jueves, 5 de enero de 2017

"La Peste " Eduardo Galeano



La Peste 
            Eduardo Galeano

   Los termómetros no hacen más que confirmar que está ardiendo de fiebre el mundo, enfermo de la peste del racismo. Es revelador, pongamos por caso, el éxito que está teniendo en Estados Unidos un libro que dice con todas las letras lo que muchos piensan pero no se atreven a decir, o dicen en voz baja: dos científicos del mundo académico proclaman sin pelos en la lengua que los negros y los pobres tienen un coeficiente intelectual inevitablemente menor que los blancos y los ricos, por motivos genéticos, y por lo tanto se echa agua al mar cuando se dilapidan dineros en su educación y asistencia social.

    El libro, The Bell Curve, no agrega nada que valga la pena a la vasta bibliografía del racismo, pero su enorme repercusión indica que está diciendo lo que mucha gente quiere escuchar. Y lo que de veras importa es que su mensaje coincide con el catecismo de la economía de mercado a la hora de la unanimidad universal: desde el punto de vista de la religión del dinero, la pobreza no es el resultado de la injusticia, sino el castigo que la ineficiencia merece. Y entonces acuden los ideólogos a complementar la gran coartada de un sistema que está en guerra contra los pobres porque es incapaz de combatir la pobreza: los pobres no son burros porque son pobres, sino que son pobres porque son burros, y son burros por herencia genética. La pobreza es tan natural como la democracia racial que tiene a los negros abajo y a los blancos arriba. La desigualdad social resulta, así, consagrada por la legitimación biológica: la división de la sociedad en clases integra el orden natural de las cosas.

“Nunca llegarás a nada.”
   Esta no es, por cierto, la primera vez que los tests del coeficiente intelectual sirven de materia prima para el desprecio racial, a pesar del dudoso valor de estas mediciones que tratan a las personas como si fueran números.
  En The Bell Curve, los profesores Herrnstein y Murray no hacen más que confirmar qué buenas razones tenía don Alfred Binet para desconfiar de su propio invento. A fines del siglo pasado, Binet había creado en París el primer test de coeficiente intelectual, con el sano propósito de identificar a los niños que necesitaban más ayuda de los maestros en las escuelas, pero él fue el primero en advertir que se trataba de un “instrumento imperfecto”, que de ninguna manera podía servir para medir la inteligencia, que no puede ser medida, ni debía servir para descalificar a nadie. El propio Binet había sido descalificado por sus profesores, cuando era estudiante, como ocurrió con Winston Churchill, Albert Einstein y muchos otros niños de aprendizaje lento, que recibían de sus maestros frases estimulantes, como: “Nunca llegarás a nada”.
El test, que puede tener cierta utilidad en determinado momento y lugar, obviamente puede no servir para nada en otro momento y otro lugar. Las primeras aplicaciones del test de Binet en los muelles de Nueva York mostraron que más del 80 por ciento de los inmigrantes judíos, húngaros, italianos y rusos eran débiles mentales. A idéntica conclusión llegó, en 1916, el doctor Alejandro Vera Álvarez en la ciudad boliviana de Potosí. Aplicando el test de Binet a los niños de las escuelas públicas, resultó que menos del 20 por ciento eran normales. El resto era retrasado, por culpa de la herencia y otros factores.

Dime cuánto pesas y te diré cuánto vales.

  Cuando Binet inventó su test en la Sorbona, estaba de moda otra manera de medir la inteligencia: la capacidad intelectual dependía del peso del cerebro. Este método tenía el inconveniente de que sólo permitía admirar o despreciar a los muertos. Los científicos andaban a la caza de cráneos famosos, y no se desalentaban a pesar de los resultados desconcertantes de sus operaciones. El cerebro de Anatole France, por ejemplo, pesó la mitad que el de Iván Turguénev, aunque sus méritos literarios se consideraban parejos.
  La gran figura intelectual del siglo pasado en Bolivia, Gabriel René Moreno, había descubierto que el cerebro indígena y el cerebro mestizo pesaban “cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca”. Como ocurre con la policía en los allanamientos, el racismo encuentra lo que pone. Aunque las pruebas nieguen la evidencia, pruebas son. El tamaño del cerebro tiene, en relación a la inteligencia, la misma importancia que el tamaño del pene tiene en relación a la eficacia sexual, o sea: ninguna. Pero todavía en 1964, la Enciclopedia Británica consideraba pertinente informar que los negros tenían “un cerebro pequeño en relación al tamaño de sus cuerpos”.
  Cuando el secretario de Estado de Estados Unidos, Robert Lansing, tuvo que justificar los diecinueve años de ocupación militar de Haití, no hizo más que ratificar una convicción universal: los negros eran incapaces de gobernarse, y esa incapacidad estaba en su “naturaleza física”.

Antes y después de Hitler.

  Hasta que Hitler hizo lo que hizo, era normal que los educadores más prestigiosos de América Latina hablaran de la necesidad de “regenerar la raza”, “mejorar la especie” y “cambiar la calidad biológica de los niños”. En el Congreso Panamericano del Niño de 1924, muchas voces exigieron “seleccionar las semillas que se siembran” para generar hijos sanos. Por entonces, el diario El Mercurio, de Chile, encabezó una campaña por el mejoramiento de la raza, a partir de la convicción de que “la mezcla indígena dificulta, por sus hábitos y su ignorancia, la adopción de ciertas costumbres y conceptos modernos”.
   En 1934, Hitler empezó a poner en práctica la eugenesia, y al mundo no le pareció nada mal que diera el ejemplo esterilizando a los enfermos hereditarios y a los criminales, en defensa de la raza aria. El problema vino después, cuando el feroz hombrecito desbordó todos los límites, y su afán de exterminio y su voracidad de países desembocaron en lo que ya se sabe. Entonces el racismo universal tuvo que llamarse a silencio y durante algunos años calló o se expresó por eufemismos.
  Pero la minoría blanca que desde hace siglos manda en el mundo, y que ha organizado al planeta entero como un gigantesco campo de concentración, necesita discursos que absuelvan su historia y justifiquen sus actos. Nada tiene de asombroso, aunque tanto tenga de indignante, que en este mundo dominado por pocos y amenazado por muchos, vuelvan a resonar, ahora, las voces del desprecio.

 “Brecha”, Diciembre 1994


            

Entrevista a Rossana Reguillo Cruz

"Se ha agudizado la criminalización de la juventud"

Experta en colectivos juveniles latinoamericanos, la mexicana Rossana Reguillo Cruz describe un panorama dramático de la región, en especial de quienes viven "en la zona de exclusión producida por el neoliberalismo". Y advierte sobre la responsabilidad del Estado y la prensa en la difusión de ciertas representaciones que vinculan de manera directa a los jóvenes (pobres) con el crimen.

Rossana Reguillo Cruz es mexicana, doctora en Ciencias Sociales y se especializa, desde hace 30 años, en el tema de los colectivos juveniles latinoamericanos. De visita en Buenos Aires para participar de la jornada "Miradas interdisciplinarias sobre violencia en las escuelas", confesó que la exclusión y marginalización de vastos sectores juveniles le preocupan hasta quitarle el sueño: "Cuando las instituciones se van replegando, esos espacios tienden a ser ocupados por otras fuerzas, y estas fuerzas lamentablemente están muy vinculadas con el crimen organizado. No quiero ser alarmista, pero se me va el sueño, no veo escenarios para una tregua... Por otro lado, existe esta necesidad de muchos docentes, que son los que están en contacto más inmediato, de tener una respuesta al 'dígame cómo se hace'... y no se trata de dar consejos, sino de arriesgarnos a pensar juntos, intentar formas distintas de aproximación. Desprendernos un poco de la certeza que nos generan los marcos institucionales y ensayar alternativas".



-¿La escuela sigue siendo el lugar más seguro para los niños y jóvenes?

- Probablemente, pero no por mucho tiempo más. La escuela no está afuera: lo que le pasa a la sociedad le pasa a la escuela .Yo me preguntaría qué pasa en la sociedad argentina para que los jóvenes estén teniendo acceso a las armas, registradas o no registradas. Si son registradas es un problema muy serio; si son no registradas la pregunta es muy fuerte. Mirar los casos de manera aislada es más fácil. De otro modo, te obligas a preguntarte cosas muy incómodas. Un periodista me preguntaba por el caso de las maras1 y yo le decía: "No me obsesionaría con el tema de la enorme maldad y la agudización de los códigos violentos.
Yo me preguntaría por qué logran asentarse y adueñarse de territorios locales. Es evidente que tienen anclajes locales y son, en buena medida, protecciones que vienen del narco y de la propia policía". Pero es muy incómodo preguntarse eso, te quita de la pista fácil de ir a sacarle la foto al mara y al tatuaje, y te obliga a preguntarte por los terratenientes locales. En el caso de la frontera México- Guatemala, ¿cómo pasa el tren de la muerte, un tren donde se mueren jóvenes y se esconden migrantes? Son cargueros que pueden viajar con 30 o 40 indocumentados y que, en la frontera los entregan a redes llamadas polleros2, en México... ¿dónde están esas redes?

-¿ Cómo ve la relación entre esta estigmatización del joven como violento y la creciente violencia hacia los jóvenes?

-Están directamente relacionados; no es causa uno de otro, pero guardan una estrecha relación. Este discurso acerca de la "desviación" de los comportamientos juveniles está presente en la sociedad desde Aristóteles. Él llamaba a la contención y al cuerpo sano, al control. Biológicamente es una edad en que el individuo está en plena efervescencia, es potencia pura; pero por otro lado es una etapa que nos da muchísimo miedo, porque esa potencia puede tomar formas muy distintas. Es un discurso que se agudiza en algunos momentos, pero mi análisis tiene que ver con que se ha agudizado la criminalización de la juventud.
El primero que contribuyó a esta idea del joven como criminal fue el propio Estado latinoamericano; Argentina no está exenta. El mismo Estado encontró en la figura del delincuente juvenil un chivo expiatorio perfecto para justificar su propia incapacidad de frenar la inseguridad creciente y de resolver muchos problemas. Y luego, con estas cuestiones de espirales y de múltiples relaciones que hay en la dinámica social, es evidente que los medios encontraron una mina de oro en esta criminalización de los jóvenes. Esto no significa que haya que negar la dimensión objetiva, asible, cuantificable, de una violencia en los territorios juveniles muy complicada y muy problemática, pero creo que habría que hacer un esfuerzo para distinguir ambas cuestiones: una, las representaciones de la criminalización de lo juvenil; y otra, los comportamientos y acciones de los jóvenes concretos. Por un lado, existe un discurso que crece en paranoia. Cito un reportaje de Clarín: "Vienen las maras a Buenos Aires. En 10 años tendremos el fenómeno acá". Compara los comportamientos de las maras con los pibes chorros. El lector hace una relación causal entre delincuencia extrema y pibe chorro. Además, el pibe chorro tiene toda una representación fenotípica: delito de portación de cara. Allí se justifica y se aplaude la violencia contra los jóvenes. Es la cuestión spinoziana de un "otro": si alguien afecta a una persona que yo pienso que me está afectando, celebro que lo afecten. Y como no hay suficiente castigo al gatillo fácil, esto se reproduce. Tampoco son fenómenos nuevos. En la época de los pachucos3, a los marines norteamericanos les pagaban por asesinar o levantar a un pachuco. Son fenómenos que siempre han existido pero hoy se agudizan, tanto por razones del orden neoliberal en el que estamos insertos, como por el acceso a la visibilidad mediática: es el relato disciplinante por excelencia.

-¿Cuál es la lógica de los medios en esta temática?

-Creo que no hay una lógica, de lo contrario no tendríamos que caer en la teoría maquiavélica del complot contra los jóvenes... Creo que es pura inconsciencia y falta de profesionalidad, falta de investigación periodística; pensaría en una lógica empresarial mediática. Pienso que hay cuestiones éticas, estéticas, semánticas, rutinas de producción noticiosa, que confabulan para que esto aparezca. A mí me sorprende que no se hayan alzado voces contra el reportaje de Clarín, para romper esta teoría complotista; pero en cambio se normaliza y se hace lenguaje. Tiene que ver con la posibilidad de demandar socialmente un periodismo distinto.

-¿Qué es ser joven hoy, como construcción cultural y social?

-Si bien existen características comunes marcadas por la globalización, la mundialización, los viajes, los movimientos transnacionales, el flujo migratorio tan acelerado, se ven profundas diferencias si consideramos los contextos particulares: hay jóvenes privilegiados, jóvenes semiprivilegiados, jóvenes en situación de exclusión, jóvenes en situación de muerte social terrible... Según en torno a qué jóvenes coloques la pregunta, la respuesta puede adquirir una cierta dimensión. Yo diría que para los jóvenes privilegiados, ser joven significa, de manera inédita en la historia, un acceso a un capital simbólico de ideas y de materiales que se han acumulado a lo largo de la historia. Es un sector de jóvenes muy favorecidos por los procesos neoliberales, que engrosan las listas de los beneficiados por la educación superior, por los títulos dobles que hoy se están dando en universidades de dos países (uno en desarrollo y otro desarrollado); jóvenes con gran capacidad de flujo, de movilidad, a lo largo y ancho del planeta.
  -¿Siempre fueron tan privilegiados o las diferencias que siempre existieron se agrandaron?

-Desde una lógica socioeconómica, siempre existieron los privilegiados; sin embargo, desde una lógica sociocultural, es evidente que estamos ante estándares inéditos, sobre todo lo que tiene que ver con el capital informativo y cultural. La brecha era, en términos sociales, menos evidente de lo que es hoy día. Hoy tienes diferencias insultantes. Pero hay otro sector de jóvenes no tan privilegiados, que aún no han quedado excluidos, que enfrenta situaciones muy duras para lograr reproducir las condiciones de bienestar de la generación anterior. No caen en la exclusión pero tienen que esforzarse el doble de lo que sus padres se esforzaron: jóvenes que estudian y trabajan; o ya profesionales, que tienen que trabajar en tres lugares distintos para acceder a condiciones dignas. Muchos de estos jóvenes provienen de familias con bajos logros educativos, por ejemplo; con recursos que se agotaron en los ´80 con la crisis estructural de nuestros países. Parten de un buen capital social porque son de clase media, pero no tienen respaldo económico para progresar, para incorporarse exitosamente en términos sociales. Para estos jóvenes, el acceso a la educación superior masiva, pública y gratuita aún es una realidad en la Argentina; en Brasil y México, en cambio, se ha deteriorado.
Y luego vienen los que a mí más me interesan: los jóvenes que viven en la zona de exclusión producida por el neoliberalismo.
En primer lugar, comparten la ausencia de cualquier noción de futuro. En segundo lugar, un desencanto y una desesperanza absoluta con respecto al mundo social y, sin embargo, una enorme capacidad de invención y de inventiva de nuevas formas de lazos sociales. La pandilla es la forma violenta de expresión de este fenómeno; pero en el seno de las pandillas, estos jóvenes son los más vulnerables a la cooptación de las redes del crimen organizado. Esta es la principal característica que atraviesa a los colectivos juveniles en las zonas de exclusión de nuestros países. Faltan instituciones que puedan ofrecerles un espacio de incorporación menos desventajoso para la vida cotidiana. Cuando las instituciones se van replegando, esos espacios tienden a ser ocupados por otras fuerzas, y estas fuerzas lamentablemente están muy vinculadas con el crimen organizado. Este fenómeno se ha agudizado desde finales de los '80, en los '90 hubo una ligera mejoría; sin embargo, a mediados de esa década el problema estaba ya mostrando su rostro más agudo y feroz. Una cosa es la pobreza y otra el empobrecimiento estructural: no estoy pensando en jóvenes pobres sino totalmente empobrecidos. La diferencia con el pasado es el rol social del Estado, q ue antes encontraba mecanismos para mantener a estos sectores de la población en condiciones menos duras. Pero, con este rompimiento absoluto de toda política social, esto se vuelve muy complicado. Para el caso argentino, todavía hay presencia del Estado en muchos circuitos, pero es cada vez menor. Y además hay que pensar que, en términos históricos, al transformarse la sociedad también se transforman los grupos de individuos, y el crimen organizado también es beneficiario de la globalización.

-¿Le preocupan fenómenos como los skinheads, o los grupos neonazis?

-Lo trabajo muy poco porque no tiene mucha presencia en América Latina; encuentras algún caso suelto pero no presenta el nivel de virulencia de otros países. Si tenemos un problema en términos de colectivos juveniles, no va por ahí. Tenemos tres grandes frentes: uno es la dificultad creciente para incorporar a los jóvenes a los mercados laborales formales; la cuestión del desempleo juvenil tiene datos verdaderamente alarmantes. Se está produciendo una cuestión muy paradójica y de mucha tensión: sabemos que hoy la educación no es garantía de movilidad social, porque los mercados no tienen capacidad de absorción de la mano de obra calificada juvenil. Entonces, un 63 por ciento cae en el sector informal y en el autoempleo.
El segundo frente tiene que ver con el vaciamiento de la política y la falta de confianza en las instituciones sociales: los jóvenes participan en las decisiones de una manera muy tangencial; no les importa la dimensión de lo público en el sentido de lo moderno. Esto tiene, por un lado, un rostro muy interesante, el de la imaginación y la protesta política que se ha utilizado mucho en los colectivos juveniles, pero también los vuelve muy vulnerables frente al poder político: como no están organizados no pueden demandarle cosas al Estado, a las instituciones, ni gestionar una actitud ciudadana más activa.
El tercer frente es el abandono social en el que se encuentran. Los hemos dejado muy solos, resolviendo con los recursos que tienen a mano los temas de la vida cotidiana, y eso a veces es muy complicado: su sexualidad, su incorporación a la sociedad, el empleo, el amor. Me parece que hay una ausencia de puentes, de canales de diálogo, entre la generación nuestra y la de ellos.

-¿Por qué los dejamos solos?

-Hay un conjunto de hipótesis que a mí me ha servido para pensar esta cuestión, que tiene que ver con que esta generación de los ´60, ´ 70, principios de los ´80, viene de experiencias muy frustrantes en lo político. F ue un momento de grandes derrotas para los movimientos más democráticos y libertarios en el continente. Lejos de ventilarse esa discusión, hubo una especie de pacto de silencio: es una herida tan grande que no se habló del asunto, no se discutió, quedó soterrado y salta, a veces, de manera muy complicada. Eso generó una distancia con los jóvenes, incluso en los sectores más de vanguardia, de avanzada, de izquierda... tienen una mirada muy peyorativa, muy estigmatizadora de los jóvenes.

Inés Tenewicki


1 Maras: pandillas juveniles que se armaron en Los Ángeles, Estados Unidos, y se ramificaron por América del Norte y Centroamérica.
2 Polleros: asociaciones ilícitas dedicadas al tráfico de niños y jovenes.
3 Pachuco: identidad chicana que, en los '30, trató de desmarcarse de la cultura anglosajona, apelando a un conjunto de raíces.
 
Revista "El Monitor",  Marzo/Abril 2006   

 

miércoles, 4 de enero de 2017

Los niños invisibles

Los niños invisibles


“Los chicos de la calle donde viven, nadie sabe, sus historias nunca nadie guarda, con el viento volarán”
                                                                                                                     (Pedro Aznar)

Un informe de la UNICEF sobre el estado mundial de la infancia está ilustrado con una foto en la que se ve a un niño sentado en las vías del tren en el centro de Yacarta. Como lo sugiere la imagen, chicos de la calle los hay en todo el mundo. Esta conclusión no es una racionalización para calmar la conciencia local, como cuando se quiere justificar la pobreza diciendo que pobres siempre hubo.

Simplemente, es el aserto de que el desamparo, la desnutrición y el abuso de niños están distribuidos a escala planetaria. Chicos de la calle es su denominación oficial, chicos en la calle es una expresión más correcta. Para el abordaje político, comunicacional o académico, el desprecio y la incomprensión los sustantiva de “rateritos”, “villeros”, “roñosos” “desechables”, etc.

Los chicos de la calle son y hacen lo mismo en todas partes: abren las puertas, limpian los parabrisas de los autos, realizan malabarismos o acrobacias, piden dinero, inhalan pegamento, duermen en estaciones, escondrijos, veredas. Hay para ellos una definición sociológica: es aquella parte de la población infantil que vive o hace de la calle su lugar, sin tener referencia en hogar o familia estable. Ven sin que los vean, miran sin que los miren. En cada sociedad se cuentan por miles y en el mundo por millones, pero así todo no se ven, la invisibilidad les impone el silencio. No es una in visibilidad “física”; su existencia es negada por cálculo o prejuicio. No los ven porque no votan y el cuerpo social no ve su humanidad sino un peligro en potencia. Al igual que los personajes del “Ensayo sobre la ceguera” son ciegos que, viendo, no ven.
Tal cual ocurre con otros aspectos de la vida social, el arte es el que ha enfocado la situación de los niños de la calle con mayor realismo, profundidad y sensibilidad. Aparece reflejada en cientos de canciones populares, en el cine y en la literatura. La población con una sensibilidad seguramente distinta es ganada por el miedo, miedo que paraliza, que convierte una realidad dolorosa en parte de la geografía cotidiana. Esa es la cuestión: no nos sintamos tranquilos sólo con el hecho de dar una moneda; es necesario que los argentinos nos afirmemos en la convicción de que esos niños tienen todo el derecho a disponer de la oportunidad de alcanzar una vida mejor. El futuro significa muchas cosas, entre ellas la más importante es estar ahí en la forma que uno ha decidido con libertad y sin apremios.

En noviembre próximo se cumplen 20 años de la sanción de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño. La promesa de la Convención es lograr que los gobiernos y los estados del mundo asuman el compromiso de garantizar a los niños y niñas el disfrute de los derechos humanos básicos. Esta Convención fue incorporada a nuestra Constitución Nacional por la reforma de 1994. Desde entonces, y antes también, hemos estado asistiendo a una violación sistemática de los derechos de ellos a una alimentación suficiente, nutritiva y balanceada, a la salud, a la educación, a la protección contra cualquier acto de violencia. La Constitución de 1949 no contenía un tratado de derechos de la niñez. Tenía apenas una breve referencia a los niños dentro de los derechos de la familia. Pero eso no fue óbice para desplegar una monumental obra de asistencia y atención a la infancia como nunca se volvió a ver. La política pública de entonces contemplaba integralmente los espacios de inclusión y contención que hoy se recomiendan: la familia, la escuela, el deporte.
Para que los niños en la calle sean parte del futuro, es necesario que recuperen su visibilidad; la solidaridad, el amor y la comprensión los hace visibles, la invisibilidad es su condena.

Que estas páginas sean parte de un pequeño rayo de luz, que ilumine una oscuridad vergonzante, es nuestro único deseo, que así sea.

Hugo Buisel Quintana
Secretario General APOC

¿Por qué los medios en la escuela?

EDITORIAL

¿Por qué los medios en la escuela? La sociedad del siglo XXI es, para muchos, la sociedad de la información. Los medios de comunicación participan de la construcción del espacio público e influyen sobre la agenda de aquello que debate la sociedad. La educación tiene que poner en cuestión el sentido común cotidiano que los medios contribuyen a formar al darle contenido a las representaciones sociales, al pensamiento social sobre los hechos, las personas y los grupos sociales. Sin embargo, la información por la información misma no alcanza. Valoramos una información como un insumo para la participación y la ampliación del espacio público. La posibilidad de participación está del lado de quien puede comprender y hacer uso de los mensajes de los medios, porque los sabe analizar, interpretar y evaluar. Y porque sabe elaborar estrategias de acción y de decisión a partir de ello. Incorporar los medios en la escuela es formar a los alumnos como ciudadanos informados, reflexivos frente a esa información, sensibles ante lo que pasa en el país y en el mundo, y participativos. Entender la manera en que los medios representan la realidad y nos hablan de lo que sucede, coloca a las personas en mejores condiciones para participar, actuar y tomar decisiones. Porque preguntándonos sobre la forma en que los medios de comunicación producen significados, podremos comprender la manera en que influyen sobre nuestras percepciones de la realidad y el modo en que podemos transformarla. Este es entonces, el primer motivo que fundamenta la incorporación de los medios en la escuela: analizar el modo en que los medios representan el mundo, el que nos rodea y el que por lejano, sólo conocemos a través de sus mensajes. Existe una segunda razón que fundamenta la necesidad de incorporar los medios en la actividad escolar cotidiana: el diversificado universo cultural y tecnológico en el que viven los niños y adolescentes y el desafío de la escuela para responder y actuar en función de este dinámico entorno comunicacional. Si las identidades de los jóvenes se definen no sólo por el libro que leen, sino por los programas de TV que miran, el sitio Web por el que navegan, la música que escuchan, la película que eligen y la historieta que prefieren, la escuela necesita acercarse a estos consumos, reconocer que los adolescentes utilizan diferentes lenguajes y que recurren a distintas escrituras. El gran desafío para el sistema educativo hoy, es capacitar a los niños y jóvenes para que puedan acceder y utilizar la multiplicidad de escrituras y de discursos en los que se producen las decisiones que los afectan en los planos laboral, familiar, político y económico. Finalmente, existe un motivo más para la inserción de los medios en la escuela. En América Latina, las sociedades son muy fragmentadas y desiguales. El acceso a los bienes culturales es inequitativo. Mientras una minoría tiene acceso a todas las fuentes, medios y tecnologías, la gran mayoría accede sólo a la TV abierta, a la radio y eventualmente a un diario. No tienen DVD, no van al cine, no conocen un teatro y muchos carecen de conexión a Internet en sus hogares Estas brechas no son un tema menor, porque inciden negativamente en la construcción del capital cultural de los jóvenes. La exclusión de la cultura, fortalece la exclusión social, en la medida que los adolescentes ven restringido su capital cultural y con él, las oportunidades educacionales, laborales y de inserción en la sociedad. Uno de los retos específicos que tiene la incorporación de los medios en la escuela en los países de América Latina, es disminuir estas brechas y promover un acceso más equitativo y justo a los bienes culturales y tecnológicos entre los jóvenes que provienen de familias más pobres. El camino abierto por las tecnologías de la comunicación es incorporarlas a la vida y la tarea escolar. No hacerlo sería establecer otro quiebre de ruptura con las formas de expresión, percepción y comunicación de nuestros niños y jóvenes. Hacerlo no es echar al olvido el valor educativo del encuentro cara a cara y la interacción en el espacio real. Aún cuando los obstáculos no son pocos y los desafíos no son menores, el primer paso para lograrlos es insertar esta educación en medios como una política pública, una política de Estado. Afortunadamente siempre hubo docentes que han utilizado los medios de comunicación y que han enseñado a analizarlos, interpretarlos y utilizarlos creativamente. La idea es incorporar esta necesidad como política pública, para convertir estos esfuerzos particulares en un compromiso de Estado. En este compromiso se inscribe el Ministerio de Educación de la Nación, de cara a una mejor calidad de educación, y a la necesidad de una mejor distribución de la información y el conocimiento entre todos los alumnos.

Prof. Alberto Sileoni Ministro de Educación de la Nación

Los medios de Comunicación en la escuela

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Descargarhttp://www.me.gov.ar/escuelaymedios/material/los_medios.pdf

No nacieron los niños...

NO NACIERON LOS NIÑOS...

No nacieron los niños
para padecer hambre, para sentir en la carne
y en la sangre
 el agudo filo del hielo
como el agudo filo de un cuchillo.

No nacieron los niños
para andar solitos por las calles
desnudos de lunas y de estrellas,
 sedientos de rosas y de soles.

No nacieron
solo
para beber ráfagas de viento
y llenarse los ojos,
poco a poco,
con páramos desolados
y miserias terrenas.

No nacieron los niños
para llenarse la boca
 con coca, paco o marihuana,
para cerrar puertas y ventanas,
para escalar cielos cenicientos,
o para enfrentar mares y tormentas.
No nacieron los niños
para vagar descalzos,
sin descanso, noche y día,
por vagones y andenes
dejando el corazón en cada baratija.

No nacieron
 para acarrear cartones, frustraciones,
y cargar los horrores del infierno.
 No nacieron para arrastrar carros y cadenas,
 para vivir en las sombras de la noche
y morir sin apenas un recuerdo.

No nacieron los niños,
 no nacieron,
 para hurgar en los contenedores
 con el llanto colgando de las manos
 y la angustia clavada hasta en los huesos.
No nacieron los niños,
no nacieron,
para enterrar los sueños y los besos
en inmundas zanjas cada invierno.

Nacieron
para remontar la esperanza
en barriletes
y sembrar de pájarosNO NACIERON LOS NIÑOS...

No nacieron los niños
para padecer hambre, para sentir en la carne
y en la sangre
 el agudo filo del hielo
como el agudo filo de un cuchillo.

No nacieron los niños
para andar solitos por las calles
desnudos de lunas y de estrellas,
 sedientos de rosas y de soles.

No nacieron
 solo
para beber ráfagas de viento
y llenarse los ojos,
poco a poco,
con páramos desolados
y miserias terrenas.

No nacieron los niños
para llenarse la boca
 con coca, paco o marihuana,
para cerrar puertas y ventanas,
para escalar cielos cenicientos,
o para enfrentar mares y tormentas.
No nacieron los niños
para vagar descalzos,
sin descanso, noche y día,
por vagones y andenes
dejando el corazón en cada baratija.

No nacieron
 para acarrear cartones, frustraciones,
y cargar los horrores del infierno.
 No nacieron para arrastrar carros y cadenas,
 para vivir en las sombras de la noche
y morir sin apenas un recuerdo.

No nacieron los niños,
 no nacieron,
 para hurgar en los contenedores
 con el llanto colgando de las manos
 y la angustia clavada hasta en los huesos.
No nacieron los niños,
no nacieron,
para enterrar los sueños y los besos
en inmundas zanjas cada invierno.

Nacieron
para remontar la esperanza
en barriletes
y sembrar de pájaros
la aurora.
                                                                             
                                           
                                                                             
                                           

Parábola

Parábola
  
    El discípulo hace llegar al sabio que vive perdido en el bosque un pedido para ir a verlo. Y el sabio le responde: “Claro, venga… venga a verme”. Sólo que el camino es muy largo. Sin embargo, el discípulo sale. El camino está constantemente sembrado de obstáculos y, seguramente, es el maestro el que los coloca. Pero el discípulo llega al final, supera todos los obstáculos y se presenta ante el maestro, entonces, ambos se encuentran como iguales, como pares. Porque lo que importa, en definitiva, no es el maestro sino el camino.

Henry Miller