarrollan prácticas tales como: identifica nuevas
oportunidades para la organización, para motivar e incentivar al personal para
conseguir las metas comunes. Esto implica establecer valores y alinear al staff
y a los alumnos de acuerdo con ellos.
2. Desarrollar al personal.
Habilidad del líder para potenciar aquellas capacidades de los miembros de la
organización necesarias para movilizarse de manera productiva en función de
dichas metas. Prácticas coherentes son: desarrollo profesional, atención,
incentivos o apoyo, procesos deliberativos que amplíen la capacidad de los
miembros para responder mejor a las situaciones.
3. Rediseñar la organización.
Establecer condiciones de trabajo que posibiliten al personal un desarrollo de
sus motivaciones y capacidades, con prácticas que construyen una cultura
colaborativa, faciliten el trabajo en equipo, así como gestionar el entorno.
Para eso se han de posibilitar la creación de tiempos comunes de planificación
para profesores, establecimiento de estructuras grupales para la
resolución de problemas, distribución del liderazgo y mayor implicación del
profesorado en la toma de decisiones.
4. Gestionar los programas de
enseñanza y aprendizaje. Conjunto de tareas destinadas a supervisar y evaluar
la enseñanza, coordinar el currículum, proveer los recursos necesarios y seguir
el progreso de los alumnos. Prácticas adecuadas son: supervisar la sala de
aula; motivar, emocionalmente, al profesorado, con actitud de confianza hacia
ellos y sus capacidades, promoviendo su iniciativa y apertura a nuevas ideas y
prácticas.
Por su parte, Viviane Robinson
(2007), apoyándose en estudios cuantitativos que vinculan liderazgo con
resultados de alumnos, define cinco dimensiones de liderazgo que lo hacen
eficaz:
1. Establecimiento de metas y
expectativas. Esta dimensión incluye establecer objetivos de aprendizaje
relevantes y medibles, comunicar de forma clara a todas las partes y hacer el
seguimiento de los mismos, así como la implicación del cuerpo docente y de otros
en el proceso. Metas claras generan buen desempeño y sentido de prioridades en
medio de las nuevas exigencias y hacen que los profesores puedan disfrutar de
su trabajo al sentirse controlando la situación, en lugar de siendo controlados
por ésta.
2. Obtención de recursos en forma
estratégica. Implica alinear la selección de recursos con las prioridades de
los objetivos de enseñanza. Igualmente, incluye la adecuada selección y
provisión del personal docente. Implica también un enfoque concentrado y no fragmentado
del mejoramiento escolar.
3. Planificación, coordinación y
evaluación de la enseñanza y del currículum. Implicación directa en el apoyo y
evaluación de la enseñanza mediante la visita regular a las clases en las
aulas, y la provisión de los correspondientes feedbacks formativos y sumativos
a los docentes. Supervisión directa del currículum mediante la coordinación
entre profesorado entre niveles y etapas de la escuela y en el interior de cada
curso o ciclo. La coherencia incrementa las oportunidades de aprendizaje. La
evaluación, basada en evidencias, posibilita la indagación para la mejora.
4. Promoción y participación en
aprendizaje y desarrollo docente. Si la calidad de los docentes tiene impacto
directo en la oportunidades que tendrán los niños, el liderazgo tendrá que
promover las oportunidades, formales e informales, para el aprendizaje
profesional. Además de promoverlas, debe participar directamente con los
docentes en el desarrollo profesional.
5. Aseguramiento de un entorno
ordenado y de apoyo. Organizar las aulas para reducir los tiempos de espera,
las presiones externas y las interrupciones para proteger las oportunidades de
aprendizaje de los alumnos. Se debe establecer un entorno ordenado, que
favorezca el aprendizaje, dentro y fuera del aula.
En conjunto, pues, de modo
paralelo, hay una coincidencia sobre prácticas que promueven un liderazgo
eficaz. Dado que el aprendizaje no suele aparecer de modo contingente o
accidental, el equipo directivo debe crear entornos, disponer espacios y
tiempos que faciliten y apoyen el aprendizaje del profesorado, de la
organización y, en último extremo, del alumnado. Evidentemente, si el elemento
central es el aprendizaje de los estudiantes, se deben rediseñar aquellas
estructuras que hacen posible la mejora a nivel de aula, apoyando y estimulando
el trabajo del profesorado en clase (Robinson, Hohepa y Lloyd, 2009). En esta
medida, los equipos directivos dirigen su acción a rediseñar los contextos de
trabajo y relaciones profesionales, por lo que están llamados a ser “líderes
pedagógicos de la escuela” (Leithwood, 2009). La creación de una cultura
centrada en el aprendizaje de los alumnos requiere: promover la cooperación y
cohesión entre el profesorado, un sentido del trabajo bien hecho, desarrollar
comprensiones y visiones de lo que se quiere conseguir (Waters, Marzano y
McNulty, 2003).
Hacia una dirección educativa.
España y Chile
Aun cuando cada país tiene su
propia historia y tradición, que tanto pesa sobre su configuración actual y que
–a la vez– condiciona los posibles cambios futuros; a nivel comparativo,
comparten en este tema un diagnóstico y una vía de salida. En las dos últimas
décadas, Chile y España, han experimentado un desarrollo espectacular en
educación (nivel de cobertura, extensión años de escolaridad obligatoria,
cambios en el currículum, programas de compensación educativa, incremento
sustantivo del financiamiento, mejora remuneraciones docentes, etc.). Sin
embargo, esto no se ha traducido, de modo significativo, en una mejora de los
aprendizajes, como muestran los resultados en PISA y, en el caso de Chile,
también en SERCE. Desde luego, hay muchos factores que condicionan dicha
mejora, en particular la formación del profesorado y la calidad de los procesos
instructivos desarrollados (Uribe, 2007). Pero, como acabamos de defender, el
liderazgo de los directivos tiene un papel de primer orden.
En el caso español, por una
historia particular (Viñao, 2005), los directivos escolares han tenido escasas
atribuciones para poder ejercer un liderazgo educativo. Institucionalmente ha
estado situada con una debilidad estructural y graves limitaciones para diseñar
entornos de mejora del aprendizaje de todos los alumnos (Ministerio de
Educación, 2007). No basta confiar en el compromiso o voluntarismo de todos el
profesado de una escuela, porque en tal caso poco se podía hacer para ir más
allá de la contingencia y suerte con el profesorado que se cuente en el centro
escolar. Sin embargo, están empezando cambios significativos en ejercicio de la
dirección en España, ya reflejados en las nuevas regulaciones legislativas, en
un tránsito de un modelo burocrático a una dirección pedagógica, encaminada a
la mejora de los aprendizajes y de los resultados del centro escolar, de
acuerdo con las orientaciones reflejadas en la literatura internacional.
En las últimas décadas, en
general, se ha operado un doble proceso. Si bien hay todo un conjunto de
posibilidades para apoyar esta política de mejora dirigida a potenciar el
liderazgo educativo; por otra, partimos de una cultura escolar con graves
impedimentos para que los directivos escolares puedan ejercer dicho papel.
España, junto con Portugal, han compartido un modo singular (y único) de
dirección escolar dentro de la Unión Europea (Ministerio de Educación, 2007;
Bolívar y Moreno, 2006), en ambos casos el director es elegido por sus colegas.
En España, las expectativas suscitadas por una cultura de la participación no
se han correspondido con la realidad. No siempre que sea “electivo” significa
ser democrático, puesto que puede ser también “corporativo”. Por eso mismo, no
es el procedimiento de acceso el que garantiza su carácter democrático, cuanto
el modo de funcionamiento y cómo está estructurada la organización. En su
crisis han concurrido diversas causas: los mecanismos de elección no han
funcionado en un alto porcentaje (40%) por falta o penuria de candidatos,
teniendo –en estos casos– que ser nombrados por la Administración; los
ineludibles mecanismos de transacción con los compañeros que lo han elegido no
posibilita a la larga una mejora; finalmente, tampoco ha motivado el ejercicio
de un liderazgo distribuido, compartido o democrático en una comunidad
profesional de aprendizaje. La lógica colegial de naturaleza corporativa impide
el ejercicio de un liderazgo pedagógico (Bolívar, 2006). Por eso, la
nueva regulación en España ha cambiado la elección por “selección”.
Un punto crítico sobre la
dirección y organización de centros en España es qué hace o puede hacer la
dirección para mejorar la labor docente del profesorado en su aula y,
consiguientemente, el aprendizaje del alumnado (Bolívar y Moreno, 2006). Además
de otros procesos o condiciones, parece también evidente que un modelo colegial
de elección de directores, presenta serias dificultades para un liderazgo
pedagógico o educativo. Así el Informe TALIS (OCDE, 2008) dibuja una dirección
en España con escasa capacidad para mejorar los procesos de enseñanza‑aprendizaje
pues, de acuerdo con la percepción de los agentes educativos, obtiene la
puntuación más baja en liderazgo pedagógico y también en liderazgo
administrativo, muy por debajo de la media. Por eso, tenemos un conjunto de
retos pendientes para poder acercarnos a la referida forma de trabajo (Bolívar,
2006).
Influidos por las tendencias
actuales, que consideran prioritario el papel de liderazgo educativo, contamos
ahora con una progresiva convergencia de nuestra legislación y política
educativa con dichas orientaciones. Al respecto la actual Ley Orgánica de
Educación (LOE) introduce (art. 132) como novedad, entre las competencias del
director, “ejercer la dirección pedagógica, promover la innovación educativa e
impulsar planes para la consecución de los objetivos del proyecto educativo del
centro”. De modo similar, por limitarnos a las aprobadas y publicadas, la Ley de
Educación de Andalucía reafirma la función de “dirección pedagógica” (art.
132.1). Por su parte, la Ley de Educación de Cataluña especifica que tiene
funciones de “liderazgo pedagógico” (art. 142), en particular en el ejercicio
de la autonomía pedagógica; paralelamente la Administración educativa debe
fomentar y apoyar “la capacidad de la capacidad de liderazgo de los
profesionales de la organización y gestión de los centros educativos” (art.
100). A su vez, los nuevos Reglamentos Orgánicos de los centros (en Andalucía y
otras comunidades) o el “Decret d’autonomía dels centres educatius” de
Cataluña, ambos en fase de borrador, están concretando –y ampliando– el
ejercicio de liderazgo pedagógico. Este último habla de que “la dirección de
los centros adquiere un papel de liderazgo global de la acción de los centros
públicos”.
Paralelamente, un Informe de
Eurydice (2008) sobre las reformas de autonomía escolar en Europa, señala como
tendencia general el progresivo incremento de descentralización y autonomía en
los países europeos, recayendo –dentro de una “nueva gestión pública”– en el
director la responsabilidad de su ejercicio y de la mejora de la calidad.
Como se acaba de señalar, también en España, de ser uno de los países donde
menos competencias organizativas, pedagógicas y de gestión tienen los equipos
directivos, justo en este momento estamos en un proceso de ampliación real de
dicha autonomía. Dado que las circunstancias (autonomía, responsabilización por
los resultados) fuerzan a ir en este camino, se está, pues, en un situación de
no retorno (Bolívar, 2009; 2010). Si el profesorado es clave en la mejora, los
directores y directoras han de crear las condiciones y el contexto para que los
docentes puedan mejorar en ejercicio profesional. Por eso, un punto crítico
sobre la dirección y organización de centros en España es qué hace o puede
hacer la dirección para mejorar la labor docente del profesorado en su aula y,
consiguientemente, el aprendizaje del alumnado (Bolívar y Moreno, 2006).
El Ministerio de Educación de
Chile ha desarrollado una serie de modelos, sistemas y modificaciones legales.
En una inciativa laudable, presentó en el año 2005 el Marco para la Buena
Dirección (MBD), determinando las competencias profesionales que deben
poseer los directivos con los criterios y descriptores en cuatro grandes
ámbitos (liderazgo, gestión curricular, gestión de la convivencia y gestión de
recursos). Reconociendo el avance indudable que supone el MBD, como señalan
diversos estudios (Garay y Uribe, 2006), el marco normativo y la situación
heredada no permiten el adecuado ejercicio de dicho liderazgo; por lo que “es
clave que deje de poseer un carácter sólo indicativo, para atravesar las
políticas efectivas que se desarrollan diariamente, en particular por parte de
los sostenedores, en relación a los directivos (Weinstein, 2009).
Se han iniciado reformas en el
marco legal (atribuciones y funciones de los directores de establecimientos
educacionales, asignación de desempeño, concursabilidad, etc.), así como
otras en el ámbito de la evaluación y calidad (Sistema Nacional Evaluación de
Desempeño, Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Gestión Escolar y el
sistema de Evaluación de desempeño de docentes directivos y técnico –
pedagógicos). Si dichas medidas no han tenido su reflejo adecuado en un
mejoramiento sustantivo de la calidad de la educación se debe a que los
directivos no ejercen un liderazgo pedagógico. Esto requiere incidir en esta
dimensión, tanto en el plano regulativo, de formación y de selección‑acceso a
la dirección. El Marco para la Buena Dirección, así como el Sistema de
Aseguramiento de la Calidad de la Gestión Escolar, precisan para una adecuada
implementación de un liderazgo educativo, más allá de la gestión administrativa
actual. La extensa renovación próxima de los actuales directivos que, por su
elevada edad (55.9 de media), especialmente en los establecimientos
municipalizados (Carbone, 2008), se ha de acometer en los próximos años,
aconseja atraer a los mejores líderes pedagógicos. Hacer de la dirección una
profesión atractiva y desarrollar las competencias para un liderazgo
eficaz son dos líneas de acción que aconseja la OCDE (2008) en su
conocido informe (Improving School Leadership).
Sin embargo resulta difícil, en
las actuales estructuras, el ejercicio de un liderazgo educativo. Las
escuelas como organizaciones, como ha mostrado altamente la sociología de la
enseñanza, están “débilmente articuladas”, funcionando cada uno
independientemente en su aula, por lo que son escasas –cuando no nulas– las
posibilidades de que los directivos puedan supervisar lo que sucede en las
clases, y –por tanto– tampoco las de un “liderazgo educativo”. La
inviolabilidad de las elecciones y acciones que los profesores toman en clase
sobre lo que enseñan y cómo lo hacen, impiden cualquier supervisión educativa
por parte de la dirección. La atomización y fragmentación de la enseñanza, el
habitual individualismo, en efecto, impide tanto la colaboración como la
evaluación conjunta de lo planificado a nivel general y de la práctica concreta
en el aula. Cuando la organización está débilmente articulada y las prácticas
docentes individuales dependen del voluntarismo de cada profesor y la “lógica
de la confianza”, hablar de liderazgo pedagógico resulta escasamente significativo,
como comenta Elmore (2000), dado que la estructura institucional, en principio,
lo impide. Hay una resistencia docente a cualquier tipo de supervisión u
orientación de su enseñanza, asentada en un corporativismo e individualismo,
que se traduce en una no intervención de la dirección. Una larga tradición,
empotrada en la cultura escolar (particularmente en Secundaria), hace que el
director de las escuelas públicas no suele saber lo que ocurre en las aulas, la
información que puede tener le suele llegar por vías indirectas. Dado que el
aislamiento es uno de sus principales enemigos de la mejora, una dirección
pedagógica debiera contribuir a crear una visión compartida de la escuela.
Si la gestión se limita a
mantener que las cosas funcionen bien (primer nivel necesario), el liderazgo en
sentido transformador supone involucrar a los demás en una meta de cambio y
mejora de la organización. Entre resolver las tareas más apremiantes de gestión
y reaccionar a los numerosos requerimientos administrativos (paradójicamente,
incrementados, de modo más complejo, en los últimos tiempos), e inducir un
sentido proactivo a la acción colectiva, se juega el papel transformador que
los equipos directivos puedan tener en la innovación curricular de una escuela
(Leithwood, Jantzi y Steinbach, 1999). La dirección de las escuelas es
mayoritariamente –en los mejores casos– transaccional; en otros, simplemente
reactiva a los numerosos requerimientos de las distintas instancias. El
liderazgo se tiene que dirigir, por eso, a transformar los modos habituales de
enseñanza en nuevos escenarios de aprendizaje. El equipo directivo tiene que
jugar una función a caballo entre la transacción con los colegas y las
necesidades de transformación que pueden demandarse desde otras instancias. Al
respecto, dice Elmore (2008):
Para un director, la práctica de
mejora consiste, en gran medida, en hacer visible lo que no se ve. La mayor
parte de personas que ocupan un puesto dirigente en la escuela están más o
menos socializados en una cultura relativamente disfuncional. Esta
socialización consiste, entre otras cosas, en aprender a considerar que la
mayoría de aspectos de la escuela y de su cultura como adquisiciones
establecidas, concentrándose sobre un pequeño número de cosas que la cultura define
como posibles. Para que los directivos aprendan a gestionar activamente el
proceso de mejora, se precisa poner al día, analizar y modificar todas las
reglas, normas y convenciones implícitas que constituyen obstáculos para la
acción (p. 51).
Discusión y conclusiones
En su revisión de las Reformas
Educativas en Chile en las últimas décadas (Weinstein y Muñoz, 2009) afirman
que ésta no ha otorgado un rol significativo a los directivos, no siendo
considerados un actor clave para el éxito de los cambios. Se requiere un
quiebre, en varias dimensiones, convirtiendo a este estamento en un factor
catalizador del cambio en las escuelas. Dentro de la revisión crítica de las
políticas de reforma de los 90 y sus resultados, la mejora docente en el aula,
como ya lo apuntaba el Marco para una Buena Dirección, demanda nuevos modos de
ejercer la dirección de los establecimientos. De modo paralelo en España,
Bolívar (2006), basándose en una investigación realizada para el Instituto
Nacional de Calidad y Evaluación (INCE), señala cómo el modelo electivo por el
Consejo Escolar, establecido en 1985, no ha resuelto adecuadamente la dirección
de las escuelas, entre otras cosas por la ausencia de candidatos y su carácter
no profesional, abogando por un liderazgo pedagógico. Sorprende, pues, que la
política educativa haya mantenido en el olvido durante tanto tiempo a unos
profesionales con un papel tan decisivo sobre los resultados escolares. Vamos a
señalar algunas conclusiones que, de acuerdo con los análisis previos, pueden sugerir
propuestas de interés para ambos países.
En primer lugar, objetivo
prioritario de las políticas educacionales en el siglo XXI es garantizar a
todos los estudiantes los aprendizajes imprescindibles que les que posibiliten,
sin riesgo de exclusión, la integración y participación activa en la vida
pública. El liderazgo en la enseñanza está, sin duda, para hacerlo posible.
Necesitamos, pues, los mejores equipos directivos que puedan ejercer un
liderazgo educativo. Para esto, en primer lugar, como sugiere el informe de la
OCDE (Pont et al., 2008), se requiere hacer de la dirección escolar una
profesión atractiva. Atraer a los mejores candidatos deben potenciarse en
remuneraciones, carrera profesional y formación.
En segundo lugar, se precisa una
formación inicial y en servicio adecuadas. Los líderes escolares necesitan
capacitación específica para responder al aumento de funciones y
responsabilidades, en particular sobre estrategias para mejorar los resultados
escolares. El referido informe de la OCDE (Pont et al., 2008) dedica el
capítulo 4 al “Desarrollo de habilidades para un liderazgo escolar eficaz”. El
Marco para la Buena Dirección reconoce el complejo rol del director y los
docentes que cumplen funciones directivas en la actualidad, que requiere para ejercer
con propiedad el liderazgo y gestión del establecimiento educativo competencias
en cuatro grandes ámbitos de acción: liderazgo, gestión curricular, gestión de
recursos y gestión del clima institucional y convivencia.
Si la dirección escolar se ha asentado
en un conjunto de regularidades que gobiernan la organización de los centros,
la nueva gestión está demandando un cambio de papel que, justamente, al no
haberse producido una reestructuración organizativa, lo impiden. De ahí la
necesidad de un liderazgo de la dirección que incite, de un modo
“transformativo”, al desarrollo del establecimiento escolar como organización.
Hacer posible el liderazgo educacional (pedagógico o instrucional) exige, pues,
cambios en la actual estructura organizativa. Si la acción del liderazgo
educacional se debiera dirigir a crear contextos para el aprendizaje y las
estructuras escolares asentadas más bien favorecen valores idiosincráticos
aislados y aprendizaje individualista, son precisos cambios transformacionales,
a nivel organizativo, que posibiliten las acciones deseadas. Un liderazgo
transformador, en la formulación de Leithwood, Jantzi y Steinbach (1999), tiene
como metas fundamentales: estimular y desarrollar un clima de colegialidad,
contribuir al desarrollo profesional de sus profesores, e incrementar la
capacidad de la escuela para resolver sus problemas.
A su vez, este liderazgo no va
unido a ocupar una posición formal en la cumbre de la pirámide, más bien la
iniciativa e influencia está distribuida entre todos los miembros (liderazgo
distribuido) de la escuela. Asignar a una persona la iniciativa de cambio,
impidiendo el liderazgo de las demás, impediría que la organización aprenda.
Desde las “organizaciones que aprenden” se subraya la necesidad de distribuir o
dispersar las tareas dinamizadoras en el conjunto del profesorado, como hemos
comentado en otro lugar (Bolívar, 2000). Al fin y al cabo, la capacidad
de cambio de una escuela dependerá no de una cúspide, sino de que el liderazgo
de la dirección se diluya, de modo que –como cualidad de la organización–
genere el liderazgo múltiple de los miembros y grupos, siendo –por tanto– algo
compartido. Si queremos que los profesores asuman un papel más profesional, con
funciones de liderazgo en sus respectivas áreas y ámbitos, deben asumir
dirección y autoridad en sus respectivos ámbitos. Por otra parte, configurar
los centros escolares como comunidades profesionales de aprendizaje que puedan
posibilitar el aprendizaje a través del trabajo conjunto.
El director, en este sentido,
tiene que ejercer un papel “transformador”: estimular y desarrollar un clima de
colegialidad, contribuir al desarrollo profesional de sus profesores, e
incrementar la capacidad de la escuela para resolver sus problemas. Construir
una visión colectiva y situar los objetivos prácticos, creación de culturas de
colaboración, altas expectativas de niveles de consecución y proveer apoyo
psicológico y material al personal, son otras tantas dimensiones de estas
funciones transformadoras. El modelo de liderazgo pedagógico tiene tres
características importantes (Elmore, 2008):
(1) Se centra en la práctica de
la mejora de la calidad de la enseñanza y el rendimiento de los estudiantes,
(2) Se trata de liderazgo como una función distribuida más que como un rol basado
en la actividad, y (3) Se requiere más o menos continua formación y
actualización de conocimientos y habilidades, tanto porque el conocimiento base
de la práctica docente está cambiando constantemente como porque hay que
reponer la población de los líderes actuales (p. 58).
En cualquier caso, abandonada
definitivamente cualquier añoranza de líderes heroicos con cualidades y
competencias excepcionales y abogando, en su lugar, por un liderazgo compartido
o distribuido, de lo que se trata es de un “liderazgo sostenible”, como han
mantenido Hargreaves y Fink (2008). La responsabilidad de asegurar una buena
educación para todos, en un contexto que acrecienta las diferencias y dualiza
la sociedad y las propias escuelas entre integrados y marginalizados, exige un
espacio social y moral sostenibles en el tiempo, con los propósitos de promover
aprendizajes, amplios y profundos, para toda la ciudadanía. Pues de lo que se
trata, en último extremo, es de cómo garantizar a toda la población en la
escolaridad obligatoria, como derecho y como condición de la ciudadanía, aquel
conjunto de saberes y competencias básicas que posibiliten, sin riesgo de
exclusión, la integración y participación activa en la vida pública. Para eso,
no basta tener algunas buenas escuelas que funcionan bien, sino hacer de cada
escuela una gran escuela. El liderazgo en la enseñanza ocupa, sin duda, un
lugar en dicha tarea.
Revisar: Cap. 6, titulado “Leading to learn: School Leadership and Management Styles” (pp. 189-217).
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sábado, 2 de diciembre de 2017
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